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1720 28 Noviembre 2014

 

 

MUROS Y PUENTES
La anhelada brevedad
Raúl Caballero García

 

Dallas.- Hay una frase de Pascal que hace tiempo la leí en la pluma de Borges. El maestro argentino citaba al matemático y filósofo francés al hablar de la necesidad de concisión que, por cierto, en la actualidad ha levantado nuevo vuelo.

Pascal se la dice a un amigo al concluir una carta: “Y… si he escrito esta carta tan larga, ha sido porque no he tenido tiempo de hacerla más corta”. Escribir un texto breve en el que se diga todo lo que se quiere decir obliga a trabajarlo más. Al paso de los años la he recordado y se las he pasado al costo a colaboradores de la página de opinión, cuya incontinencia de tinta aparecía una y otra vez rebasando el espacio asignado; hace unas semanas se la repetí a una reportera (le encargas 18 pulgadas y te entrega 34).

Viene a cuento porque –en casa del herrero, azadón de palo– uno también tiene la tendencia de alargarse, pero cuando hay acuerdo me ocupo de hacer los ajustes, al texto de 700 palabras que me sale de más de mil, lo reviso una, dos, en ocasiones hasta tres veces para irlo editando y dejarlo en la cantidad de palabras requerida. Para ello al tiempo de la investigación, lecturas, cúmulo de apuntes se le mete más tiempo, y más trabajo al trabajo de su composición. La maestría vendría si a la primera intención el texto te queda con diez o quince palabras más o menos.

Por eso mucho disfruto cuando leo textos breves que dicen tanto. La satisfacción desborda mi reconocimiento. Recuerdo la última etapa, en La Jornada, de Fernando Benítez dándonos a sus lectores piezas tan breves como interesantes, crónicas puntuales, observaciones precisas, juicios y conceptos agudos y siempre valiosos; o para señalar a escritores más cercanos, ahí está Eloy Garza González, que con frecuencia nos ofrece escritos de una brevedad luminosa, casi siempre anecdóticos y dignos de admiración; también el excepcional Jorge Villegas, con sus artículos diarios –los del cronista y los del observador político: esos relámpagos textuales, esos latigazos de la razón– casi siempre esclarecedores, siempre por encima de las contradicciones (recurrentes tal y como el acontecer cotidiano) y con una capacidad creativa que a rajatabla (esa su lograda economía lingüística) expone, denuncia, analiza y critica con un ahorro de imágenes y de palabras que da gusto. No hay en ninguno de ellos carencia de elaboración ni exceso de flojera. La periodicidad, además, es otro motivo de regocijo y asombro.

La síntesis se alcanza en un proceso creativo que, como la mirada del pintor en el campo: abarca todo el panorama pero entre la naturaleza y el arte media el talento de plasmar esa realidad dentro del marco, en 350 palabras y –como de costumbre– yo ya me pasé.

 

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