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2008 6 Enero 2016

 

 

De mal en peor
Claudio Tapia

 

Monterrey.- Hay eventos políticos que confirman que en nuestro país tiene plena aplicación el oxímoron: estábamos mejor cuando estábamos peor. Ejemplos hay varios, pero me detengo a señalar sólo uno de ellos.

Para darle la vuelta al hartazgo ciudadano de la partidocracia que corrompió todo el régimen de representación política, los partidos, para sobrevivir y seguir parasitando, suelen recurrir a la fructífera estrategia de postular como candidatos para algunos cargos de elección popular a personajes de la farándula, la televisión y el deporte, lo que no tendría nada de malo si no fuera por el hecho de que recurren a la popularidad de notables, desinformados de los problemas sociales, ignorantes de la función pública y analfabetas de la política y su oficio, pero eso sí, muy queridos por el pueblo.

La ignorancia de los complejos problemas que encierra la vida pública y de los saberes que requiere su adecuada gestión, permite a los improvisados gobernantes suponer que basta con echarle ganas para llevar a feliz término el encargo político basándose en la honra de no ser un político, ser honesto en consecuencia (cosa que está por verse), tener sentido común (cualquier cosa que eso quiera decir), actuar con buenas intenciones (¿definidas por quién?) y sobre todo, obedecer ciegamente lo que creen que la gente que los votó desea que hagan.

No hacen falta proyectos, acuerdos políticos, políticas públicas, análisis de problemas ni propuestas y estrategias de solución. Son incapaces de eso. Para ellos, gobernar es muy sencillo, gobernar es hacer lo que los gobernados quieren que se haga. “El que paga manda”, dicen en Monterrey.

Ejemplo: Cuauhtémoc Blanco, nacido en la colonia Tlatilco, delegación Azcapotzalco y avecindado desde niño en el barrio de Tepito, en el Distrito Federal, quien, postulado por el Partido Social Demócrata de Morelos, resultó electo Alcalde del Municipio de Cuernavaca.

Su mundo siempre fue el del futbol –y nada más–; en él, logró destacar al grado de convertirse, merecidamente, en gloria nacional. Pero le propusieron otra forma de seguir jugando: le ofrecieron gobernar y se cambió de cancha y equipo.  

Así fue como el gran Cuau llegó para gobernar el municipio conurbado de la ciudad de Cuernavaca, zona infiltrada por el crimen organizado, que genera más violencia que la del área de Acapulco, lo que es decir demasiado. El asesinato de Gisela Mota, alcaldesa de Temixco, municipio integrante de la misma ciudad, a un día de ocupar el cargo, lo confirma.

Pero resultó que ante la creciente e incontrolada inseguridad en la capital del Estado de Morelos, el Gobernador Graco Ramírez (que no es una pera en dulce), al intentar implementar el discutible mando único de las policías federales estatales y municipales convenido previamente, se encontró con la resistencia del indignado y vociferante futbolista convertido en político, quien calificó como “Golpe de estado” (sic) el intento de llevar a cabo dicho acuerdo.

Retó al gobernador a recorrer juntos el municipio que gobierna, casa por casa, para preguntarle a la gente qué es lo que quieren que se haga, y lo responsabilizó de lo que pudiera pasarle a él, su gabinete y sus cuates, visto lo que considera una grave amenaza, no del crimen organizado, sino  del gobierno del Estado. Hasta ahí sus argumentos y pronunciamientos de gobernante.

El encontronazo con sus exabruptos nos obliga a reflexionar sobre si el castigo a la partidocracia y su clase política negándoles el voto, es suficiente para lograr el ansiado cambio en el régimen de representación, porque el popular elegido resultó igual o peor que el político de profesión.  

Los resultados de la actuación de un electorado despolitizado, desinformado de los problemas que tendrá que enfrentar el elegido, incapaz de analizar y valorar el perfil del que gobernará, nos lleva a preguntarnos si acaso no estábamos mejor cuando estábamos peor.

 

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