Suscribete

 
2067 29 Marzo 2016

 

 

Donald Trump: los secretos del loco (I)
Eloy Garza González

 

Monterrey.- La gran cantante Peggy Lee se preguntaba en uno de sus grandes éxitos: Is That All There Is? (¿Eso es todo lo que hay?). Pero un magnate ególatra, borderline, que por otro lado no es más que un especulador inmobiliario de altos vuelos, como hay muchos en EUA, ha llevado esta pregunta sobre las cosas que puede ofrecer la vida a límites tan extremos como amenazantes.

Y ha convertido la canción de Peggy Lee en una demanda insaciable por obtener lo más posible, a costa de lo que sea y de quien sea.

La letra del clásico destilaba la queja de un melancólico por lo poco que obtuvo tras su paso por el mundo. Pero para Donald Trump la letra adquiere otra connotación: se merece tanto, por ser quien es, que todo le resulta insuficiente. De manera que ahora va detrás del Vellocino de Oro: nada menos que la Presidencia de Norteamérica. 

Este gigantón de bisoñé rubio, embadurnado de cremas, afeites, lociones caras, modales afeminados pese a la rudeza del ceño y la gravedad de su registro de voz, era hasta hace algunos años un vanidoso relativamente inofensivo, hasta que de promotor inmobiliario pretendió agenciarse para sí mismo el gobierno de la nación otrora más poderosa del mundo, por los mismos medios simplones con los que suele negociar la compra de un predio, desde que aprendió a hacerlo muy joven en la empresa de bienes raíces de su familia, Elizabeth Trump and Son. Entonces, todo en el entorno de Donald Trump cambió en forma paralela a la degeneración de la democracia y del libre comercio en EUA. Este país no volverá a ser el mismo desde que un neófito en los círculos políticos, con ínfulas de grandeza e innegable capacidad de publicidad personal, se apropió de terrenos electorales que no eran suyos, pero que ya los marcó definitivamente para mal.

No era ofensivo para nadie que Donald Trump en su oficina privada en la Calle 57 y la Quinta Avenida de Manhattan, de ventanales enormes y gusto grotesco y pretencioso, tapizara cada espacio de los muros con portadas de revistas donde aparece su rostro rosáceo y cada vez más abotagado; una papada que al paso del tiempo y a pesar del fotoshop, va cubriendo parte del cuello de la camisa y hasta el principio de la corbata roja o dorada, sus tonos preferidos. Algunas portadas de publicaciones son adulaciones explícitas del comercio editorial a este emperador de lo frívolo, ansioso por quedar bien con el multimillonario de moda en Manhattan: otras portadas son pagadas simplemente por el megalómano que sabe hacerse presente como celebritie, en el lugar y la ocasión correcta. El retrato más grande de su despacho es su rostro en tonos dramáticos, como anuncio de uno de los reality shows más vistos en su país: The Apprentice, que concluyó en el 2015, cuando el titular del programa comenzó su periplo hacia la Presidencia de EUA.

Como magnate, Trump no ha sido ni el primero ni el último en exponer a la vista de la clase media (un sector siempre aspiracional), los recovecos de su vida personal, o lo que creemos suponer es su agenda cotidiana. Ni siquiera ha sido el potentado más ingenioso ni el más extravagante al venderse a sí mismo como producto de consumo. Richard Branson, dueño de 360 empresas que integran Virgin Group, ha sido más atrevido y carismático: cruzó el Océano Atlántico y luego el Pacífico en un globo de aire caliente, entre otras audacias de alto riesgo, que Donald Trump desdeñaría con reservas trufadas de cobardía. Ambos cometen actos estrafalarios como parte de una estrategia de marketing, pero Trump es el típico hombre de negocios, dueño de Trump Organization (que entró en bancarrota en los años 90) y de Trump Entertaiment, cuyas únicas hazañas excesivas salen de su boca, no de sus agallas. Pero quienes conocen a ambos multimillonarios exóticos, saben que cualquier charla con ellos se desviará forzosamente al tema de lo inmensamente populares que son y de lo bien instalados que están en su trono de figuras mediáticas.

Si la frase de batalla de Richard Branson es “nada arriesgado, nada ganado”, y la frase mítica explicativa del fracaso económico global la creó Alan Greenspan, el antiguo presidente de la Reserva Federal de EUA: “exuberancia irracional”, la frase personal de Donald Trump es confusa y ridícula, impropia de un pragmático: “la hipérbole veraz”, que es como decir un oxímoron, una contradicción en esencia. Pero sintetiza la forma de atraer al público ordinario, que para Trump (ahora se entiende) es sinónimo de electores potenciales. El magnate gigantón ha comprendido, con la lógica simplista que lo caracteriza, que si la gente se interesa en saber cómo gasta su fortuna, cómo vive en su condición de moderno Rey Midas y hasta con cuál modelo de pasarela se casará para pronto divorciarse (el matrimonio en Trump es un trámite con fecha de caducidad), se interesará en votar por él como candidato presidencial. La causa-efecto es absurda y kitsch, pero es una hipérbole veraz. Y lo peor, no es una exageración: funciona. De su mismo subconsciente que le hizo decir aquella frivolidad sobre Marla Maples, que fue su esposa hasta 1999: “me costó una fortuna pero es una mujer maravillosa”, salió su frase racial: “levantaré un muro que nos separe de México y haré que ese país pague los costos”.

Sin embargo, un hábito distingue a Trump de Branson y de la mayoría de los multimillonarios: para el gigantón del bisoñé rubio es importante aparecer en Forbes, año tras año, con la cifra exacta de su patrimonio (que según él ronda los 10 mil millones de dólares pero que según cálculos de Bloomberg, basados en la declaración que el candidato presentó para su campaña, son 2 mil 900 millones de dólares, que lo ubica en el lugar 405 en la lista de Forbes). Y de ser posible, hasta incrementar el dato con algún artilugio financiero que le deje escalar en la jerarquía de las mayores fortunas personales. Los demás magnates no lo hacen porque son cautelosos: no quieren exponerse a una investigación de las autoridades fiscales que pueda meterlos en problemas.

Pero para Trump y su ego desmesurado, bien vale el riesgo si su popularidad crece exponencialmente. Su estrategia de negocios parte de principios opuestos a los ordinarios: lo importante es ostentar la riqueza personal, vanagloriarse de las mansiones, los yates y los jets privados. La fortuna se alardea o no sirve para nada. Si la gente sabe que eres muy rico, las expectativas de negocios se expanden y te vuelven aún más rico. Una formula cruda, pero probada por abyectos como Donald Trump.

Is That All There Is? No. Lo mejor para Trump (o lo peor para el mundo, según se vea) está por venir.


Su nombre :
Su correo electrónico :
Sus comentarios :

 

 

15diario.com