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1767 3 Febrero 2015

 

 

Paradigma constitucional
Lupita Rodríguez Martínez

 

Monterrey.- El año pasado se cumplieron 200 años del Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana, primer documento para crear y organizar nuestra nueva nación, proclamado en Apatzingán el 22 de octubre de 1814, en plena guerra contra España para liberarnos de 300 años de coloniaje.

Así, nuestra Patria Mexicana quedó prefigurada en la Constitución de Apatzingán, siendo la culminación de los trabajos del Congreso de Chilpancingo, instalado el 14 de septiembre de 1813, gracias a la sagacidad y a los ideales del cura José María Morelos y Pavón, los cuales nos trasmitió a través de su histórico manuscrito: Sentimientos de la Nación.

Morelos proclamó “que la América Mexicana es libre e independiente de toda otra nación, gobierno o monarquía” y estableció “que como toda buena Ley es superior a todo hombre, las que dicte nuestro Congreso deben ser tales que obliguen a la constancia y el patriotismo, moderen la opulencia y la indigencia y, de tal suerte, se aumente el jornal del pobre, que mejore sus costumbres, aleje la ignorancia, la rapiña y el hurto”.

La apuesta del ‘Siervo de la Nación’ no sólo fue por liberar a México de España, sino también por la emancipación de sus habitantes para abatir las desigualdades entre las clases sociales que existían.

Desafortunadamente, debido a los azares de la Guerra de Independencia y, sobre todo, a los abismales rezagos sociales, políticos y económicos del pueblo mexicano heredados por la Monarquía Española, la Constitución de Apatzingán no tuvo aplicación práctica, ni hubo avance significativo.

Sin embargo, la trascendencia de la Constitución de Apatzingán es ser el paradigma al que aspiramos las grandes mayorías del pueblo mexicano, desde hace 200 años hasta hoy, ya que ha perdurado a través de las cinco constituciones de nuestra nación y continúa vigente en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, promulgada el 5 de febrero de 1917.

Nos referimos al paradigma o modelo al que aspiramos vivir, en el cual ejerzamos libremente un conjunto de garantías individuales y derechos sociales, dentro de un sistema de gobierno basado en una República representativa, democrática y federal, compuesta de Estados libres y soberanos, con división de poderes entre Ejecutivo, Legislativo y Judicial, pero donde se reconoce que la soberanía reside originalmente en el pueblo.

Paradigma que hasta hoy es nuestra más grande utopía, pues el goce de la igualdad, la seguridad, la propiedad y la libertad de cada uno de los ciudadanos, en lugar de la felicidad del pueblo devino en desgracia popular por los malos gobiernos, a pesar de que Morelos advertía que “el gobierno no se instituye por honra o intereses particulares de ninguna familia, de ningún hombre, ni clases de hombres, sino para protección y seguridad general de todos los ciudadanos…”

Paradigma utópico, pues a pesar de que el poder unipersonal de los monarcas quedó abolido hace 200 años, devino en un poder presidencialista omnipresente y autoritario, cobijado por un partido cuasi único, que cierra el paso al cambio de paradigma, cuando Morelos soñaba que la sociedad “tiene derecho incontestable a establecer el gobierno que más le convenga, alterarlo, modificarlo y abolirlo totalmente cuando su felicidad lo requiera”.

Los 200 años de la Constitución de Apatzingán y los casi 100 años de la Constitución de 1917, nos obligan a poner en la balanza a los gobiernos para medir cuánto han cumplido el mandato de abatir nuestras desigualdades.

Con el mínimo análisis vamos a concluir que resulta urgente cambiar el modelo neoliberal por un Proyecto Alternativo de Nación, ya que el neoliberalismo sólo favorece a un pequeño grupo de privilegiados, donde los gobiernos están dedicados a administrar la pobreza de millones de habitantes con fines electorales, las instituciones están infiltradas por la delincuencia y los poderes públicos están al servicio de poderes fácticos y mafias.

Morelos concebía que el gobierno debe servir como un medio de la sociedad para transformar las condiciones materiales en las que viven sus habitantes y no como un facilitador de negocios de las grandes empresas transnacionales o nacionales, tal y como sucede en la actualidad.

Por ello, no olvidemos que la Constitución de Apatzingán y la de 1917 son resultados de nuestras luchas libertarias, donde las armas se empuñaron para abolir las injusticias y para que el gobierno sirva a su pueblo.

 

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