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2149 21 Julio 2016

 

 

MALDITOS HIPSTERS
Una novela sobre soñarse muerto
Luis Valdez

 

Monclova.-  Me tocó presentar el libro Anoche me soñé muerta, de Edson Lechuga, y he quedado maravillado. Todavía hay espacio para crear universos literarios en nuestra lastimera narrativa mexicana.

1.- Las generaciones
Sabino, Bulmaro, Diego Santamaría. Un mismo lugar. Una escala generacional de conocimiento sobre curación tradicional y adivinación desde muchas generaciones atrás. Para el primero de ellos morir ahogado luego de una lluvia, resulta ser todo lo contrario a como van muriendo los pobladores del pueblo en cuestión: Pahuatlán, sólo dos generaciones después.

Porque aunque Sabino muere ahogado, a Bulmaro, su hijo, le toca ver a un niño que muere de insolación. Encontrarlo días después de que se haya extraviado camino a la escuela, ya sin ojos, con el estómago hinchado, con larvas de color blanco ya carcomiendo uno de sus costados.

Y a Diego ya le toca ver cosas más extremas: una lluvia de pájaros muertos por el sol, cayendo a lo largo y ancho del pueblo, mientras el sacerdote intenta detener esta señal de mal augurio presionando fuertemente el rosario que recibió la fundación del único obispo que alguna vez visitó el pueblo

2.- Los títulos de la obra
Anoche me soñé muerta… fue una frase que soltó Elena Reina, cuando ya casi está convencida de su sacrificio, uno va recorriendo la trama y viendo cada vez más claramente qué tipo de sacrificio. Claro, tiene que ser virgen, claro, a los 15 años, aunque su madre se resista a las premoniciones de un curandero que se lo dice con toda la firmeza que sus años de experiencia le dan. Indignarse por una sentencia de este calibre, y convencerse de que siendo sobreprotectora remediará las cosas, tiene más de testarudez que de conciencia. Ya los dramas griegos nos han mostrado que cuando el destino está dictado, ni aunque los dioses escondan a sus hijos entre los mortales, se les salvará del implacable destino.

Otro título que pudiera acomodarse es la frase final del versículo que aparece en dos ocasiones en el relato:

“Pero no era la prontitud de su ruido

sino el vaho de los animales

el resuello de sus hocicos

el aire que echaban al ladrar”

(64, 91)

Por supuesto que el vaho, el resuello de los hocicos y el ladrar, no se queda sólo en los animales: también se extiende a las personas que van perdiendo la cordialidad y como encerrados en una isla (El señor de las moscas), comienzan a perder las formas. Wenceslao, fiel peón del presidente municipal, llega al punto de asaltar mano armada la tienda del pueblo, orillando al propietario a que se atrinchere el la segunda planta e incluso corra a su mujer. Convirtiéndose en la vagabunda loca. Loca por el sol que incendia las circunstancias que ha vuelto locos a todos.

El grito de “Que no se respire la miseria”. Dicho en sus tiempos de gloria por el hombre más poderoso del pueblo, y al final, sólo por una anciana encamada que delira con su vida cuando estaba rodeada de indias que le ayudaban en la cocina y a llevar la casa.

3.- Las historias
Pero la historia principal, que parece ser la de Diego y su preparación par ser el sumo sacerdote de una ceremonia de sacrificio prehispánico, en realidad sólo está manipulada por las historias que le rodean. Por un sacerdote que se va endureciendo, un presidente municipal que calla públicamente su amor por su asistente porque ésta es viuda, una virgen que se sabe virgen hasta las últimas consecuencias de éxtasis adolescente y de sacrificio místico, un doctor y un vendedor de ataúdes que abandonan el barco, un revolucionario ido a comerciante que decide no vender nada de lo que le queda.

¿Qué puede aliviar la sequía, el calor en cielo y tierra, el purgatorio ido a infierno en la tierra?

Por supuesto, una ya lejana, imposible, lluvia.

4.- Olvidar, recrear y destruir un pueblo
En Pedro Páramo, Juan Rulfo muestra los fragmentos más importantes en la vida de un pueblo, desde los momentos de gloria de su cacique Pedro Páramo, hasta la muerte de su hijo y la caída del pueblo. Pobladores de un páramo que se van convirtiendo en polvo y piedra con el paso del tiempo y ahora sólo son voces que resuenan en los rincones de las chozas y las fosas que han quedado. El hijo ha llegado para buscar a su padre pero sólo encuentra murmullos, que por cierto es un título que Rulfo reconsideró.

Pueblo donde no hay ni fantasmas, sólo voces.

En Santa María del circo, David Toscana cuenta con un circo cuyos dos dueños se han peleado dividiéndose a los trabajadores. El primer grupo de éstos llega a un pueblo perdido en medio desierto (¿García, N.L.?). Un pueblo muerto, sin fantasmas y ni siquiera sin voces (un Comala rulfiano, pero hueco). Los cirqueros extraen papelitos de un ánfora para ver qué empleo les quedará. Al hombre bala le toca ser el general de las fuerzas armadas, al mago el granjero, al enano morboso el sacerdote del pueblo, y al Hércules le toca ser la prostituta. Este pueblo, vuelto a fundar, ahora como Santa María (por una virgen que está en una fuente, pero un homenaje de Toscana a su autor favorito: Juan Carlos Onetti), este pueblo no llega a tener otro futuro. Sólo es un por mientras porque la sociedad que intenta edificarse por una sorteo sólo es una utopía.

Pueblo de pobladores sin suerte, es un pueblo sin futuro.

En Anoche me soñé muerta, el autor Edson Lechuga sí puede vislumbrar un futuro, pero hay una condición para ganárselo. Hay señales que igual rayan en los real, como el Comala de Jalisco, donde yo no vi ni un libro, sino sólo un restaurante frente a la plaza y dos tiendas de varas de vainilla, el Santa María que puede ser Rinconada, García, donde además vivió de niño el célebre luchador Blue Demon y frente a cuya plaza todavía hay una biblioteca que recibe de tres a cinco niños por semana. En Pahuatlán aparece la imagen de un personaje de la revolución que también se apellida Lechuga, como nuestro autor. Y si Pahuatlán no se murió con la revolución, esperemos que tampoco acabe con él la soberbia de sus habitantes que orgullosos de su estirpe, prefieren quedarse para volverse locos, a sabiendas que ya ni el gobierno los ayudará. Sólo esperando a que pasen los malos tiempos. Pero Pahuatlán no está muerto como Comala y Santa María. No necesita de murmullos en chozas y en tumbas, ni de un grupo de cirqueros extraviados que la vuelvan a fundar de una manera patética. Pahuatlán sufre pero todavía sigue con vida, con el aire que los animales echan cuando ladran.

* Anoche me soñé muerta / Edson Lechuga / AXIAL / Monclova, Coahuila; Biblioteca Harold Pape.


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