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2021 25 Enero 2016

 

 

Querido joven nonagenario
Hugo L. del Río

 

Monterrey.- El maestro Israel Cavazos Garza es uno de los orgullos de Nuevo León y México. La Rectoría de la UANL empieza bien su andadura. El homenaje es para la persona en vida. Ya muerto, para qué sirven el aplauso, los panegíricos, las medallas y todo eso.

Mucho le debemos a don Israel. Nació bendecido por Clío, una buena diosa que arma a sus hijos con el amor por el conocimiento de nuestro pasado. “Hay que conocer la Historia”, dice el maestro Cavazos, “saber de dónde venimos para saber a dónde vamos”.

Tenía dieciocho años don Israel cuando fue a escudriñar en los archivos de la Catedral de Monterrey. Vocación de investigador; curiosidad que nada sacia; inquietud de hombre caballero que lo llevó a incorporar en su ADN el dato que registran los libros y los viejos legajos en esos depósitos de memoria humana que nos ofrecen la riqueza del conocimiento de nuestro origen.

A dónde no fue el maestro: aquí, pueblos, rancherías, congregaciones, caseríos; al otro lado de la mar de los atlantes Sevilla, Simancal, Corona de Aragón, Barcelona, Viena, Londres, qué sé yo. Repúblicas y monarquías reconocieron la nobleza de su faena.

Y cómo no, si de entrada identificó al cronista genovés Juan Bautista Chapa y para siempre nos ligó a los nuevoleoneses con la pequeña localidad gallega de San Juan, donde por vez primera en un bautizo le pusieron a un bebé el apellido de Garza.

El tránsito de su amada esposa, doña Lilia Villanueva, es –no fue: es– experiencia que desgarra, pero don Israel está fabricado con materiales de primera. Trabaja con amor y con sentido del humor. Nos regala su sabiduría y difunde su lección: “Cada tumba es una historia”. Querido joven nonagenario quien, ajeno a la fatiga, no sabe rendirse.

Descubridor de apuntamientos, nos enseña a llegar al lugar donde nace el arco iris: “Leer, leer y leer”.

Pie de página
¿Qué diablos le pasa a Jorge García Murillo? Todavía no calienta la silla de titular del Centro de las Artes de Conarte y ya está adoptando decisiones más propias del bronco que de un funcionario cultural. El pobre Conarte perdió la brújula y la casa desde que se fue el maestro Alfonso Rangel Guerra. Ahora el broncogobierno esconde al Consejo en la lejanía privatizadora de lo que fue Fundidora Monterrey. Supongo que para que no vaya nadie. Y Ricardo Marcos, de quien me había formado yo otro criterio, acepta dócilmente este trajinar de gitanos. Con el pretexto de la falta de espacio, García Murillo no se limita a lanzar a la calle a la Biblioteca al Aire Libre, que funcionó durante años. No: de un plumazo cancela una opción de intercambio y lectura de libros, sesiones de ajedrez, pláticas y conferencias, convivencia, discusión sana sobre el arte y la cultura. ¿Qué no sabe García Murillo que, precisamente en tiempos como los nuestros, el arte y la cultura nos enseñan que, más allá de la corrupción y los abusos de los poderosos, hay vida que vale la pena vivir? El pobre señor éste cancela la BAL sin darnos nada a cambio, salvo su regodeo de satisfacción al saberse usufructuario de una mínima parcela de poder. ¿Por qué no descerrajarle al Conarte el tiro de gracia de una mala vez? Podrían crear, en su lugar, el círculo de leyentes del libro vaquero con García Murillo como presidente. Ricardo, don Jorge: para defender la cultura y las artes no es suficiente con tener amplios conocimientos musicales o haber leído muchos libros. Como en todas las cosas humanas, hace falta poseer aplomo para espetarle al tlatoani un “no” cuando se equivoca.

hugo1857@outlook.com

 

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