Suscribete

 
1931 21 Septiembre 2015

 

 

Marco Aurelio Carballo
Hugo L. del Río

 

Monterrey.- Más que la muerte, duele la ausencia. Se fue mi gran amigo Marco Aurelio Carballo, reportero de raza y escritor de fina sensibilidad y prosa limpia y poderosa. Se habrá llevado su grabadora para trabajar entrevistas, su género predilecto.

Lo veo saltando de una nube a otra en sesión de preguntas y respuestas. Material exclusivo, desde luego. Inspirado en la turbocrónica de su invención, publicó más de veinte libros. Recuerdo el primero: una modesta edición de narrativa breve con el título de “La tarde anaranjada”. Corría, creo, el año del 77 y me conmovió para toda la vida el relato corto del encuentro entre un granadero y su hijo universitario en uno de tantos zafarranchos del 68.

No diré que Mac escogió dos de los oficios más difíciles porque, en realidad, fueron el periodismo y la Literatura quienes como padres tan amorosos como crueles lo adoptaron. Era tarea de romanos destacar en la Redacción de nuestro Excélsior: diaria brega la de competir con grandes firmas.

Carballo se impuso a fuerza de usar el cerebro y golpear las teclas. Causó sensación su reportaje sobre los grandes lienzos y óleos que El Prado expuso en la vieja y noble casona de San Carlos: Goya, El Greco, Velázquez, Murillo y todos esos gigantes que nos enseñaron a ver el alma de los hombres y las luces y sombras de la vida y la muerte. Carballo y yo nos hicimos amigos en el 72. Participamos en la fundación de Proceso pero nuestra aportación fue flor de un día: los primeros meses aquello era una campana de neurosis.

Manuel Becerra Acosta nos invitó a crear Unomásuno. El periódico no se hizo con tinta y papel sino con nuestra sangre y nuestra piel. Los dioses amaban a Mac. Ahí conoció a Patricia Zama, entonces joven estudiante empeñada en aprender y ejercer el oficio. Casaron y Patricia le dio algo que Mac nunca había tenido: un hogar. Sólo la muerte pudo disolver el matrimonio. Durante años fuimos vecinos: café todos los días en El Parnaso y uno que otro lingotazo de güisqui en El Caballo Bayo, con escala en la también parnasiana librería.

En Tuxtla Gutiérrez el editor nos puso de “chofera” a una gigantesca lesbiana analfabeta, nica ella de por lo menos un metro 82. Enamoradísima de su novia, confundía el freno con el acelerador y se pasaba alegremente los altos al tiempo que nos recitaba los poemas que le inspiraba su amada. Hubo sesión con TETA. Esto es, Tomadores Efectivos de Tequila Auténtico.

Estuvimos en Tapachula, la patria chica de Mac, con mucha marimba y una mar en eterna disputa con la selva. Una noche que viajábamos al puerto –en México, Veracruz, con La Parroquia, los faros y el castillo español fue, es y será el único puerto– nos querían bajar del tren precisamente frente a un cementerio poblado por miles de murciélagos.

Tantas aventuras, tanta plenitud de vida. Abuelos setentones en diario juego de travesuras de preparatorianos. Uno viene a este mundo a tener amigos como Mac y Patricia; a leer y escribir; a comer y beber; a escuchar poesía e ir al cine para volver a ver “Casablanca” y las películas de Woody. Lo demás no importa gran cosa.

Pero un día se fue el gozo y entró el dolor. El cáncer martirizó a Mac durante dos años hasta que la dama de blanco le ofreció el descanso. Salió del valle mi alegre compadre de Coyoacán. A donde quiera que vaya, si es que los difuntos pueden ir a algún lugar, lo arropan el amor de Patricia; los hijos, Bruno y Mario, y los amigos.

El Sol sale todos los días y la Luna gobierna los eternos misterios de la mar océano. Pero como que la luz ya no es tan brillante y la oscuridad es más densa. ¿Será  eso, tú? No, lo que sucede es que uno se va quedando solo.

Tagore me prohíbe la tristeza. La muerte física, dice, no nos quita nada de la verdad y la grandeza del alma. Así sea.          

hugo1857@outlook.com

 

Su nombre :
Su correo electrónico :
Sus comentarios :

 

 

15diario.com