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2056 14 Marzo 2016

 

 

La educación moral en México
Ismael Vidales Delgado

 

Monterrey.- La formación moral de los niños y los jóvenes mexicanos es un tema omnipresente en la sociedad, la familia y la educación, desde la época prehispánica hasta nuestros días, y nos trascenderá per saecula saeculorum.
        
Obviamente, en cada época, los modos de intervención en las aulas corresponden a la presunción del ente patrocinador de la educación de que su abordaje en las escuelas garantiza una formación ética y moral que garantice la implantación del código de valores creado y aprobado por la elite en el poder. Si esa elite es producto de prácticas democráticas, representará de alguna manera los intereses y aspiraciones del pueblo, de lo contrario, representará los de la elite dominante.
        
Las propuestas de abordaje en este largo periodo, metodológicamente se agrupan en dos supuestos teóricos antagónicos: uno de corte heterónomo y otra de corte autónomo, aunque en la práctica se combinaron ambos tipos.
        
No existen estudios que acrediten de manera objetiva la supremacía y efectividad de una estrategia sobre otras, pero sí hay suficientes opiniones de expertos que recomiendan el uso de las de corte autónomo y la proscripción de las otras.
        
Decía Benito Juárez: “Libre, y para mi sagrado, es el derecho de pensar... La educación es fundamental para la felicidad social; es el principio en el que descansan la libertad y el engrandecimiento de los pueblos.” Por ello, desde siempre, la educación ha sido el vehículo utilizado por la sociedad para llevar a la niñez la formación moral, cívica y ética.
        
La sociedad no puede vivir y evolucionar al margen de la moral y la ética; tal es la razón de que desde tiempos ancestrales la humanidad se haya interesado en  modelar, -mediante reglas, normas y leyes-, las acciones concretas de los hombres. La historia de cualquier comunidad, pueblo, sociedad o cultura registra prescripciones y prohibiciones que definen su moral y su ética.
        
En el ámbito escolar, el quehacer cotidiano orientado a la formación de los valores prescritos por la sociedad suele designarse como eticidad, (del griego éthos que significa carácter o forma de ser cada ser o individuo) que implica la proyección y transformación del hombre, pues sabemos bien que el hombre nace con la posibilidad de hominizarse es decir, hacerse más humano, entendiendo que el proceso de hominización es la progresiva adquisición de las características que diferencian al hombre del resto de primates, lo que implica:   razonar, decidir voluntaria e inteligentemente, crear a través del arte, construir un código moral, desarrollar sus potencias. La eticidad es como una "segunda naturaleza" que va formando el ser humano a lo largo de su vida, aprendiendo a respetar a los demás y a sí mismo, formando el carácter teniendo siempre en mente a la sociedad.
        
El punto es que la eticidad que hoy vivimos nos genera múltiples sentimientos: perplejidad, asombro, angustia, indignación, sensación de desprotección y gran incertidumbre que nos mantiene montados en preguntas ya cotidianas sobre cómo hemos llegado a ser lo que hoy somos, y a preguntarnos también -desde una perspectiva pacífica, incluyente- ¿podemos llegar a ser algo distinto y mejor?
        
Si bien es cierto que la eticidad predominante está en sintonía con los grupos hegemónicos, también lo es que ésta puede ser incidida y orientada por las acciones escolares, dado que la escuela cumple encomiendas sociales,  políticas y culturales y constituye un fuerte motor de desarrollo y evolución.
        
La educación, tradicionalmente, ha reservado diversos espacios curriculares, co curriculares y extra curriculares -con variedad de nombres-, a la formación y el estudio de la moral y la ética, entre otras denominaciones ha utilizado las siguientes: conducta, moral, formación del carácter, civismo, educación cívica, formación cívica y ética, formación en valores, educación en derechos humanos, cultura de la legalidad, educación para la paz, formación ciudadana.
        
Históricamente la función de la educación ha sido la de formar integralmente a los escolares, esto es, “formar en la moral y en la ciencia”, en ocasiones utilizando espacios curriculares específicos y en otras implementando programas transversales, algunas veces utilizando metodologías de carácter heterónomo (estrategias de enseñanza en cuya construcción no participan los estudiantes; son construcciones verticales, unidireccionales, dogmáticas, prescriptivas. Las normas  provienen de un poder extraño o ajeno a quien ha de obedecer tales mandatos.) y en otras, estrategias de corte autónomo y vivencial. Estas propuestas educativas han respondido a diversos enfoques sustentados en posiciones filosóficas diversas y a veces contrarias.
        
La escuela mexicana no ha sido ajena a los principios, aspiraciones y objetivos universales, tampoco ha sido totalmente original en las formas cómo se ha ocupado de la formación moral de los niños y jóvenes, más bien se ha sustentado en las grandes aportaciones de la filosofía occidental, la distante y la actual. El abordaje con estrategias heterónomas o autónomas, supera el viejo debate sobre si la moral es o no es materia de enseñanza en las escuelas.

¡Por supuesto que la moral puede enseñarse!


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