Suscribete
 
1750 9 Enero 2014

 

 

Julio Scherer dormido
Eloy Garza González

 

San Pedro Garza García.- Víctor Hugo escribió un poema titulado “Booz dormido”. Es un canto nocturno, disfrazado de religiosidad. Loa, al mismo tiempo, a las virtudes de la vejez.

Booz trabajaba su tierra, protegía a sus labradores y cuando veía pasar a una pobre espigadora, ordenaba “dejar caer, a propósito, espigas”. Entonces, “sus sacos de grano, como fuentes públicas, se derramaban del lado de los pobres”.

Julio Scherer García cultivó el periodismo como un labrador su tierra: fundó Proceso en 1976, auspiciado por un grupo de inversionistas a quienes prometió, antes que retorno de capital, derramar objetividad y crítica en un semanario político. Protegió a los colegas que lo siguieron a su salida de Excélsior: Vicente Leñero, Miguel Ángel Granados Chapa y Francisco Ortiz Pinchetti, entre otros. No formaron alrededor suyo un séquito ni una cofradía; eran colegas: le hablaban de tú a tú porque se sabían sus iguales.

La diferencia la marcaba el liderazgo de Scherer: emprendedor nato y, a la vez, gran reportero. O reportero a secas, palabra exótica en la actual selva de mercenarios, lambiscones y extorsionadores de la pluma. También fungió como administrador responsable de empresas periodísticas (cosa nada fácil cuando se mantiene una línea crítica por más de 30 años en contra de Los Pinos). Parecen funciones semejantes, y quizá lo sean, pero ameritan talentos distintos. Scherer tenía ambas cualidades, aunadas a principios éticos que –nunca lo ocultó–, tendían a la izquierda: su indignación en contra de los excesos del poder, su distancia frente al Príncipe, su honestidad, eran espigas que, como en el poema “Booz dormido”, derramaba en beneficio de los pobres.

Vislumbro en la carrera periodística de Scherer una transición. Su salida de Excélsior, con su inmediata fundación de Proceso, marcó un antes y un después en su vida profesional y en la historia de la prensa en México. Pero no se trató de una transición sino de una evolución; no de un salto sino de (en efecto), un proceso. Pasó de la juventud impetuosa a la serena madurez; de ser un buen reportero (el de la entrevista al pintor Siqueiros, en 1965) a ser el maestro de los periodistas (el del libro Los Presidentes, de 1986). Lo refleja, incluso, el estilo de su prosa: sus reportajes de los años sesenta eran veraces pero profusos. En cambio, sus libros de madurez son estiletes gráficos: afilados y certeros; modelo de precisión psicológica cuando explora el alma de sus entrevistados; no los enjuicia: los exhibe; no los lincha, los deja en evidencia.  

Tras setenta años de teclear su máquina de escribir, Scherer acabó como el Booz del poema de Víctor Hugo: “se ven llamas en los ojos de los jóvenes / pero en el ojo del anciano se ve luz”.  Con la edad, Scherer se empequeñeció físicamente, se encorvó, se hinchó, pero en sus ojos de anciano se veía la luz de su lucidez mental. Su semblante no perdió nunca los rasgos de patricio romano. Odiaba los homenajes, veía en los poderosos simples fuentes de información y amaba la soledad. Mejor dicho: su soledad.   

Apunto la opinión de tres personas que, desde diferentes ámbitos –la amistad, la rivalidad y lo filial–, retrataron a Scherer de cuerpo entero. La primera opinión la escribe su amigo Vicente Leñero, en un viejo artículo publicado en Proceso: “es severo pero juicioso”. La segunda la suelta Carlos Salinas, siendo Presidente: “es tan terco que no tiene remedio”. La tercera la menciona María, su hija: “cada mañana deja en el buró de mi cama una nota escrita de puño y letra que dice te amo”. Las tres opiniones parecen antagónicas; en realidad, se complementan: Scherer era severo, terco y amoroso.

Booz se pregunta, en el poema de Víctor Hugo “¿cómo creer que de mí nacería una raza?” Sin creérselo, sin pretender ser patriarca, porque nunca cedió a los delirios de la vanidad, de Scherer nació una raza de periodistas mexicanos que cuestionan al poder, que toman distancia del Príncipe y que (virtud escasa en los actuales tiempos nublados), son honestos; una raza marginada, confinada al silencio, pero que a la larga ganará la partida a las tentaciones terrenales, a la invisibilidad forzada y al deliberado olvido.

 

Su nombre :
Su correo electrónico :
Sus comentarios :

 

 

15diario.com