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1777 17 Febrero 2015

 

 

¿Qué hacemos con los partidos?
Víctor Orozco

 

Chihuahua.- Una de las grandes enseñanzas derivada de los tiempos de las elecciones en México es la convicción generalizada de que los partidos políticos han fallado en casi toda la línea. La teoría les asigna varias funciones:

   - Organizar y representar a las fuerzas sociales, políticas y culturales para acceder al poder estatal y desde allí ejecutar los programas, proyectos e iniciativas propuestos a la ciudadanía.

   - Seleccionar de entre los mejores de sus miembros, adherentes o aliados, a los candidatos a ocupar los puestos de representación política y también a los funcionarios ejecutivos y aún a los altos magistrados del poder judicial.

   - Contribuir a la educación cívica, sobre todo de los jóvenes, para que éstos ejerzan de manera libre y responsable sus derechos políticos. También, imbuir en la población hábitos de conservación del patrimonio histórico y natural de la colectividad.

   - Preparar liderazgos comprometidos con los intereses generales, entre ellos, la defensa de la nación.

   - Buscar garantías para evitar las colisiones violentas en las disputas por el poder. Se ha dicho que la existencia de partidos políticos fuertes conforma un antídoto contra las guerras civiles.

   La democracia, desde sus orígenes antepuso a los privilegios de sangre, el valor del mérito personal como premisa para acceder a las funciones públicas. Los partidos, se entendieron como uno de los medios para arribar a tal condición. Fueron concebidos como asociaciones privadas de aspirantes a los puestos públicos, que debían presentar a los votantes sus mejores prospectos, gracias a sus distintivos de honradez, espíritu de servicio, ilustración y capacidad.

Con el tiempo, experimentaron dos transformaciones básicas: se convirtieron en entidades de orden público y monopolizaron las vías de acceso al poder. Lo primero les abrió las puertas  del erario y lo segundo vetó la actividad de otros competidores. Ambas mutaciones, tuvieron como finalidad acercarse lo más posible al ideal de la democracia: confiar el ejercicio del poder estatal a los individuos de mayores merecimientos. Éstos harían carrera partidaria dando a conocer sus virtudes cívicas, persuadiendo primero a sus camaradas y después a las mayorías sociales. Toda vez que el Estado subsidiaría la vida organizativa, así como los gastos electorales, el resultado conduciría hacia la igualdad y la equidad, tanto para competir en los comicios, como en el camino para labrarse un prestigio.

Los partidos, emparejarían al joven orador estudioso y bien dedicado, con el junior indolente y frívolo, pero usufructuario de las relaciones familiares así como de la fortuna heredada.

Adicionalmente, cada partido ofreció emplear procedimientos para asegurar resultados óptimos en la selección de sus candidatos, incluyéndose las amplias consultas "democráticas" entre sus militantes y aún abiertas a todos los electores. En teoría, las medidas apuntaron en la dirección correcta. Debieron servir para elegir a los mejores. 

Quizá el primero de los objetivos enunciados sea el más cercano a los desempeños de los partidos. Innegablemente, encarnan fuerzas políticas enzarzadas en pugnas, con frecuencia sangrientas, para arribar a lo sitiales del poder. Pero, tales factores en disputa, poco o nada tienen que ver con los intereses sociales. Se integran por cenáculos, mafias, capillas al servicio de sí mismos o de grupos más poderosos dominantes en los medios de comunicación, la banca, el clero, etc. Cada partido genera y alimenta los suyos, ya sea en el espacio nacional los de mayor influencia y notoriedad o en los ámbitos regionales, donde son muy bien identificados por sus tropelías y latrocinios de distinta envergadura.

En el contexto de estas disputas, los ciudadanos considerados individualmente, somos minúsculas células de las sociedades modernas, extremadamente vulnerables frente a las acciones de las grandes burocracias o de los destacamentos organizados. Su marcha a través del terreno social, se antoja como la de una máquina arrolladora, que deja a su paso plantas segadas o postradas.

