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1892 28 Julio 2015

 

 

Das Lied des Bahnhofs*
Joaquín Hurtado

 

Alemania.- Aparte de asuntos familiares, he venido a estos puertos a hacer un trueque cultural. Hablaré ante jóvenes de Göttingen de los cholombianos de mi barrio poderoso; Alemania me regala a cambio sus estaciones de tren. Yo salgo ganando.

Depende del destino es el tipo de tren que uno debe tomar. Es impresionante la automatización del proceso para adquirir el billete y elegir horario y ruta. Siempre me siento  amedrentado al enfrentar una de esas cajas cibernéticas, obedientes pero siempre despiadadas, dispersas en todas las terminales. Mi cultura es paleolítica frente a los modos deshumanizados que dominan la vida cotidiana del primer mundo.

El sistema también está disponible en la internet en más de doce idiomas, si uno es del tipo de viajero burgués, organizado, aprehensivo, loco de puntualidad. Deutsche Bahn es el método tradicional (es un decir) para investigar a fondo la infinita red de destinos y precios que te llevan de un punto hacia otro, de un villorrio medieval hasta una gran ciudad, conectando al país con toda Europa; cruzando ríos, cordilleras, valles, realidades, fronteras: http://www.bahn.de/p/view/index.shtml

Una Bahnhof es permanente fiesta sensorial, pasarela de modas, ramillete de cuerpos jóvenes y azules ojos, torre de Babel, confluencia de máquina y carne, tradiciones y zozobras. Un territorio de nadie donde señorea la mirada.

El inmortal Julio Cortázar vive en los pliegues de estos empalmes de vías y murmullos que ascienden y se estremecen en fuga perpetua sin moverse del mismo sitio. Aquí entran en juego intensidades y refinamientos para el paladar, el olfato, la emoción, la nostalgia, el deseo. En mi caso puedo estar horas viendo arribar y partir ferrocarriles, es una debilidad que tengo desde la infancia, cuando en mis tiempos aún contábamos con una red ferroviaria barata aunque jodidona. Tomo nota de lo que veo, escucho, imagino.

En Alemania, como en todo el continente, existen distintas empresas que dan servicio de transporte de pasajeros. Sus precios son distintos porque dependen de las necesidades del cliente. Si usted quiere lujo, confort, velocidad, servicios a bordo, exactitud, no se preocupe, en Alemania casi todas las compañías ofrecen altos estándares de calidad. Digo “casi” porque la mano humana o los fenómenos naturales pueden alterar la precisa relojería de sus conexiones. Si una bellísima nota del tren de salida se altera en Colonia, las consecuencias son catastróficas; pueden afectar la armonía del sistema con efecto dominó, y acabar muy mal la cadencia de la rola en un punto tan lejano como Dresden. No se diga cuando los trabajadores se ponen en huelga, estos sindicatos no son cosa de juego.

No es lo mismo viajar en el ICE que en el Regional. El primero es algo así como una flecha sobre rieles, con pocas escalas, restaurante con bocadillos y vino tinto, infraestructura para usar chácharas electrónicas y hasta internet a bordo. Todos los trenes cuentan con sanitario a bordo. El Regional es el pollero de nuestra cultura de pachorra entrañable, por lo tanto es más económico. A mí me fascina este convoy porque su itinerario me permite apreciar campiñas, castillos, gente,  factorías, flora, acentos.

En Alfeld an der Leine al sur de Hanóver, por ejemplo, podemos apreciar desde la ventanilla una obra muy famosa en la historia del arte, autoría nada menos que de Walter Gropius y Adolf Meyer, la Fagus Werke. Los trenes pasan de largo y desdeñan el complejo construido en 1911, como si se tratara de una vulgar recicladora de cacharros.

Hay mucha competencia entre las compañías y apuestan fuerte por atraer usuarios. Todas las empresas ofrecen paquetes especiales con precios accesibles para mochileros, familias, viajeros con bici y mascotas incluidas. El fin de semana abre un abanico de posibilidades para pobretones patadeperro y amantes de las estaciones como es nuestro caso.

Me encantan las gigantescas estructuras que trepan en el aire y sacan la lengua frente a los ventanales de vecindarios decadentes como en Berlín, viborear chucherías en las vitrinas de la Hauptbahnhof de Hanóver, tensar los nervios en la electrizante diversidad humana de Hamburgo y dejarme llevar por la poesía y la risueña nostalgia de las paradas en pueblitos perdidos en la inmensidad germana. Muchas son casonas de ladrillo con tejados muy pronunciados que siempre me recuerdan nuestra estación del Golfo, hoy Casa de Cultura, allá en mi Monterrey cholo y arrogante.  

Me monto a la carrera en el segundo piso del pollero entre Hamburgo y Uelzen. Mi barriga se acaba de llenar con un Matjesbrötchen, bocadillo de pan duro relleno con arenque curado en salmuera, casi crudo, que me pasé por el gaznate con agua del grifo, mientras mi corazón repetía el verso de Pessoa:
Navigadores antigos tinham uma frase gloriosa: “Navegar é preciso; viver não es preciso”.

* La canción de la estación central.

 

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