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1803 25 Marzo 2015

 

 

Una extraña luz azul
Eligio Coronado

 

Monterrey.- Entre el cuento psicológico y el de terror surge un puente que los une cuando la cordura se rompe. En Luzazul*, del maestro Francisco Juventino Ibarra Meza (Montemorelos, N.L., 1962), el personaje central es presa de diversos temores, siendo uno de ellos el que más lo atormenta: el agua fría de la regadera.

En efecto: “Nunca había sabido por qué entraba en pánico cada vez que me metía bajo la regadera… más cuando el agua, que parecía despeñarse hacia el precipicio donde estaba parado, era fría” (p. 6).

Además del agua, hay una extraña luz azul que lo ciega: “se aceleraba mi pulso, se entrecortaba mi respiración, todo giraba a mi alrededor en un torbellino negro y una intensa luz azul cegaba mi vista y todos los sentidos” (p 6).

Una noche decide enfrentar esa tortura, pero fracasa: “Cuando (…) vi el brillo de la luz enredado en los chorritos de agua que se escurrían por mi cabeza, se me heló la sangre, mi cuerpo empezó a temblar y los puños se crisparon de tal manera que los nudillos me dolían como si hubieran sido aplastados” (p. 10).
A continuación, la luz azul lo transporta hacia un mástil que está: “a más de veinte metros de altura, en medio de una furiosa tormenta (…). La borrasca se precipitaba hacia la cubierta de un barco que se agitaba en un mar ensordecedor (…), que bramaba de furia y se retorcía en mil marejadas contra el viento” (p. 11).

En consecuencia, el barco no resiste en vendaval y el mástil: “cayó a la superficie agitada, dio varios vuelcos hasta que se precipitó lentamente hacia el fondo del mar” (p. 12-13).

En ese momento, nuestro personaje presiente su muerte: “Tuve la certeza de que era mi fin (…), traté de librarme de las ataduras una y otra vez, conteniendo la respiración, haciendo fuerza con todo mi cuerpo y mi espíritu… pero todo fue en vano (…). Cerré los ojos, me abandoné, mientras me hundía para siempre” (p. 13).

Pero no murió, el que sí lo hizo fue su temor: “Desde esa noche aciaga, no he vuelto a sentir la angustia, aquel pavor por el agua en mi cara” (p. 15).
Al final, el autor considera que todo se originó por su “pasión por el mar y el gusto infantil de jugar a los piratas” (p. 14), pues tiempo después enteró que: “en la época de los barcos de vela a los marineros que se les daba la función de vigías se les ataba fuertemente en su puesto, que estaba en lo alto de los mástiles, para que por cansancio u otra causa no cayeran” (p. 14).

Otra causa podría ser, según el autor, que ese temor tenga sus raíces en una vida pasada: “No sé si sea verdad que vivimos otras vidas antes (…) o si la existencia es una sola y se da por etapas que pueden leerse como si fuera un enorme palíndromo todavía sin resolverse, pero me ha quedado la sensación de que hay mucho lodo que remover en la eternidad para vivir en paz por un momento” (p. 15).

 

* Francisco Juventino Ibarra Meza. Luzazul. Monterrey, N.L.: Editorial Poetazos, 2015. 15 pp. (Serie: ¡Lonol!)

 

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