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1767 3 Febrero 2015

 

 

Ficción y realidad
Claudio Tapia

 

San Pedro Garza García.- Las historias nos entretienen, nos divierten, nos producen placer, pero también nos educan para adoptar frente al mundo real una actitud censora. Por eso todos los regímenes que intentan controlar la vida, han tenido desconfianza hacia la literatura (Vargas Llosa, dixit).

La literatura también tiene una función social: invita a imaginar la posibilidad de otro mundo, la aventura de crear un mundo nuevo, un mundo mejor. En la ficción de la novela están la búsqueda de la verdad, la confrontación con la realidad y la necesidad de entenderla para intentar cambiarla. 

Pongo de ejemplo un cachito del Ensayo sobre la lucidez, de José Saramago.

“Terminadas las operaciones de inspección de los diversos materiales, manda la ley de este país que voten inmediatamente el presidente, los vocales, y los delegados de los partidos, así como las respectivas suplencias, siempre que, claro está, estén inscritos en el colegio electoral cuya mesa integran, como es el caso. Incluso estirando el tiempo, cuatro minutos bastaron para que la urna recibiese sus primeros once votos. Y la espera, no quedaba otro remedio, comenzó. […] habla el presidente de la mesa electoral número catorce, estoy muy preocupado, algo francamente extraño está sucediendo aquí, hasta este momento no ha aparecido ni un solo elector a votar, hace ya más de una hora que hemos abierto, y ni un alma… sí señor, seguiremos pacientes y a pie firme, claro, para eso hemos venido, no necesita decírmelo. […] a las cuatro de la tarde, precisamente a una hora que no es ni mucho ni poco, que no es carne ni pescado, los electores que hasta entonces se habían quedado en la tranquilidad de sus hogares ignorando ostensiblemente la obligación electoral, comenzaron a salir a la calle […] miles y miles de personas de todas las edades y condiciones sociales que, sin haberse puesto previamente de acuerdo sobre sus diferencias políticas e ideológicas, han decidido, por fin, salir de casa a votar.[…] Los comentaristas que en las diversas televisiones seguían el proceso electoral… despertaron súbitamente del torpor en que las perspectivas más que sombrías del escrutinio los habían hecho zozobrar… se lanzaron como lobos sobre el extraordinario ejemplo de civismo que la población de la capital estaba dando a todo el país en aquel momento, acudiendo en masa a las urnas cuando el fantasma de una abstención sin paralelo en la historia de nuestra democracia amenazaba gravemente la estabilidad no solo del régimen, sino también, mucho más grave, del sistema. […] Cuando ya iba la noche muy avanzada, después de que el ministerio del interior hubiera prorrogado dos horas el término de la votación, periodo al que fue necesario añadirle media hora más para que los electores que se apiñaban dentro del edificio pudieren ejercer su derecho de voto, los interventores de los partidos, extenuados y hambrientos, se encontraron delante de la montaña de papeletas que habían sido extraídas de las dos urnas, la segunda requerida de urgencia al ministerio, la grandiosidad de la tarea que tenían por delante los hizo estremecerse de una emoción que no dudaremos en llamar épica, o heroica, como si los manes de la patria, redivivos, se hubiesen mágicamente materializado en aquellos papeles. […] Pasaba de la media noche cuando el escrutinio terminó. Los votos válidos no llegaban al veinticinco por ciento, distribuidos entre el partido de la derecha, trece por ciento, partido del medio, nueve por ciento, y partido de la izquierda, dos y medio por ciento. Poquísimos los votos nulos, poquísimas las abstenciones. Todos los otros, más del setenta por ciento de la totalidad, estaban en blanco.”

 

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