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2036 15 Febrero 2016

 

 

Adiós a los políticos, bienvenidos los empresarios
Ernesto Hernández Norzagaray

 

Mazatlán.- Hubo una vez que la política la hacían hombres y mujeres que habían surgido de los sectores del PRI, de las organizaciones sociales adherentes del PAN o de los movimientos sociales en el caso de la izquierda. Este esquema de participación política respondía en mayor o menor medida al clivaje clásico de región, religión y clase planteado por Lipset y Rokkan sobre la formación de partidos políticos. Los empresarios interesados en la política partidista no constituían un partido de clase sino la hacían a través de los sectores o las cámaras del gremio, practicaban una suerte de entrismo corporativo y desde esa posición defendían sus intereses.

Solo ocasionalmente se subían a la arena política buscando un cargo de elección popular. Pero de un tiempo acá los personeros de los sectores y los movimientos sociales se han ido desvaneciendo en las candidaturas para Presidente, gobernadores y alcaldes de los principales municipios del país y los empresarios cada día ocupan más espacio político, ya sea a través de candidaturas, o como grupo de presión para influir en las decisiones del Presidente de la República o en los partidos políticos al punto de que es raro que las candidaturas importantes no sean para un empresario o un poliempresario, es decir, políticos que también son empresarios.

Entonces, estamos ante un cambio de la matriz originaria de los partidos políticos y del hacer de la política, y ese desplazamiento es un retroceso, porque toda sociedad necesita que sus “partes” se organicen para defender intereses en las instancias de decisión pública.

Y como en la política, como en muchas de las cosas de la vida, no existen los vacíos. Los empresarios se han apropiado paulatinamente de las decisiones partidarias y cada día vemos a más miembros de ellos en cargos públicos o se hace patente su influencia en la designación de candidatos en los partidos.

Y, bueno, se podrá decir en un sentido genérico que en la política siempre ha habido empresarios. Vamos, que la esencia de la política la domina la idea de la empresa en donde los partidos o grupos invierten un capital político con el fin de obtener beneficios, ya sean económicos pero también políticos.

Hace unos años el sociólogo español Ludolfo Paramio escribió un artículo sobre el tema para referirse a la actuación de los líderes de dos expresiones guerrilleras con gran influencia mediática y social: Sendero Luminoso y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN).

En ese texto, el ex ideólogo del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), apoyado en la tradición de la sociología inglesa, afirmaba que en ambos casos el núcleo básico de cada uno había realizado una inversión política en ciertas regiones de Perú y México. Sus líderes se habían sumergido en la vida cotidiana de comunidades susceptibles de influencia hasta madurar un proyecto político de largo plazo.

Ahí estuvieron por décadas hasta que decidieron aparecer en la plaza pública con miles de sus seguidores. La inversión política había dado sus frutos y no habían sido inútiles los sacrificios de “estar en las luchas y las aspiraciones del pueblo”, sino actos fundacionales emblemáticos. En el caso de Sendero Luminoso, el 17 mayo en la víspera de las elecciones presidenciales de aquel año, lo hicieron quemando ánforas y cédulas en la comunidad Chuschi en Ayacucho, y el EZLN, el 1 de enero de 1994, tomando por asalto con carabinas y palos la hermosa ciudad de San Bartolomé de las Casas.

Claro, ésta inversión es sustantivamente distinta a la que estamos viendo hoy que está dominada por el dinero, en donde se trata de tener control de las organizaciones políticas y sobre todo de influir poderosamente en sus decisiones sea con sus miembros o a través de testaferros políticos.

Y eso, en uno o en otro sentido, se reduce el alcance de la representación de intereses que es consustancial a la política institucional. Así, como no puede haber equilibrio para las sociedades sin tener quién los represente tampoco puede haber quien prácticamente represente a todos.

Ésta es una de las anomias que se está afirmando en nuestro sistema político con el protagonismo de los empresarios. Véase el número de ellos en las postulaciones de este año en las 13 elecciones para Gobernador y presidencias municipales, el porcentaje es muy alto incluso en ese ente difuso en términos ideológicos que son las candidaturas independientes.

El recurso discursivo de la representación de la ciudadanía ante el “fracaso de los partidos políticos” es muy atractivo mediáticamente pues la gente está harta del escaso rendimiento y la corrupción de los políticos que esquilman en privado una parte importante de los presupuestos públicos.

Y ante la frustración que esto provoca a nuestra esencia mesiánica, votamos “caras nuevas”, “independientes” o “empresarios exitosos”, buscando sacudirse de la estirpe de políticos impresentables de todo el arco ideológico.

Pero el sistema político es más que eso, vamos, es una aspirina buscando atender un cáncer terminal y ese antídoto es insuficiente para aliviar los dolores y menos todavía para curarlo.

Entonces la clave es cómo todo ese descontento se canalizará por la política, volviendo a lo básico, que los obreros tengan sus partidos, que los campesinos también, que los movimientos sociales tengan expresión política o los desempleados o empresarios hagan lo suyo, finalmente de esa fragmentación de intereses está armada la sociedad y podría darle otro sentido a la política, ya sea a través de sus organizaciones sociales, de los partidos o hasta de las candidaturas independientes.

Finalmente, el actual sistema de partidos está agotado, se ha vuelto endogámico y corrupto, pero como instrumento de representación de intereses no tenemos otro mejor y es lo que es, por lo que como sociedad hemos hecho de él.

Nada más.

 

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