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1771 9 Febrero 2015

 

 

El agua nuestra
Joaquín Hurtado

 

Para Eugenio Clariond y Alejandra Rangel

Monterrey.- El hermoso vocablo agua de nuestro español proviene del latín: aqua. Compárese con las voces de idiomas hermanos; en italiano dicen acqua; en catalán aigua, en gallego auga, mientras el francés la redondea con elegante sencillez: eau.
Es muy viejo y noble el linaje de esta palabra. Muchos sus reflejos.

Hay quien relaciona al agua con águila: aquilus (oscuro) y aquila  (águila): “ave de color oscuro”.  Misteriosas vecindades en el vasto espacio de nuestra rica lengua: hay mucho de agua en esa ave y en el misterio que evoca,  en su ser alado que fluye oculto por los confines del cosmos.

El águila asciende y se pierde en el firmamento. Planea soberana sobre la tierra, remontando los vapores celestes. Anida en la cumbre y baja al valle con noticias de los dioses.

La leyenda del origen de la ciudad imperial de los aztecas, emblema de nuestra bandera, atisba esa misma síntesis entre el cielo y la tierra. La serpiente emplumada insinúa la gravedad leve que también posee el agua. Estruendo y silencio en un paisaje de piedra líquida, volcán y lava, granizo y río. Fulgor alado de la obsidiana.

La poesía original nos brinda las claves para comprender la preocupante actualidad. Reflexionar en sus enseñanzas aún nos puede salvar del desierto que crece y reseca los corazones.

No es con alarde de ingeniería, ni con ejercicio de violencia sobre los elementos sagrados y terrenales como vamos a prosperar. No es con especulación financiera ni con el abuso de tintes imperialistas como vamos a sobrevivir a la amenaza de la indigencia. Lo más temido en el existir de los pueblos originarios fue la sed. Pasaron del desierto al amparo del agua. Fue en las márgenes de los ojos oscuros del agua dulce donde surgió el arte, la economía, la cultura, la música, la educación, la ciencia, la filosofía, la religión, la poesía.

Los ancestros nómadas florecieron porque se fugaron de la garra mortal del páramo. La iconografía mexicana grabada en nuestra alma es una indicación de toda la sangre invertida en pos de los tesoros del agua.

En esta región del país habitamos entre las fuerzas fundidas en lucha perpetua para dar o quitar vida. Sólo si permanecemos en la humilde escucha podremos salvar ideas, animales, plantas, tierras, y dioses, todo aquello que resguarda los fundamentos de los reinos sagrados de los cuales dependemos.

Los árabes, pueblo del desierto y de fama guerrera, tienen una manera muy peculiar de nombrar el río: wadi, wada, loque da una idea de flujo, movimiento del agua. De allí los topónimos Guadalajara, Guadalupe, Guadalquivir, etcétera. Nótese la sospechosa proximidad de este sonido con la raíz indoeuropea, cimiento lingüistico para el agua nuestra: akwa, que a su vez se presenta en el idioma nórdico como aegir, dios de los mares, donde nacen las destructoras y a la vez nutrientes tempestades. Monterrey está situada en una cuenca azotada por esas fuerzas, mismas que alimentan los aguajes ocultos en sus imponentes montañas.

Como vemos, la cultura del agua no se puede circunscribir sólo a tibias políticas públicas para exhortar a un uso racional del grifo: “Cuida el agua”,  “¡Andale, así sí!” Campañas que no dicen nada, que no trasmiten ninguna noción de la alta categoría histórica que posee el agua desde tiempos inmemoriales, ya pensada en civilizaciones desaparecidas. Esas campañas mediáticas no nos inducen de manera urgente a proteger las fuentes de agua dulce vigentes; de ello depende la vida de los humanos presentes y futuros.

Nuestra ciudad, como todos los grandes asentamientos a lo largo y ancho del globo, ha estado relacionada de manera íntima, delicada y tensa con los cuerpos de agua. Manantiales, ríos, arroyos, acequias, lagunas, hicieron posible la hospitalidad de esta tierra atenazada por el desierto.

Nuestra paupérrima educación relativa al agua en tanto caudal no renovable, nuestra arrogancia derrochadora y el negligente comportamiento con lo dador de vida,  nos ha llevado al borde de un salto suicida.

El proyecto “Monterrey VI” pretende construir un acueducto desde el río Pánuco hasta la ciudad de Monterrey, obra de 350 kms. de extensión. Un largo y absurdo popote para una ciudad obesa y soberbia. Lo absurdo de la costosa empresa (casi 60 mil millones de pesos, que alguien tiene que sufragar) reside en la instauración de una servidumbre perpetua de vertientes ajenas, líquido que hay que bombear contra la ley de la gravedad, con cargo a energías contaminantes.

La cuenca del río Pánuco tiene una gran importancia social, cultural, política, económica y ecológica para una vasta región con la que debemos ser co-responsables. Si queremos la paz social tenemos que actuar con el máximo respeto por el derecho de los demás pueblos. No actuar con mentalidad colonialista.

No es sana la dependencia de una fuente acuífera externa a nuestro entorno ecológico, cuyas posibilidades deben ser respetadas. Veámonos en el espejo del valle de México, esa megalópolis amenazada de muerte por la sed galopante, erigida en el lugar menos adecuado para una urbe de dimensiones monstruosas.

La respuesta a nuestra necesidad de agua está en cuidar al máximo el frágil sistema en el que habitamos. Nuestra alternativa más segura es aceptar nuestras limitaciones geográficas.

Reciclar, ahorrar, usar con el máximo esmero el agua disponible deben ser las bases sobre las que hay que crecer. Apuntar con nuestra ciencia y organización social hacia el desarrollo de una ciudad autosostenible.

 

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