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1931 21 Septiembre 2015

 

 

LA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO
Medir la (in)estabilidad social
Edilberto Cervantes Galván

 

Monterrey.- Con motivo de las fiestas de la Independencia se planteó la pregunta de hasta dónde México disfruta de soberanía en un mundo globalizado.

La globalización implica la adopción de políticas, instituciones y mecanismos, que han sido diseñados para homologar criterios en las relaciones económicas internacionales.

Así, cuando el gobierno mexicano declara que habrá disciplina en el gasto, que el gobierno será responsable y austero; lo que está haciendo es ratificar su adhesión a los criterios del FMI y el Banco Mundial en cuanto a déficit presupuestal y ejercicio del gasto público.

Por su parte, el Banco de México ofrece prudencia y tranquilidad a la comunidad internacional y que no tomará medidas que contribuyan a generar turbulencias. A pesar de que, en agosto pasado, los inversionistas extranjeros sacaron de la Bolsa Mexicana de Valores más de 10 mil millones de dólares, cantidad similar a las subastas de dólares del Banco de México.

De esta forma el gobierno federal demuestra su responsabilidad con la comunidad financiera internacional y así contribuye a evitar mayor desorden económico.

Si bien se reconoce en el discurso oficial que la economía mexicana tiene más de veinte años sin crecimiento, que el valor adquisitivo del salario ha ido a la baja en ese periodo, que el desempleo entre los jóvenes egresados de las universidades va en aumento, que la pobreza afecta a más de la mitad de los mexicanos, que la educación acusa debilidades, todo esto se toma como temas que en su momento se atenderán o resolverán. En algún momento en el futuro. Se da a entender que no se puede hacer más de lo que ya se hace.

Se identifican con precisión los efectos en México de la crisis económica global, pero no se reconocen los rasgos y riesgos de la crisis social que se vive en el país.  

Mientras tanto la estrategia es seguir actuando como hasta ahora, mantener el rumbo y perseverar en la instrumentación de las reformas estructurales.

La sensibilidad ante los fenómenos financieros es tal que las variaciones de unos cuantos puntos en las bolsas de valores, en los índices de confianza de empresarios y consumidores, o en las cotizaciones del peso, generan de inmediato reacciones, declaraciones y posicionamientos de las altas autoridades económicas.

Esa alta sensibilidad ante las variaciones en los índices de tipo financiero no se corresponde con una sensibilidad similar ante los fenómenos de índole social.

Como si el aparato económico transitara por encima o por separado del ámbito social. Por ejemplo: durante varios años se mantuvo la tesis de que la violencia asociada al combate al crimen organizado (miles de muertos, bombazos, asaltos)  no afectaba el clima de negocios; hasta se argumentaba que, como ahora en Egipto, los turistas seguían visitando nuestros centros vacacionales.

De repente, cuando se publica la encuesta correspondiente, se reconoce que el desempleo es algo que debe preocupar ya que los jóvenes ninis están expuestos a caer en conductas equívocas, pero cuando se plantea la necesidad de mejorar el salario de los trabajadores se levanta una ola de indignación y se acusa de populistas a los irresponsables que lo proponen.

El discurso de los derechos humanos no se traduce en una política humanista. La CNDH, que hace una gran tarea, no logra ver, por encima de los expedientes, que las políticas del gobierno inhiben el acceso a  mejores niveles de bienestar. Se censuran las violaciones pero no se señalan las omisiones. Entre la desaparición de 43 estudiantes normalistas y la cifra histórica de 25 mil desaparecidos hay un claro déficit de atención.

Habría que buscar un equilibrio en las políticas de gobierno, las económicas que favorezcan el crecimiento y las sociales que eleven el bienestar. En lugar de estabilidad o estancamiento económico y retroceso social.

Las dos dimensiones debieran ser atendidas con igual urgencia por el gobierno y la sociedad y con una medición de los resultados, a corto plazo, tan acuciosa como la que se utiliza para medir el nerviosismo en los mercados financieros.
El formato de los noticieros en los medios debería cambiar, además de las ya tradicionales secciones de información económica, para integrar un nuevo contenido sobre la dimensión social de la crisis o la recuperación.

Hasta ahora la atención se centra en los reflejos financieros del “nerviosismo de los mercados” sin poner atención a los efectos en la inquietud social que provoca el cierre de una empresa, el incremento en los precios de los consumos básicos, o los resultados de alta reprobación y deserción en las prepas.

Así, habría que tomarle, a diario, el pulso a la inquietud social ligada a la pobreza y a la desigualdad, a la falta de empleo, al bajo nivel de ingreso, a la falta de servicios médicos, a las minipensiones, etcétera, etcétera.

 

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