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1720 28 Noviembre 2014

 

 

Enemigos al acecho en el Palacio
Eloy Garza González

 

San Pedro Garza García.- En la lucha por el poder en México hay políticos que saben esperar y hay quienes saben acechar.  La espera y el acecho merecen estudio por separado.

Por un lado están quienes conocen las posibilidades de esperar; por el otro quienes gozan las ventajas del acecho.

No es lo mismo. Los primeros saben contener la oportunidad deseada; son cautelosos e inalterables. Los segundos aguardan el instante preciso para atacar; saben ser calculadores y mortíferos. Es el célebre madruguete mexicano.

Los pacientes son seres propios del día; los acechantes son criaturas propias de la noche. Unos se adaptan a la luz, otros se ocultan en tinieblas. Quien espera practica el arte de la paciencia; quien acecha juega la técnica de la cacería.

Ninguno es superior: ambos persiguen un fin y sus funciones son digamos que naturales. Pero si el típico animal a la espera es un águila, el animal al acecho es un áspid. Mejor la comparación en términos humanos: quien espera es monje budista; quien acecha es samurái. Uno aguardará la suerte del contrario, otro preferirá aniquilarlo.

No estamos tan seguro de que el Presidente Peña Nieto sea un político al acecho. Lo que sí tenemos claro es que no es político al que le guste esperar. El gobierno federal ha encarado la crisis política de la desaparición de los jóvenes de Iguala, con premuras, apresuramientos, y luego con una dilación en la toma de decisiones de gran calado. No se responde a la coyuntura adversa con videos presidenciales.  

Bajos reflejos y reacción a la primera que es peor y no es lo mismo. Es más, aunque parezca una contradicción, a los impacientes se les suelen alargar los tiempos para responder con acciones de fondo y en el momento adecuado. Pierden el timing. 

Lo peor es que al interior del gobierno federal hay actores políticos al acecho. Y algunos gobernadores de dos caras, diestros en descifrar el momento preciso para atacar: lo hacen calculando su golpe maestro. Fuego amigo de supuestos aliados más experimentados que arrojan la piedra y esconden la mano. Y todo por sobrevivir en la política de la selva.

 

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