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2050 4 Marzo 2016

 



La Era de Donald Trump
Eloy Garza González

 

Monterrey.- No fue un Supermartes de sorpresas. Ganaron en la mayoría de la docena de estados quienes pensamos que ganarían. Donald Trump más dispuesto a negociar con migrantes (mientras no sean mexicanos) y Hillary Clinton, cuyas memorias recientes demuestran que ella o quien le escribió el aburridísimo libro, le valemos los mexicanos pura madre.

Pero ella y Trump serán los candidatos presidenciales de noviembre, aunque sudarán la gota gorda para ganar la mayoría de delegados que ocupen para su nominación. Los propios jerarcas del partido Republicano impedirán por todos los medios que Trump sea el nominado.

El problema es que su delfín, Marco Rubio, es un político de segunda categoría que se avergüenza de sus orígenes cubanos y repite en sus discursos más de cuatro veces la misma frase. Un redomado imbécil. La única tabla de salvación republicana se llama Mitt Romney. Si Rubio no remonta, Romney entrará de última hora a la liza electoral, aunque lo más probable es que sea demasiado tarde. Además, Romney está muy resentido con los jerarcas republicanos porque lo obligaron a pagar los gastos de su anterior campaña presidencial.

Sin embargo, es probable que sea Trump quien se quede finalmente con la nominación republicana. En ese caso, los altos jerarcas lo dejarán que gaste su propio dinero en la campaña electoral y se concentrarán en las elecciones del Congreso: su mejor escenario es que gane Hillary Clinton y ellos se queden con la mayoría legislativa.

Ante este escenario, es poco probable que Trump termine ganando a unos y otros: su fortuna, que tampoco es para tanto en la lista de Forbes, no le da para invertir en una campaña formal. Ahora bien, la única diferencia entre Trump y un loco es que él no está loco. A su locura bien estudiada se le han sumado fundamentalistas y laicos. Ya le quitó la identidad al partido republicano y le quitará la identidad a su país. Los republicanos no le darán su apoyo: han sido ya muchas las ofensas y los agravios recibidos por este bocazas. Ninguna negociación posterior podrá aliviar tanto daño interno.

En cualquier caso podríamos imaginar una presidencia imperial de Trump: su reinado (que no gobierno) sería tan entretenido como un stand up y tan fracasado como el final de Berlusconi en Italia. Por cierto, nadie ha mencionado que ambos payasos comenzaron su emporio financiero como especuladores inmobiliarios y sortearon denuncias fiscales. Aunque un dato personal los separa: mientras Berlusconi es un self-made, que surgió de la nada hasta llegar a la cúspide del poder por dos décadas, Trump, en cambio, nació rico, con 200 millones de dólares como herencia paterna. Es un hijo de papi.

¿Otra diferencia entre los dos payasos? Berlusconi aprendió a negociar políticamente desde muy joven: así formó su imperio mediático: cabildeando. Esa capacidad de toma y daca es ajena a Trump, quien siempre ha hecho lo que se le antoja en el mundo de los negocios, o como diría él, lo que se le hinchen los huevos. Pero chango viejo no aprende maroma nueva. Además, es difícil que los norteamericanos acepten como primera dama a una encueratriz.

Finalmente, Berlusconi es una fanfarrón, un machista y un peleador callejero, pero no un megalómano como Trump. Y esa diferencia podría ser la que empuje a Trump al precipicio. De cualquier forma, Trump gana perdiendo, porque su fama se ha multiplicado al punto que será un exitoso showman en cualquier canal de televisión, así sea derrotado en la campaña presidencial.

Se acepte o no, gane o pierda, para bien o para mal, la nuestra es ya la Era de Donald Trump.

 

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