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1720 28 Noviembre 2014

 

 

Violencia de diseño “anarco”
Cordelia Rizzo

 

Ciudad de México.- Afortunadamente existen buenas crónicas del desalojo súbito y violento de la marcha del 20 de noviembre. Después de que a varios amigos y a mí nos persiguieron elementos policiales (DF y Policía Federal con escudos antimotines, palos y mangueras) mi sentido de alerta de la realidad estaba sobregirado.

Acumulando experiencias de protesta de los años recientes, y sobre todo la del 1 de diciembre, me queda claro que el uso de la fuerza irá mutando. En esta ocasión nos introdujeron la figura del desalojo súbito.

La masa del contingente pacífico estaría unos 50 metros separados de los que estaban lanzando molotovs y tratando de derrumbar las vallas. De esos que atacaron a una reportera del Excélsior y pedían ‘revolución’. No entiendo qué signifique revolución para ese contingente, pero eso gritaban. Los que querían guerra estaban contenidos por elementos de las policías. A los que no estábamos en ese contingente intuitivamente no nos cabe otra explicación para la ‘operación desalojo’ que la de marcar con una desgracia la protesta y darle al gobierno federal un Zócalo limpio en corto tiempo.

Como de costumbre, terminan detenidos unos 30 (fueron 31 en esta ocasión). Consignados están once. Decenas de heridos. Lastimados todos los asistentes.

Llegué a las 8 al Zócalo, andaba buscando a mi novio y tratando de encontrarme con amigos. Me acerqué a ver el final de los testimonios de víctimas en el templete. Encontré conocidos y al final me reuní con quienes había quedado en un inicio.

Nunca entraron mis llamadas a los teléfonos celulares que marqué hasta que uno de mis compas se alejó de la plancha y le entró la llamada. Acto seguido logré contactar a otro. Fuimos al Centro Cultural España, donde nos dejaron estar en el porche porque tenían un festejo al que sólo se podía acceder con invitación. Tuve que hacer mi cara de gente decente para que me dejaran ir al baño.

Después me dieron varias punzadas en el estómago porque no podía contactar a mi novio e intuía que estaba cubriendo los disturbios en Palacio Nacional. Él luego me dijo que le pasaron por encima dos bombas molotov, pero alcanzó a irse antes del desalojo. En el momento de los dolores estomacales ya se habían escuchado cohetones y petardos.

Vimos antimotines irse tranquilos (pensamos que ya estaban abandonando la plaza) por el nuevo paso peatonal que da al Templo Mayor (que aún no abre al público) y luego decidimos reunirnos con unos amigos que estaban en la esquina de Catedral que tiene una cruz. De ahí planeábamos ir a casa de un compa que vive cerca. Estábamos básicamente papando moscas cuando comenzó a correr la gente. Nosotros gritábamos “no corran”, “no violencia” y de repente nuestro grupo de 10 personas se partió en 2. Unos caminaron más tranquilos hacia Donceles y nosotros tuvimos que correr porque se nos vinieron encima varios policías. No me acuerdo muy bien lo que nos gritaban, sólo sus ojos saltados, pero sus palabras y actitud me recordaron a lo que les dijeron a los campesinos de Aguas Blancas antes de rafaguearlos. Algo así como “para que no anden viniendo a las marchas”.

Yo me agarré del brazo de mi amigo, y me preocupaba poder correr con mis botas pesadas con la rapidez necesaria. Soy mala para correr, pero no me falló la adrenalina. Nos alcanzaron y a él le dieron un palazo, a mí no me alcanzó porque me protegió, nos zarandearon. A los otros les dieron manguerazos. Ninguno de nosotros los insultó. Yo no dije nada –no me salía– sólo trataba de escapar de la turba. Los demás vieron que a un chico lo agarraron a patadas, que a los vendedores ambulantes se los llevaron de encuentro.

Volvimos a escapar a un contingente de policías en el centro. Escuchábamos grupos de personas que se les enfrentaban, pero tratábamos de acercarnos hacia casa de nuestro compa.

Caminamos tranquilos por República de Cuba y encontramos las oficinas de la CNDH, pedimos asistencia y nos íbamos a refugiar ahí, pero decidimos caminar con los amigos que ya nos habían alcanzado hacia una cantina. En las oficinas de Cuba me llegó la llamada de mi novio que ya se había alejado hasta la escultura del Caballito de Tolsá, en Reforma. Le dije que no se acercara al centro y nos vimos ya en la madrugada en mi casa.

