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2068 30 Marzo 2016

 

 

Donald Trump: los secretos del loco (II)
Eloy Garza González

 

Monterrey.- No ocultemos lo evidente: Donald Trump es un best seller. Sus libros motivacionales, sin una pizca de transmisión de conocimiento sólido en administración de empresas, están entre los más vendidos en EUA. Lo mismo si él los escribe, como si sólo pone su nombre abajo del título, son más artículos autopromocionales que lecturas útiles para aspirantes a millonarios.

Un artilugio más para hacerse popular en el corazón de la sociedad norteamericana: la clase media. Si ya publicó el muy vendido Trump: How to Get Rich, es probable que el próximo sea: How to Get President, aunque no lo sea: el caso es volver accesible el camino a cotos vedados para el común de los mortales. Trump no democratiza los recursos para “ser alguien”; los trivializa, hasta hacer de la antipolítica un valor como Marine Le Pen, en Francia, o Geert Wilders, en Holanda. 

Este efecto popular lo consigue Trump no gracias a una cualidad o virtud personal sino a una enfermedad que, según todos los síntomas, padece desde su infancia en Queens, como descendiente de inmigrantes alemanes y escoceses: el espectro bipolar. Por supuesto, Trump es todo menos un psicótico maniaco-depresivo. Pero sus trastornos de humor, su megalomanía que raya en lo patético, sus episodios hipomaniacos (más que maniacos), su autoafirmación constante, lo orillan a ser un borderline. Irónicamente, la euforia de ególatra sin límites, torna a su personaje sumamente atractivo y pintoresco para buena parte del público que lo sigue (en su caso, sinónimo de electores potenciales).

El llamado espectro bipolar es la extensión de las fronteras de dicha enfermedad; es, en términos médicos, un subtipo que rebasa las clasificaciones de esta patología pero que, por muy poco, no alcanza a cumplir los criterios sintomatológicos. De ahí que Trump, aunque sea un derrochador compulsivo de dinero, no ha sido un manirroto que lo lleve a la quiebra definitiva. Sabe contenerse, retractarse así sea en el último momento, es astuto en sus decisiones financieras (a sus 35 años ya había convertido un edificio de la calle 42 en Manhattan en el hotel Grand Hyatt) y es el principal sorprendido del impacto positivo que sus excesos verbales producen en el auditorio político, rompedor de cualquier sentido común o de prudencia en sus desquiciadas declaraciones políticas ante la prensa. Es el loco que constata que la realidad le ha dado la razón.

Con estas características, ¿podría llegar a ser un gobernante peligroso? Sí. Como fue peligroso para sí mismo cuando en los años 90 apostó irresponsablemente su fortuna en empresas delirantes; como fue la apresurada adquisición en 1988 del casino Taj Mahal con préstamos casi imposibles de pagar y decisiones atrabiliarias. Sin embargo, en estos casos, la víctima era él mismo (acarreó deudas por más de mil 800 millones de dólares) y, si acaso, sus familiares cercanos (declaró en suspensión de pagos el “holding" de casinos que había fundado, en una medida vergonzosa para cualquier inversionista). Por el contrario, durante su reciente incursión política, las víctimas pueden ser millones de personas, incluidos sus propios partidarios.

Sin embargo, las evidencia de su enfermedad mental no se proyectan en declaraciones controvertidas pero bien calculadas como anunciar su candidatura presidencial con insultos a los mexicanos, a quienes nos acusó de enviar drogas y violadores a través de la frontera México-EUA, por lo que prometió regresar a nuestro país a 11 millones de inmigrantes. Si su intención era llamar la atención de la “América Profunda” lo logró con creces: cuando escapó Joaquín “El Chapo” Guzmán de su prisión de alta seguridad de El Altiplano, Trump respondió con un petulante “Se los dije”.

Luego ofendió a una entrevistadora de la cadena de televisión Fox, ridiculizó a los demás precandidatos republicanos, habló elogiosamente del controvertido Vladimir Putin y puso en entredicho en julio de 2015 el valor militar del senador John McCain: “No es un héroe de guerra (de Vietnam). Solo es un héroe de guerra porque fue capturado. Prefiero a quienes no han sido capturados”. ¿La respuesta a sus vaciladas? En julio de 2015 se puso a la cabeza de las encuestas de las primarias republicanas, según sondeos de la cadena de televisión CNN y desde entonces su buena estrella va en ascenso.

En realidad, la culpa de este fenómeno de masas, sin precedente en EUA, no es de un loco a quien el vulgo festeja sus gracejadas de pésimo gusto, sino de una patología colectiva que deteriora vertiginosamente, como nunca antes, la cultura cívica de nuestro vecino del Norte; patología colectiva de la cual la sociedad mexicana (de más está aclararlo) tampoco está exenta: en ambos casos, las pruebas sobran y atan el pescuezo de ambos países con un mismo nudo gordiano que podría asfixiarnos y cancelar nuestro mutuo futuro si no hacemos algo para remediarlo.

Entonces el próximo libro que ayudaremos todos a escribir a Donald Trump será How to Get Walking Dead.


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