Suscribete

 
2070 1 Abril 2016

 

 

Soldadito oaxaqueño
Hugo L. del Río

 

Monterrey.- Nunca olvidaré al soldadito oaxaqueño que con dignidad y gallardía desfiló con la bandera de México en el homenaje-despedida que la España republicana rindió a las Brigadas Internacionales. Y es que “Morir en Madrid” es un documental que debemos ver y volver a ver todos los hombres y mujeres de vocación democrática.

Pocos meses después de la parada de combatientes voluntarios que llegaron de más de 50 países a combatir y, en muchos casos, a morir por la defensa de España –de todas las naciones, de hecho– el mundo vivió una jornada de negrura: el uno de abril de 1939 Franco anunciaba el triunfo definitivo de las armas fascistas.

A la Madre Patria fueron cientos de mexicanos que en aire, mar y tierra, ofrecieron la vida por el derecho de un pueblo a darse el sistema de gobierno que más le acomodara. Francisco Tarazona, nacido en la ciudad de México, fue un as de la aviación republicana: con su "mosca" soviético que menospreciaban los técnicos occidentales, derribó seis cazas italianos y/o alemanes.

Estaba tan polarizada la sociedad española que el comandante de la Fuerza Aérea, conde Hidalgo de Cisneros y su esposa, eran miembros del Comité Central del Partido Comunista. Y no fueron los únicos aristócratas que usaron el brazalete rojo.

Pero, me desvió. Manuel Zermeño, a la sazón jovencísimo oficial de la Armada de México, hizo no sé cuántos viajes entre Veracruz y los puertos republicanos. Unos 400 mexicanos formaron el batallón Benito Juárez. El nombre de la corporación no podía ser más apropiado. Pelearon en Ciudad Universitaria, en las goteras de Madrid, donde los republicanos en un cuarto o laboratorio y los fascistas en el contiguo intercambiaban insultos y granadas, así como los últimos informes sobre las corridas de toros y el futbol.

No hubo españoles neutrales: espadas y futbolistas tomaron partido, como la gente del espectáculo y todo el mundo. Nuestros juaristas –adscritos a la XV Brigada Internacional– lucharon, y lo hicieron bastante bien, en numerosos frentes y en algunas de las batallas más enconadas. Pocos, muy pocos, regresaron a México. Olvidarlos es un acto de ingratitud. Dieron la vida por la mejor de las causas, al igual que muchos de los 40 mil brigadistas de Europa, África y América. Notable generación. Cordillera de leones, como escribió Miguel Hernández.

El auténtico arquitecto de la derrota de la República no fue Franco ni Hitler ni Mussolini. Fue Londres. Por las más viles razones de comercio y explotación de recursos naturales, Albión bloqueó los esfuerzos de algunos gobiernos socialistas europeos y creó el mal llamado Comité de No Intervención, que abrió el camino a las tropas y el material italogermano. Al triunfo del general gallego, entendieron su error: Alemania quería tomar por asalto el Peñón de Gibraltar y el Estado Mayor incluso desarrolló un programa para ocupar España por la fuerza. Pero ésa es otra historia.

A partir de fines del 36 la URSS envió unos 40 mil hombres e importantes cantidades de equipos de guerra. Pero Stalin también envió a sus escuadrones de asesinos a matar a trotskistas y anarquistas y, al hacer sentir el peso del Partido Comunista Español le creó muchos problemas a la República. El PCE era el recipiendario de los suministros de guerra soviéticos.

En cambio, la solidaridad de México hacia la España democrática fue desinteresado: es uno de los gestos más nobles que registra la Historia de México. Lo único que podíamos hacer era autorizar y facilitar el envío de los voluntarios. No teníamos armas ni dinero ni nada más que unos cientos de mexicanos dispuestos al sacrificio supremo.

La guerra se perdió, pero no fue por falta de valor. Tan bravo el de Castilla como el de Oaxaca. La muerte de cientos de miles y la devastación no fueron en vano. Hoy, en España brilla de nuevo el sol de la libertad. Algunos de sus rayos darán calor a la tierra donde cayeron nuestros juaristas.

hugo1857@outlook.com


Su nombre :
Su correo electrónico :
Sus comentarios :

 

 

15diario.com