¿Cuáles escudos y defensas tienen los individuos frente a estos pesados aparatos, que actúan para su propio interés y se reproducen a sí mismos? Pueden opinar, reunirse, protestar, boicotear y eventualmente modificar el rumbo de las políticas públicas u obligar a la destitución y enjuiciamiento de los funcionarios. Son acciones temporales y extraordinarias.

De entre la variedad de recursos, el más eficaz y duradero es el sometimiento de todos a la ley. No existe mejor forma de velar por la seguridad de hombres y mujeres, de sus vidas, patrimonios, proyectos, de cara a estos poderes estructurados. Pero hete aquí que los encargados de hacer, aplicar e interpretar esta ley, son los funcionarios emanados en su gran mayoría de las filas partidarias o producto de las negociaciones entre los dirigentes. Deberíamos esperar que se tratara de sujetos honestos, profesionales y capacitados.

La expectativa, como se ha dicho, es que operarán como filtros de primer nivel, evitando que a las elecciones constitucionales se cuelen hampones e ineptos. Sin embargo, son éstos quienes tienen las mayores oportunidades para acceder a las candidaturas y de allí a los jugosos puestos públicos. La corrupción que alcanza alturas insospechadas en los gabinetes federales y locales, empieza con las postulaciones de candidatos. Allí, se imponen la compra de los militantes, la enajenación de las conciencias y toda clase de triquiñuelas, incluyendo amenazas y crímenes.

¡Cuántos alcaldes, gobernadores y presidentes sinvergüenzas nos han endilgado, a partir de los plebiscitos internos! Su realización muy poco ayuda a lograr la selección adecuada. Pero sí ha servido como escaparate para presumir la existencia de relaciones democráticas internas. De hecho, con frecuencia, líderes populares, fanfarrones aventureros, millonarios deseosos de invertir en el rentable negocio de la política se ganan sin graves dificultades el favor de las masas, para convertirse en gobernantes depredadores. ¿Cómo, si no, en presencia de la pauperización extendida en el mundo del trabajo? Basta disponer del dinero suficiente para adquirir y repartir bienes diversos entre los siempre necesitados de los más elementales.

Leyes omisas, ineficaces instrumentos de control, impunidades a la hora de sancionar a los autores de ilícitos, conformismo y cobardías, hicieron degenerar el sistema de consultas en un mecanismo de propaganda para elevar a los peores.

  
En este juego de máscaras, una lección fundamental ha sido olvidada: el partido debe ser garante de sus abanderados, así los haya escogido por medio del nombramiento o de votaciones multitudinarias. En este aval radica el interés primordial de la sociedad. Vale repetirlo: el objetivo es hacer que los puestos estatales sean ocupados en función del mérito, la fortaleza moral, el talento de los individuos. Hace mucho, los partidos han olvidado o repudiado de plano esta función.
Para prestar este respaldo de credibilidad, el partido debe antes ganársela él mismo. Ello se consigue mostrando en cada caso la solidez de su adhesión a los principios, la congruencia en las posiciones, la intransigencia para defender libertades e igualdades. La prisa y voracidad para llegar al poder o para mantenerse en el mismo han diezmado o destruido la consistencia de los partidos. En México no hay uno sólo que haya escapado a estas tentaciones. A veces, han pagado muy caro las incongruencias. La debacle del PRD, por ejemplo, está directamente conectada con sus pésimas candidaturas, sus vergonzantes alianzas y la dilapidación del capital histórico que tuvo en su fundación.  

Es un hecho que los partidos políticos están en crisis. El déficit en el cumplimiento de todas las tareas mínimas demandadas de las organizaciones políticas es colosal. Diríase que en vez de cumplir con estos trabajos, actúan a contrapelo de los mismos. Ni hacen ni dejan hacer. Quizá ninguna institución pública haya acumulado tanto desprestigio y tal cantidad de reprobaciones.

Sin embargo, a sus burocracias no les llega la gravedad de la circunstancia, están boyantes y con la mesa del banquete servida. Para ellas no se advierte ninguna situación difícil. Es por eso que la mata sigue dando y continúan apareciendo nuevos organismos. Ninguno de los anteriores muestra visos de esfumarse.

De donde insisto en la pertinencia de la pregunta: ¿qué hacemos con los partidos?

 

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