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2061 21 Marzo 2016

 

 

La Reina y el Chapo
Joaquín Hurtado

 

Monterrey.- Solloza Kate del Castillo a ocho columnas, arrepentida por andar de jacalera en los ejidos del Chapo. En una entrevista concedida a Diane Sawyer en el programa 20/20 de la cadena ABC, la niña vetarra se disculpa bien a destiempo. La bravía emperatriz sureña no llega ni a mocosa reinosita.

Después de atole ruega la bragada por virutas de comprensión y clemencia. “Hubo muchas cosas que ocurrieron después”, la lacrimosa cocodrila se refiere al baño de sangre, a los operativos rabiosos desplegados por el narcogobierno mexicano, a las muchas víctimas colaterales de la jauría militar.

La repulsa pública le duele, todo como consecuencia  de haber jugado escondidillas con el malora más buscado por el Imperio. Cuánta hipocresía. Ahora se retracta la exreina suriana de sus impulsos pubertos, de sus actos temerarios que la destronaron. Pende la guillotina sobre su glamoroso pescuezo.

Como posmoderna Martina, la quinceañera caliente del corrido machista, Kate ya no ve lo duro sino lo tupido. Enfrenta cargos legales, es devorada por una interminable tromba mediática. Padece el infierno de la doble moral norteamericana, tan abyecta pero imprescindible para hacer carrera artística.

Qué fácil hincarse y rogar el perdón. Lo hubiera pensado mejor, señorita. Antes, before. Previamente a meter las cuatro. Mensa. Puro oportunismo de la fábrica de sueños. Oliver Stone ambicionaba la primicia filmográfica del cerebro matón, para eso mandó a sus embajadores del corazón. Una comitiva de lujo en las lúgubres rancherías de Sinaloa.

Qué oso. Los lectores migramos del azoro al asombro con escalas en el cotorreo tuitero. Qué manera de arrastrarse, qué chafa. Alicaída la chavala se peina los piojos de aquella visita imprudente. Le salió muy caro conquistar el corazón del Chapo, y de pasada balconearlo y servir su cabeza en bandeja de plata al corrupto estado mexicano.

El sanguinario narcotraficante fue apañado cual roedor después de lucirse como relamido anfitrión de la realeza hollywoodeña. La vanidad tiene su precio, el Most Wanted cayó de nuevo en las garras de los federales. No tiene la culpa el Chapo sino quien lo invita a hacer casting. Nadie sabe para quién trabaja.

La señorita enuncia una serie de pecados endocrinos, le encanta la adrenalina, jura montada en una motocicleta, el culazo henchido. Habla y la cajetea gacho, riega sus perlas en el fango de la tv: “Soy una mujer honorable, mi familia es honorable… he afectado a mucha gente y quiero decir perdónenme”. ¿Por qué incluye a su familia, acaso ella la sonsacó para trepar cual marota en la sierra madre? Fúchila. Si yo fuera don Eric, su papi, la castigaba encerrándola en su recámara y le prohibía organizar pijama party con sus amiguitas de kínder.

La señorita debería amarrarse sendas tetas y defender su derecho a tener como amigo del dedo chiquito a don Joaquín Guzmán Loera, ya que a la beldad no le alcanza la neurona para descongestionar la anacrónica narrativa que ha declarado una guerra absurda contra las drogas. Prefiere lloriquear y mendigar misericordia. ¿Quién le cree a la histriona consentida de la prensa escandalosa? Más dignidad, Kate, please.


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