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2036 15 Febrero 2016

 

 

El Papa Francisco en México
Víctor Orozco

 

Chihuahua.- En el idioma español es conocido el refrán “cada venida de obispo”, para referirse a sucesos que ocurren muy de vez en cuando. La razón de la frase es que podían pasar muchos años o décadas sin que los pueblos de las diócesis recibieran la visita de estos prelados.

Menos aún, podía esperarse que el Papa abandonara sus estados, cuyo territorio ocupaba el centro de la península itálica, salvo cuando antaño encabezaba alguna empresa bélica contra sus vecinos. Sin embargo, desde hace más de medio siglo, los papas decidieron salir del amurallado Vaticano, a donde se auto confinaron después de la unificación italiana, para recorrer el mundo en tareas políticas y de proselitismo.

Con vistas a la acelerada declinación sufrida por la fe religiosa en los países occidentales europeos, la vista de los jefes católicos se ha dirigido a Latinoamérica, donde, la disminución de la feligresía ha sido menor y la influencia del clero sigue siendo bastante poderosa, sobre todo ante gobiernos débiles y urgidos de apoyos. Estos periplos por las naciones iberoamericanas, fueron iniciados en 1968 con el viaje de Pablo VI  a Colombia y le han seguido cerca de veinte más. México ha recibido en siete ocasiones al Sumo Pontífice Romano. A la presente, le antecedieron las de 1979, 1990, 1993, 1999, 2002 y 2012.

Cada vez que un Papa visita cualquier país, se repiten o reacuñan las mismas frases ornamentales: “mensajero de la esperanza”, “misionero de la misericordia” y así por el estilo. No hay duda que a millones de fieles, sobre todo a los más desposeídos y explotados, la presencia del máximo jerarca católico, les trae momentáneos consuelos y expectativas de mejorar su situación. Las ilusiones religiosas, han operado a través de los siglos como bálsamos, que en nada sirven para curar los males sociales, pero sí para adormecer la conciencia de quienes los padecen y prometerles el mejor de los mundos, aunque sea en el incierto paraíso. Algún sitio equivalente han ofrecido las aproximadas 4,200 religiones, de cuya existencia y desaparición a lo largo de cinco mil años,  da noticia el acervo de un coleccionista noruego, quien ha reunido documentos y piezas de todas ellas. El grueso se ha extinguido, pero de las sobrevivientes, el cristianismo, el islam y el judaísmo, adoradoras del Dios único, están entre las más firmes e intolerantes. Ninguno de sus feligreses renunciaría a la convicción de que la suya es la única religión verdadera.

Esta fe, proporciona seguridad frente a los temores inculcados por siglos y deposita en la divinidad la superación de las crisis, de los problemas personales y hasta la suerte de las guerras. Incluso el Papa Francisco, tenido por moderno, recurrió, no entiendo si hablando en serio o con sorna, a uno de los miedos más extendidos: la presencia del demonio, que tendría castigado a México por una “bronca” histórica, según nos dijo hace poco. ¿Y cómo arreglar esta querella que tenemos los mexicanos con el diablo?. Nadie lo sabe, de seguro, pero entretanto, las visitas del Obispo de Roma, sirven muy bien para reafirmar que la única posibilidad de salvación (¿De qué o de quien?) es la de seguir en el rebaño conducido por los pastores de la iglesia. 

Y en esta tarea, se emparejan las estrategias de gobiernos, medios de comunicación, potentados financieros, líderes políticos, jerarcas religiosos, periodistas del sistema: todos unidos en un solo coro de alabanza que exalta a la persona del Papa mas allá de los límites humanos. Algunos de los títulos usuales lo dicen todo: “Santo Padre”, “Vicario de Cristo”, “Su Santidad”. Es el usufructo de la fe religiosa profesada por las masas en todo su apogeo. El irracionalismo llevado al extremo del absurdo, que es allí donde ofrece su mayor efectividad para mantener sumisa a la grey.

De tal utilización, hay beneficiarios evidentes. En primer lugar, como puede suponerse, se encuentra la jerarquía de la iglesia católica. La enorme capacidad de convocatoria del Papa en turno, dada la devoción que le entregan los fieles a su figura, se traduce casi directamente en un incremento de la influencia y de la capacidad de negociación con el gobierno o con otros actores sociales. Si las condiciones internas o la política exterior desfavorecen a la clase política, es fácil arrancarle concesiones diversas, ajustadas a las demandas del clero, que van desde la persecución a las mujeres que abortan, las prohibiciónes de la eutanasia, del matrimonio entre personas del mismo sexo y del uso de medios para el control de la natalidad, la sustitución de nombres y símbolos nacionales en los espacios colectivos por los religiosos, hasta la de reclamar educación confesional en las escuelas públicas, -naturalmente impartida por mentores nombrados por los obispos- para tratar de prolongar la creencia en aberraciones y dogmas, como el del creacionismo, o el de la inferioridad natural de la mujer. Todas estas causas de la iglesia católica y de otras confesiones religiosas, han sido llevadas tan lejos como lo han permitido las resistencias de comunidades científicas, la acción de sectores y movimientos en diferentes ámbitos sociales y en general de quienes piensan por cuenta propia.

Dependiendo de los vientos políticos que corran en el Vaticano, también estas demostración de fuerza simbolizadas en vallas de un millón de personas, son útiles para arreglar cuentas en el interior. Recordemos como los viajes de Juan Pablo II a Latinoamérica se usaron como un mazo para golpear y acabar con aquella iglesia rebelde floreciente durante las últimas décadas del siglo anterior, promovida por curas que buscaban recuperar la esencia de ciertos mensajes cristianos alusivos al compromiso con los desposeídos. 

En el seno del gobierno, las visitas papales de igual manera son instrumentadas para fortalecer el poder de los altos funcionarios. Instalados en la vida muelle derivada del poder político gracias a la corrupción, encuentran que la mejor manera de mantener privilegios y canonjías, es cobijarse bajo el sagrado manto de la religión. Ningún discurso supera en eficacia ante los ojos de los creyentes-electores a la imagen de un candidato o gobernante saludando  al Papa o expresando su religiosidad, entre otras maneras con rumbosos matrimonios oficiados por altos dignatarios o encomendándose públicamente a Cristo cuantas veces pueden. Se haría gala de extrema ingenuidad y aún de estupidez si pensáramos que estos maestros de la marrullería actúan con sinceridad y de verdad se han convertido en piadosos caballeros. Lo que hacen es ejercer uno de los oficios mas antiguos de la historia, propio de reyes, sacerdotes y hechiceros: montarse en las creencias míticas para detentar el poder.

A veces, se tenía en mente que con el triunfo de las ideas republicanas e igualitarias condensadas en los Estados laicos, estas prácticas chapuceras e hipócritas se habían dejado atrás. Pero no. Siguen vivas y actuales. Basta escuchar y mirar, por ejemplo, la meliflua voz y las afectadas muecas de Miguel Ángel Mancera refiriéndose al Papa, para convencerse de ello.

 

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