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2011 11 Enero 2016

 

 

Cultura tributaria
Claudio Tapia

 

Monterrey.- Según J.J. Rousseau, el hombre suscribió el Contrato Social para salir de la época primitiva. Convino un nuevo orden social basado en la voluntad general que ama el bien común de tal manera que el hombre sólo debe pensar en sí al pensar en los demás. ¡Qué utopía más bella y seductora!

Pero no basta con suscribir el contrato social. El bien común, la seguridad, la salud, la educación la libertad, el crecimiento, la vida digna, cuestan dinero y mucho. Por eso, los contractualistas financieros consideran que para llevar a sus últimas consecuencias el contrato social, inmediatamente después, debió suscribirse otro contrato: el económico, necesario para financiar el tamaño y alcances del nuevo orden social.

Pero eso no ocurrió en nuestra nación. Los mexicanos firmamos el contrato social pero olvidamos suscribir el financiero.

La escasez de recursos para realizar nuestro proyecto de nación ha sido una constante histórica. Crecen nuestros problemas al tiempo que se reducen los recursos para resolverlos. Los ingresos no han alcanzado nunca.      

El gobierno, sencillamente, no sabe recaudar y los ciudadanos no estamos dispuestos a hacerlo. Peor toda vía, el gobierno se avergüenza de querer recaudar y los ciudadanos se indignan cuando se les pide que aporten más.  

Me parece que llegó la hora de desmitificar el problema fiscal si acaso queremos resolverlo. Primero, no es posible tener una nación próspera, viable, con destino, si no pagamos su coste.

Segundo, no es verdad que nuestra raquítica carga fiscal (porcentaje que guarda la recaudación respecto del PIB) alcanza para financiar el gasto público. Así se programe bien el gasto y no se despilfarren ni roben los recursos, el ingreso es insuficiente. No da para pagar los costes, menos aún para saldar deudas e invertir en el desarrollo. El ingreso petrolero se dilapidó.

Tercero, suponiendo que se recupera el botín producto del saqueo y que se gaste adecuadamente, tampoco alcanza para tapar el hoyo financiero, ni para enfrentar el creciente costo que tiene la solución de problemas que se acumulan y complican cada vez más.

Si tuviéramos un mínimo de cultura tributaria, en vez de asumir la contradictoria decisión de negarnos a regar el árbol hasta que dé jugosos frutos, estaríamos empeñados en el logro de objetivos que van más allá de la recuperación del botín y el castigo a los que han saqueado las arcas públicas.

Por supuesto que debemos avanzar en el fortalecimiento de los mecanismos de transparencia, información, rendición de cuentas, y participación ciudadana tanto en el ingreso como en el gasto. Pero también debemos mostrar indignación ante la inequidad del sistema tributario que gravita sobre asalariados, y pequeños y medianos contribuyentes, dejando fuera a los que tienen alta capacidad tributaria porque son los que se benefician y acumulan más.

Hay que presionar para que se combata la evasión fiscal de los grandes contribuyentes y desaparezcan los regímenes de exención, privilegios, perdones y quitas, para los que acumulan más riqueza. Porque roba a la nación, tanto el que toma para sí lo recaudado como el que deja de aportar lo que le corresponde, así se apoye en leyes hechas a modo.

Si tuviéramos cultura tributaria, en vez de negarnos a pagar y poner todo nuestro empeño en buscar culpables, estaríamos presionando para que se amplíen las contribuciones y aporten más los que más tienen porque son quienes se sirven mejor del país y su comunidad.  

Pero no es así, cada vez queremos aportar menos y recibir más. Queremos vivir como en el primer mundo, contribuyendo como en el tercero. Queremos un estado débil, empobrecido, pero eficiente.

Por su parte, nuestros populistas gobernantes prometen, irresponsablemente, reducir y quitar contribuciones. Al fin que todavía quedan activos nacionales de los que se puede disponer. Privatizar y vender es la manera con la que históricamente hemos saldado el déficit fiscal.

Intentar cobrarle a los acívicos contribuyentes lo que cuesta tener un país con destino, es impopular y hasta peligroso. Así no se ganan elecciones.

 

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