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2036 15 Febrero 2016

 

 

Plancha casi vacía
Hugo L. del Río

 

Monterrey.- Millones de mexicanos viven jornadas de júbilo: el Papa está entre nosotros. Pero la plancha del Zócalo de la ciudad de México estuvo casi vacía y muy poca gente asistió a la ceremonia efectuada en la Basílica de Guadalupe.

Es un discurso de nobleza el que dirige a nuestro pueblo el Pontífice: condena la corrupción y la cleptocracia; pide al claro no actuar con servilismo ante “los faraones”; tiene palabras duras hacia esta “sociedad corrupta”; procura consolar a los dolientes: las lágrimas de los que sufren no son estériles y se pronuncia a favor de “un México donde no haya que emigrar para soñar”. Altos ideales de limpieza moral.

Pero el obispo de Roma, quien concedió el año pasado la indulgencia plenaria a los legionarios de Cristo, no hace milagros ni su mensaje cambiará a México. El señor Jorge María Bergoglio es un jesuita y la contundencia de sus palabras se pierde en las generalizaciones. Condena la corrupción pero, ¿se refiere a Peña Nieto, a los grandes empresarios, a los dueños de los sindicatos, a los capos de capos del tráfico de drogas… al sector conservador de las más altas autoridades católicas de todo el mundo?

En El País, Moisés Castillo escribe: “La figura sombría del Arzobispo Primado de México en el asiento de atrás del papamóvil era el retrato en movimiento de la incómoda relación entre Francisco y la conservadora jerarquía mexicana y muy especialmente con el ala de (Norberto) Rivera, que en tiempos de Juan Pablo II fue poderosísima pero en los últimos diez años ha ido menguando, sobre todo por una razón ominosa: la manera en que defendió a capa y espada al mexicano y fundador de la multimillonaria congregación de la legión de Cristo, Marcial Maciel Degollado, un ícono de la pederastia eclesial”. 

Francisco nos dice que el Paraíso será de los que sufren. Tal vez: pero, por lo pronto, en México se niega justicia con el mismo cinismo y crueldad con que se siegan vidas inocentes y se despoja de su pobre patrimonio a los humildes. El líder de mil millones de católicos condena a las clases opulentas que se apropian de “bienes que han sido dados para todos”. ¿A quiénes se refiere: a la cúpula del poder político, a los oligarcas que hacen fortuna con el hambre de sus trabajadores, a los obispos y cardenales que reciben millonarias donaciones de los barones de la droga?

Desde luego, La Jornada tiene razón: ésta es una visita de Estado. Nos quedamos con “la impresión de que el gobierno mexicano busca congraciarse con el Papa”. En México, la Iglesia católica pierde terreno… y fieles. Un estudio de la Universidad de Georgetown –eso queda en la ciudad de Washington– apunta que hace treinta años el 83 por ciento de los mexicanos profesaban la fe de Roma. Actualmente, la cifra se redujo al 69 por ciento.

En Chiapas, a pesar de la titánica labor y el sacrificio de don Samuel Ruiz, el 50 por ciento de la población se convirtió a la confesión evangélica. Para Enrique Peña Nieto, el soberano del Trono de Pedro es casi una tabla de salvación. Pero el diálogo es imposible y la negociación rendirá frutos para el Vaticano: el mexiquense no está a la altura del argentino ni en inteligencia ni en experiencia política ni en cultura ni en recursos dialécticos.

Así EPN, comulgante de rodillas, se dirija al ilustre visitante mil veces con el título de “Santidad” con serio quebranto del carácter laico del Estado mexicano, Francisco se lo comerá vivo, sin perder la sonrisa propia de la “viveza criolla” de que hablan sus paisanos.

La Iglesia de Roma sigue siendo una potencia. Pero la plancha del Zócalo estaba casi vacía.

hugo1857@outlook.com
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