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1726 8 Diciembre 2014

 

 

Utopía pervertida
Claudio Tapia

 

San Pedro Garza García.- Cuando León Trotski se percató de que el estalinismo había pervertido la utopía comunista soñada para acabar con la explotación del hombre, desde el exilio escribió: yo seguiré del lado de Espartaco, nunca con los césares, y hasta contra la ciencia (y la historia) voy a sostener mi confianza en la capacidad de las masas trabajadoras para liberarse del yugo del capitalismo.

Para el malogrado heredo de Lenin en el Soviet Supremo Bolchevique, las equivocaciones del Partido, las traiciones de Josef Stalin, y los errores del propio Trotski, no podían atribuirse a los trabajadores. No obstante, la evidencia estaba ahí aunque se negaba a admitirlo: la experiencia Rusa demostraba la incapacidad de la clase obrera para gobernarse a sí misma.

Y así ha seguido la historia, hasta ahora no se ha podido impedir que la lucha de los oprimidos termine beneficiando los intereses de la clase gobernante, vista su incapacidad para convertirse así mismos en gobernantes.

Aunque no es lo mismo una revolución para restaurar la democracia liberal que la que se propone establecer un nuevo orden económico y político, no podemos negar que toda lucha social transforma y sirve de antecedente para futuros intentos de cambio. Pero hasta ahora, todas han acabado igual: los espartacos al servicio de los césares.

Por razones que no acabo de entender, las clases populares que luchan por su emancipación –incapaces de gobernarse a sí mismas para sostener los logros alcanzados– terminan sirviendo a la clase gobernante que acabará por revertir lo logrado. Mejor dicho, lo que no alcanzo a comprender es cómo evitar que eso siga sucediendo.  

Eso nos ha ocurrido históricamente a los mexicanos. Nuestras luchas sociales dieron frutos que ni los insurgentes ni los gobernantes supieron (¿quisieron?) conservar. El retroceso económico, político y social que vivimos no se debe a la hostilidad imperial, ni al modelo económico global, ni a la voracidad de los mercaderes; tampoco obedece solo a la traición e ineptitud de la clase gobernante. Por supuesto que se trata de hechos reales, innegables, pero insuficientes para explicar la dimensión y continuidad del fracaso.

El fracaso se debe a nuestra incapacidad para gobernarnos a nosotros mismos. La falla está en nuestra ineptitud para defender y sostener los logros (que los hay) de nuestras luchas por la independencia, reforma y revolución.
        
En gran medida, nuestra tragedia es resultado de limitaciones individuales y restricciones colectivas que impiden que contemos con una auténtica representación. Y sin ésta, no hay auto-gobierno.

La frustración proviene del hecho de que los gobernantes no son nuestros representantes. Y eso no solo es culpa de ellos. No nos gobernamos porque hemos sido incapaces de hacernos representar. Acaso se trata de un imposible.
Visto el fracaso, si no estamos representados porque en el fondo se trata de una aspiración contrafáctica, lo mejor será desmantelar el sistema creado para simularla.

Gobernarse a sí mismos, ¿utopía pervertida?

 

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