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2050 4 Marzo 2016

 



El padre Agustín Fischer y Maximiliano
Ismael Vidales Delgado

 

Monterrey.- Agustín Fischer fue un personaje muy especial que deambuló en el Segundo Imperio mexicano, muy cerca de Maximiliano, llegando a ser el hombre de más confianza del Emperador, y su representante ante el mismísimo Papa.
        
El padre Fischer era un hombre muy hábil, excelente negociador, culto, políglota y amante de la belleza femenina, cualquiera pensaría que era  un aristócrata austriaco, metido a religioso, con una impecable formación moral y académica, y que había viajado a México formando parte del séquito de ochenta y tantos personajes que llegaron junto con Maximiliano. Pero no es así.
        
En realidad Fischer era de origen alemán, nacido en 1825, en el seno de una familia demasiado humilde. Siendo adolescente emigró a los Estados Unidos para escapar de la policía después de protagonizar una pelea y para buscar fortuna. El viaje terminó en un naufragio donde murieron una tía suya y varios primos, pero él sobrevivió.
        
Para superar su pobreza, hizo acopio de su disciplina alemana para llenarse de conocimientos y buscar la manera de sobresalir: aprendió rápido el inglés y el español y se hizo cura jesuita, pero su condición de sacerdote no le impidió tener mujer e hijos, aunque no se casó.
        
Emigró al norte de México, dejando a su familia en Estados Unidos, y se estableció en Durango, donde llegó a ser secretario del obispo en turno. Su buena posición ante el obispado de Durango la perdió por tener una vez más líos de faldas. En México, al igual que en Estados Unidos, no desaprovechaba oportunidades para enamorar mujeres y reproducirse. Pero aun así logró tener una buena posición ante el clero mexicano y ante el partido conservador.
        
En 1863 fue enviado a Roma, donde permaneció un año y logró estar allí cuando el ya emperador Maximiliano fue a visitar al Papa. En Roma se conocieron, iniciaron relaciones que se fortalecerían más tarde en México.  Amigo de un terrateniente mexicano de nombre Carlos Sánchez Navarro, perjudicado por el mapa del Imperio que dividía el territorio nacional en cincuenta entidades, fue ante el emperador para interceder por él. Fischer logró causar una muy buena impresión en Maximiliano. Al parecer el monarca vio en él cualidades para ejercer difíciles tareas diplomáticas. Entablaron cierta amistad, hablaban siempre entre ellos en alemán y poco a poco el padre Fischer logró ganarse la confianza del emperador a tal grado que le encomendó la tarea de redactar un concordato para arreglar las relaciones del Imperio con la Iglesia y fue enviado a Roma con la misión de conseguir que el Papa lo aprobara. Fischer se hizo de buenas y poderosas amistades, incluso no le dieron un no definitivo respecto a su concordato y le hicieron creer que podía ser aprobado aunque nunca se concretó, en tanto el Imperio mexicano se estaba cayendo a pedazos.
        
Fischer regresó a México y se encontró con la noticia de que el emperador estaba pensando en escaparse del país. Con ello le entró una gran preocupación. Si Maximiliano se marchaba el partido conservador sería destruido por Juárez y él sería perjudicado por partida doble.
        
Maximiliano se quedó en México. Fischer estuvo en la capital cuando Maximiliano se rindió ante Porfirio Díaz. Fue arrestado y encarcelado por algunos meses. Pero los juaristas no fueron muy duros con él, incluso trataron de contratarlo para que escribiera la historia de aquel cruento período. Fischer no aceptó, quizás pensando que en Europa le iría mejor. Pero allá se encontró con que era acusado de haber retenido en México a Maximiliano y con ello era de alguna manera responsable de su muerte.
        
Le cerraron al padre todas las puertas que tocaba y le acarrearon desgracias. Pero su precariedad no fue tanta y aunque pasó épocas de escasez, fundó en México una especie de escuela que acabó en un rotundo fracaso por falta de dinero. Después fue preceptor de los hijos de una familia acaudalada, lo que mejoró por algún tiempo su precaria situación económica, pero jamás volvió disfrutar de la abundancia como lo hizo gracias a Maximiliano. Murió a la edad 62 años y está sepultado en el Panteón Francés en la ciudad de México. A fin de cuentas, como personaje histórico es más mexicano que alemán.

 

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