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1977 24 Noviembre 2015

 

 

Motivos (endebles) para celebrar la Revolución
Eloy Garza González

 

Monterrey.- La Revolución Mexicana ascendió a los generales a la cresta de la ola de la política nacional. Antes, durante casi todo el siglo XIX predominó la mano de caudillos con mayor o menor fortuna.

Pero los generales, como “espíritu de cuerpo”, casta o sector castrense solo vivieron su protagonismo gremial a partir de la gesta armada de 1910. El poder era cosa de hombres (según la machista expresión), y los militares eran los monopolizadores del machismo político.

Sin embargo, contra lo que pudiera pensarse, no es extensa la bibliografía sobre el predominio castrense en la etapa revolucionaria de México. Abundan, eso sí, los libros autobiográficos de militares (cualquier general debía plantar un árbol, tener un hijo y escribir sus memorias sobre cómo salvó a la Patria). Los panegíricos sobre Carranza y Obregón son profusos, pero más difíciles de encontrar son las versiones reales de esta etapa histórica. ¿Por qué su importancia? Porque en esos años se gestó el moderno Estado mexicano que hasta hoy tristemente nos dirige.

Los mexicanos hemos corrido la especie de que los generales de la Revolución eran rudos, incultos, groseros y de gatillo fácil; respondían las discusiones a sombrerazos y el corolario a cualquier negociación era un balazo en la sien del debatiente. Para ellos, debatir era batirse.

Sin embargo, quien más quien menos, algunos generales eran tan finos que se inventaron un Estado nacional a partir de retazos y escombros porfiristas; se replegaron casi por voluntad propia a un partido (que en realidad era un entero) fundado en 1929 (el PNR, luego PRM, luego PRI) y aceptaron la evolución de las costumbres políticas a fin de evitar, de entonces en adelante, las tradicionales asonadas, cuartelazos, golpes de Estado y el hábito malsano del “quítate que ahí te voy”.

Lo lograron a medias. El país transitó por un periodo de paz pública, así fuera artificial, hasta que los leguleyos (que también en su mayoría eran jilguerillos) quisieron entrarle a la grilla. Los sucedieron los oscuros tecnócratas, hasta entonces concentrados en contar y administrar. Y como expertos en la alquimia económica, también quisieron gobernar. Las diferentes profesiones llamadas liberales se creyeron con autoridad moral para gobernar legítimamente y los militares aceptaron las nuevas reglas del juego. El poder cambió de manos, y algunos dirían que hasta de pies. Así que por la Presidencia de la República acabaron desfilando abogados, economistas y hasta rancheros iletrados que vendían coca colas. Así fue y así nos fue.

Este estilo mexicano de hacer política, que permanece idéntico tanto con priistas como con panistas, lo mismo con abogados que con tecnócratas, tuvo sus orígenes en los años treinta con el maximato. ¿Cuál es este estilo? Verticalidad en el control del poder, disciplina al partido (nadie se mueve si no es con la venia del inquilino de Los Pinos, que ahora vive más gusto en La Casa Blanca), acuerdos cupulares y manejo del gobierno como propiedad privada.

Pero ahora ya no gobiernan los militares, ni los leguleyos, ni los tecnócratas, ni los vendedores de coca colas. Gobierna a medias Peña Nieto, y a medias el crimen organizado. Y ante este retroceso irrefutable, la intención de edificar un Estado mexicano por parte de la Revolución Mexicana permanece como expectativa y proyecto inacabado.

 

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