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1848 27 Mayo 2015

 

 

De obscuridad y otros infiernos
Eligio Coronado

 

Monterrey.- En De obscuridad y otros infiernos encontramos que la poesía de Luis Spencer se debate entre el entorno y el proceso creativo.

Por un lado, deplora la inoperancia de los mecanismos sociales y por el otro se refugia constantemente en su vocación literaria: “yo seguiré con mis palabras sin perseguir ningún resultado, / ya que es una de las formas de poder sentirme vivo, / en contacto con mi alma. / Es un psicoanálisis personal y esotérico, / es algo natural / es algo necesario como el agua” (En pausa, p. 59).

Su espíritu se exalta con facilidad por la insatisfacción que sufre ante la falta de estímulos y por ello recurre a la tabla de salvación que constituye su pluma, la cual siempre, como un salvavidas metafórico, lo rescata de las aguas turbulentas de la rutina: “Mi pluma se desborda al caer las gotas de lluvia sobre / el asfalto, / la imaginación vuela hacia lugares extraños, pero conocidos; / la gente corre por las calles tratándose de resguardar / de la tempestad, / mientras mi pluma no deja de escribir, / no deja de volar, / no deja de mojar de tinta un pedazo de papel” (Llovizna, p. 28).

Pero el espíritu de Luis no está maltrecho ni desanimado. Como los buenos combatientes, sólo se detiene para tomar impulso, antes de volver a la carga pluma en ristre. Y es que si bien la realidad lo vulnera, también se ha convertido en su elemento temático, ése que Luis no puede eludir porque ya forma parte de su equipaje: “Sólo me dejo llevar por esa magia interior, / esa voz que no invoca palabras, / sino sentimientos / de paz, de amor, / mismos que me conectan con la fuente de toda existencia, / que me hacen rendirme a lo sagrado, / a mí mismo, / a la propia luz” (El viento, p. 14).

Luis deplora ese territorio donde todos hacemos como que convivimos en paz, mientras somos pasto de la propaganda oficial que nos pinta maravillas que en realidad son espejismos construidos con palabras: “Fui a buscar soledad con ruido en aquella barra de un bar, / fui a buscar olvido, / fui a buscar una plática de esas inverosímiles, / fui a buscar fiesta a mi alrededor, sin ser parte de ella, / para sentirme acompañado sin acompañantes. / Quería música, risas, gritos, algarabía ajena” (Soledad, p. 41).

Pero Luis tiene la ventaja de percibir más allá de dichos espejismos que nos desorientan y de los otros que nosotros mismos nos inventamos, y por ello su palabra siempre es lúcida y reveladora: “mi alma no quiere descansar, / mi alma sólo quiere beber más vida, / fumar más sueños y cantar más fantasías. / Suelten mis brazos, dejen libres mis pies de cadenas, / desamarren mi corazón, / para así poder volar y tocar al fin la libertad” (Con mis demonios, p. 24).

Así es Luis Spencer (Monterrey, N.L., 1980) y así es su poesía: impetuosa como un latigazo, apasionada como un espíritu en ebullición y contundente como un desgarramiento: “Hoy me tomé un tequila con José Alfredo, / me aventé de la tercera cuerda con el Santo. / Hoy fui tan rudo como Blue Demon, /  tan claro como Cantinflas / y tan borracho como Jorge Negrete. / (…) / hoy Pedro Infante silba el himno mexicano, / hoy Benito Juárez exige barra libre de alcohol, / hoy los niños héroes saltan de mi balcón, / hoy don Miguel Hidalgo declara mi Independencia” (Festejo al 10 de agosto, p. 66).

 

* Luis Spencer. De obscuridad y otros infiernos. Monterrey, N.L.: Resolana Ediciones, 2015.  70 pp.

 

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