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1925 11 Septiembre 2015

 

 

Los dueños comerciales de la letra
Eloy Garza González

 

San Pedro Garza García.- Los e-books amplían la oferta de lectura de novedades editoriales y por ende benefician nuestra capacidad cognitiva, pero no podemos estar de acuerdo con ningún tipo de monopolio físico o digital.

Y Kindle, creado por la tienda virtual Amazon, es desde cualquier ángulo, un monopolio.

Intente el lector infringir cualquiera de las políticas que fija unilateralmente Amazon en su contrato de Kindle y en un santiamén todos los libros que compró en línea desaparecerán de su almacenamiento virtual.

Usted podrá reconocer resignadamente que Amazon está en su derecho de retirarle de su vista los libros digitalizados que compró porque no cumplió con lo pactado en los acuerdos comerciales, es decir, con la letra chiquita. Pero el hecho es que usted había comprado unos libros; no los había "rentado".

Los adquirió en el entendido de hacerlos de su propiedad, como se compra una silla o una lámpara, no para arrendarlos, lo cual significa que, a diferencia de la silla o lámpara, esos libros virtuales nunca le pertenecerán.

De otra manera no se explica esa cláusula ventajosa y arbitraria de que “Amazon tiene derecho a cerrar la cuenta de usted y eliminar su contenido” y que “se trata de una decisión irrevocable”.

¿Se nota la diferencia que implica comprar átomos a rentar bits? ¿Se percibe que los lectores estamos en manos de un monopolio de la lectura que nos quita y nos da a su antojo textos en línea?

Cuando compramos un libro digital en realidad alquilamos bits que serán nuestros en tanto Amazon no decida que violamos alguno de sus términos de servicio, por cierto, nunca aclarados del todo.

Quienes compramos bits (que equivalemos a quienes compran libros físicos, con páginas para hojear) no los tenemos en nuestras manos, ni podemos heredarlos como antes se heredaba una biblioteca. Estos bits son un préstamo. Así de simple. Hay una gran diferencia entre guardar un libro en una estantería y verlo aparecer en Kindle.

No será necesario en un futuro que se lleve a la práctica la quema de libros por parte de la autoridad para proteger a los ciudadanos del “peligro” del conocimiento, como sucedía en la novela de Ray Bradbury Fahrenheit 451. Basta con que la censura nos quite la fuente de lectura para dejarnos con nuestra ignorancia al desnudo.

 

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