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1902 11 Agosto 2015

 

 

Despedida del Café Brasil
Gerson Gómez

 

Monterrey.- Ingresar en el Café Nuevo Brasil fue por mucho tiempo parada obligatoria de los regiomontanos despreocupados y un poco bobos, a la usanza francesa de burgueses bohemios.

Para militar en el periodismo con causas sociales, tocar base y ganarse la nota, adentrarse en los anales de la música regiomontana con los intérpretes y compositores norestenses, conversar con los actores de la política local y nacional, para sentarse y suspirar conociendo nuevas posibilidades amatorias, había que traspasar los vitrales del local con puerta de aluminio en la calle Zaragoza, casi esquina Washington, al costado del periódico El Norte.

Por las tardes encontrarse bebiendo infusión de manzanilla a Geroca, deslizarse por entre las mesas a Nicho Colombia con el sombrero colombiano, confesarse de sus cuitas emotivas a Aristeo Jiménez, ponerse al día en asuntos contables con Ventura Gamez, dibujando en libretas Sergio y Jaime Flores, Juan Tabitas, Chava Komix, Óscar Carreño y Polo Jasso.

Ya entrada la noche, Pedro Rodríguez (Fufito), acompañado por su séquito sensual de hermosas damiselas, seleccionando nuevos frentes de batalla social con Raúl Rubio Cano.

A don Joaquín Hurtado repartiendo besos como desfile mientras las damas feministas lo adoraban. Mario Rodríguez Platas lanzando frases como consignas del gay pride, en una selecta mesa, con Romualdo Gallegos y Mike Pérez Medellín.

Llegaron las nuevas generaciones, Diego Enrique Osorno, Adriana Esthela Flores y Raymundo Pérez Arellano, conversando entre tragos con Daniel de la Fuente, David Carrizales y Luciano Campos. Enumerar a todos llevaría todo el espacio de las letras en esta página.

Ahí nos citamos muchas veces con Celso Piña o con Tony Hernández, de El Gran Silencio, con vistas a proyectos que en ocasiones bien terminaron.
En el recuento físico de comensales, se adelantaron de este plano Alicia, quien fue mucho tiempo mesera, Dulce María González, Rubén Hernández Mojica, Carlos Monsiváis y Federico Campbell, de los recuerdos ocasionalmente sentados conversando con los parroquianos.

El Café Nuevo Brasil fue la guarida amable hasta el desgaste decadente administrativo, la covacha de quienes trashumantes necesitamos del Monterrey nocturno, matutino o vespertino.

Fue esa válvula de escape en la olla de presión de la memoria, la que ahora sólo queda con el largo sabor añejo de la nostalgia.

 

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