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2066 28 Marzo 2016

 

 

Morir en Estambul
Ernesto Hernández Norzagaray

 

Mazatlán.- La semana pasada me encontraba en Estambul hospedado en un pequeño hotel del centro de la ciudad, exactamente frente al Pera Palace, donde alguna vez vivió y escribió Agatha Christie algunas de sus obras más celebres.

Esa mañana fría transcurría con pasmosa normalidad. La gente estaba en la calle quizá yendo a su mezquita, haciendo las compras de la semana o simplemente paseando en el Gran Bazar, o en el antiquísimo mercado de las especias. Otros más, solo conversaban en la plancha de la plaza Taksim ante unas figuras heroicas.

Algunos turistas esperaban el Big Bus Tour que hace el recorrido por la parte europea y asiática de Estambul. El frío apretaba y la gente tensaba el cuerpo ante el viento que llegaba por oleadas desde el Bósforo. En esa atmósfera que llamaba al recogimiento había los valientes que estaban dispuestos a hacer el día caminando por las calles estrechas de los barrios estambulenses para disfrutar de los colores y olores que caracterizan el centro de la ciudad.

Sin embargo, a las once de la mañana se escucha un estruendo sonoro como cañonazo, que estremeció la estructura de los edificios señoriales con los subsecuentes gritos, pasos y quejidos. 

Inmediatamente después se oye el ulular de sirenas que iban de un lugar a otro. Más tarde, las noticias e imágenes empezaron a difundirse en la TV y se trataba de lo previsible: un nuevo atentado.

Una semana antes, un coche bomba había estallado en el centro de Ankara, dejando una docena de muertos y más de cien heridos; y a finales del año pasado la Plaza de Sultanahamet se llenó de pánico cuando en un atentado perdieron la vida doce alemanes y dejaron decenas de heridos.

En medio de la confusión se especulaba en los medios sobre los ejecutores que podrían ser la guerrilla kurda, los miembros del llamado Estado Islámico, o el partido de los trabajadores de Kurdistán.

Finalmente resultó ser un joven militante de las Fuerzas por la Libertad de Kurdistán, quien se inmoló dejando además sin vida a tres israelíes, dos norteamericanos y un iraní.

Las imágenes de la prensa eran desoladoras: unos cuerpos inertes en medio de la calle teniendo como testigo impasible una tienda de ropa Oxxo. Nada qué ver con las tiendas de ocasión mexicanas.

Sin embargo, lo que pudiera pensarse que motivaría el abandono de este espacio que convoca diariamente a decenas de miles de personas de todas las nacionalidades, no se produjo; al contrario, la avenida se convirtió en una suerte de peregrinación, a donde la gente llevó proclamas, velas y banderas turcas.

En los días siguientes se volvió un lugar de culto, donde nacionales y extranjeros llegaban para mostrar su irritación o tomar una foto de las muchas que circulan hoy en redes y están impresas en los principales diarios del mundo. Yo mismo la tome en un acto de solidaridad con las víctimas y con la sensación en la piel de lo que ahí había ocurrido a escasas horas.

Turquía, un país tremendamente bello, con paisajes impresionantes como el que muestra la región de Capadocia, en el sur del país, y estimulante por esa mezcla poderosa de la cultura de Europa y Asia.

No es casual que el marketing gubernamental haya acuñado la frase de “Estambul, ciudad de civilizaciones”, pues caminar por sus calles o viajar en un ferry por el mar Bósforo o el Cuerno de Oro te exhibe la grandeza de lo que fue antiguamente el eje del imperio otomano y te lleva al encuentro de lo desconocido para la mayoría de los americanos.

Las imponentes mezquitas Sofía, o la llamada Azul, de cientos de años, son el ejemplo vivo de su grandeza. Las prédicas que brotan de los altavoces instalados estratégicamente en los muros de las mezquitas lleva a un viaje momentáneo por el mundo del Islam, que para muchos turistas es estremecedor. 

Justamente, en la Plaza Sultanahamet, el año pasado fueron atacados doce turistas alemanes y ese tipo de ataques afecta sensiblemente la economía de un país que se apoya sustancialmente en la prestación de servicios.
Nos lo decía un guía de turistas mientras caminábamos entre las formaciones volcánicas de Capadocia. “Si los ataques terroristas continúan es de esperar una caída de los ingresos de las familias que combinan el trabajo de campo con el comercio turístico”.

Y, cierto, una amiga radicada entre México y París me decía que ella y su familia pensaban viajar a Estambul este verano, pero con los atentados estaban reconsiderando esa visita.

Pero los ataques no se reducen al mundo musulmán; ya de regreso a México, al llegar al aeropuerto Charles de Gaulle, suspenden el vuelo y nos confinan a todos los viajeros dentro del avión, pues París entraba en alerta máxima luego de los ataques ocurridos esa mañana en el aeropuerto y el metro de Bruselas.
Las imágenes terribles nuevamente ganan las primeras planas de los diarios del mundo y el miedo se siente en la piel, como se lo escuché a una joven española al saber lo sucedido esa mañana: “No quiero vivir en Europa”, dijo, entre impotente y temerosa.

En fin, lo ocurrido aquel sábado en la avenida Iztiklal de Estambul es una metáfora que se irradia como miedo a todos los confines de Europa y metamorfoseando la máxima del Manifiesto: Un fantasma recorre Europa, el fantasma del miedo por el terrorismo.

La inteligencia y la visión de los estadistas europeos terminarán imponiéndose para dar una salida política a un problema que se le volvió congénito.

Y es que como lo señala una portada de Libération en tres años, muchos de los yidhaistas nés en France, morts en Syrie (nacen en Francia y mueren en Siria).

Algo tiene que suceder más allá de los misiles y los explosivos.


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