Tengo cuatro años de estar dando seguimiento a manifestaciones y en momentos organizando protestas no violentas en Monterrey y DF. Cuando fue el atentado al Casino Royale en 2011, prácticamente organizamos y asistimos a protestas mensualmente en Monterrey desde +Allá de la Marcha durante un año. Nos tocó esquivar porros (uno altote y fornido que al día siguiente se encontró a mi papá y le dijo muy orgulloso que había ido a joder la protesta, que en esa ocasión movimos de lugar). Platicamos mucho con policías. Éramos pocos a comparación de ahora. Después entrado 2012 estuve con familiares de desaparecidos bordando cada semana en la Plaza Zaragoza. Cuando como bordadora asisto con mis compañeros al 1 de diciembre en la Avenida Juárez, donde nos encontramos bordadoras del país y del extranjero, nos percatamos de que había un elemento de violencia de diseño emergente para estas ocasiones.

El ‘anarco’ es este personaje-signo maleable. Es un comodín social que resume los pánicos morales de personajes contraculturales como el punk, el rocker, el naco y el comunista. Si la globalización nos había traído un cúmulo de identidades sociales flexibles, el ‘anarco’ sería un personaje idóneo al servicio de la razón de Estado.

Durante esa mañana de diciembre se apersonó este ente virulento, que puede o no ser un provocador profesional, que también viste a las juventudes que se acercan a grupos anarquistas. Mi amiga y bordadora Rosa Borrás narra que cuando ella y los demás bordadores estuvieron encerrados en el Museo de Memoria y Tolerancia durante los disturbios del #1Dmx encontró  a un chamaquito que estaba temeroso con algunas bombas molotov en su mochila. El anarco de diseño puede absorber a chicos que comienzan su disidencia también.

Para ella él le pareció un elemento simbólico de esa violencia. Nosotras, como él, estuvimos frente a un tipo de agresión que no conocíamos del todo. Protestábamos personas que, en nuestra mayoría, no teníamos filiación partidista o una perfección de la etiqueta de las marchas. De diversos estados, lo que nos unía ideológicamente era una convicción por construir la paz, protestar la guerra y mantener una manifestación radicalmente no violenta. Nos une la práctica de bordar pañuelos y aprendizajes compartidos respecto a ésta.

El 20 de noviembre los policías con equipo antimotín arrasaron con familias adult@s mayores y niños, personas que asistían a la protesta con el objetivo de encontrarse con los Otros, mostrar apoyo a los padres que buscan a sus hijos, enseñarles a sus hijos una lección de civismo. Durante el 1 de diciembre los disturbios también llegaron a irrumpir una protesta no violenta de personas de muy variados grados de politización. Ambos encuentros con una fuerte carga ciudadana. El ‘primero’ como solemos llamarle, significó una sacudida y un aprendizaje que seguimos escudriñando los grupos de bordado.

Me he reunido varias veces con distintos participantes del bordado en el país poco, después del 1 de diciembre del 2012. Hemos ido confirmando que esas impresiones e intuiciones tan fuertes, preconizaron el actual funcionamiento de los sistemas de control de mexicanos inconformes. Quienes nos pronunciamos por la no violencia quedamos entre la opción violenta de protesta y la estrategia de control estatal que tiene muy entrenado el músculo represor. De ese rincón continuamente tratamos de salir triunfantes y ganando espacios de expresión, logrando apoyar a las víctimas de la violencia y no dándonos por vencidas.

Este 20 de noviembre volvió a ser ese 1 de diciembre. Muchos más marcharon, y con la consigna de conservar la no violencia. Otra cosa que se sale del guión es la multitud de policías que operaron un desalojo atípico. No se nos avisó que lo harían, no se nos pidió que nos retiráramos de la plancha del Zócalo, y sí se nos persiguió como si fuéramos ganado. No estuvimos haciendo nada ilegal. Ellos sabían que había niños (los eventos de Facebook de las marchas a lo largo del país tenían a muchísimas personas confirmadas) adultos mayores y personas que iban a la marcha por ganas de participar en la vida política del país, dolidas, fuera de partidos y grupos que son “profesionales de las marchas”.

La cantina a la que llegamos a relajarnos tenía puesto el Noticiero de Joaquín López Dóriga. Vimos imágenes de drones que corroboran la coreografía de la operación desalojo. Parecía escena sacada de El Señor de los Anillos, donde estos combatientes anónimos de generación espontánea, los urukai, gruñen y atacan sin distinción. Brotan como de un hoyo.

En el noticiero se caracterizó la marcha vía la violencia que estaba visiblemente separada del resto del contingente, tomas que pudieron haber sido corroboradas por los drones, pero no fueron mostradas. Acto seguido habló el Secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, a quien se le mostró un Zócalo limpio, como si nada hubiera pasado ahí media hora antes. Osorio Chong agradeció que se pusiera orden.

 

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