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2179 1 Septiembre 2016

 

 

Un hombre lleno de Amor
Eloy H. Sandoval

 

A Sergio Durán Andazola (Chihuahua, 1953-2016)

Monterrey.- De qué sirven sus líderes, si nos llevan directo al fondo/
Los mapas de sus generales, están hechos con sangre inocente/
Y sus máquinas nunca hicieron vida, sin incendiar el aire que respiro/
quién los necesita, quién los llama, sólo las Historias de Fantasmas,
del ayer, de hoy y del mañana, mañana/.
Grupo Eskirla, Chihuahua / Álbum: Historias de Fantasmas

Cuando en Monterrey las páginas del periódico El Porvenir, estaban pletóricas de movimiento cultural en su Suplemente Aquí Vamos, surgió de entre ellas Sergio Durán, un chihuahuense prófugo de la rutina y lo intrascendente, investigador y erudito urbano de la literatura, de sus caminos, veredas y nuevas rutas, y un consumado lector de libros y escritores. Ameno, Checo era amigo inmediato del nuevo quehacer literario, y enemigo del stablesimient, amigo de los liberales, y militante del anarquismo y sus movimientos libertarios.

Nuestra franca amistad se inició en las veladas literarias y bohemias nocturnas donde su voluminosa humanidad y saber literario eran apabullantes. A pesar de sus más de cien kilos de peso, era un alma bondadosa, un ser incansable en la risa, el buen humor, en la chanza, la guasa y la broma. Estaba desangelado de la política, de los políticos y la religión, evitaba hablar de ello o discutir porque siempre le pareció tiempo perdido.

Las presentaciones de libros, las exposiciones de pintura, la lectura de textos y los talleres literarios eran punto y partida, siempre excusa, un pretexto, y como cierre la bohemia, donde la luz, la alegría, las ilusiones y los proyectos eran la ingesta cotidiana desde las altas horas de la noche hasta recibir los primeros rayos del Sol.

Fue en 1990, recién iniciada mi trayectoria como editor de medios propios, cuando un día llegó a las oficinas de la revista PODER, en M. M. del Llano y Arteaga y elocuente tal cual era, me propuso abrir un Suplemento Cultural en la revista. No lo pensé mucho y eché mano a las ganas y amistad de Checo Durán, y abrimos un suplemento el cual él se encargaría de confeccionar y donde se incluyó a poetas, escritores, pintores, articulistas, moneros y amigos del quehacer cultural. Al correr de los días de nuestra charla, me pidió asilo para vivir ahí en las oficinas, porque había sido lanzado del departamento donde vivía, y con agrado lo acepté y se fue a vivir a las oficinas de la revista donde estuvo por un buen tiempo hasta que encontró un lugar de su agrado.

Su presencia fue un apoyo invaluable, sus comentarios salpicados siempre de jiribilla iban y venían como el eco caótico en los pasillos de un atestado mercado donde confluyen el intercambio de productos, intenciones, metal, acuerdos, gritos y ofertas que terminan ignorados por otro temporal de ofertas y compras.

Checo era un amigo comprometido hasta la imposibilidad, sin un centavo partido por la mitad pero con un corazón lleno de amor para con todos aquellos hombres y mujeres que luchaban a brazo partido a través de la cultura para terminar con la ignorancia y la apatía de la sociedad y ayudarla a ser mejor, más culta y participativa. Un día llegó con sus efectos personales, de entre sus cacayacas, -como él le llamaba a sus objetos y pertenencias para la venta- y sacó fotografías, textos y discos de artistas y escritores chihuahuenses, que ingresaron como colaboradores a las páginas del suplemente y la portada de la revista. Una cacayaca que cuidaba con esmero casi religioso, me llamó la atención. Era una revista de formato medio oficio llamada AZAR, era totalmente cultural y de excelente calidad en su contenido, la cual Checo anduvo repartiendo por aquí y acullá en busca de lectores, colaboradores y anunciantes pero no encontró el eco esperado, escuchaba el “sí, cómo no” pero no pasaba de ahí la palabra.

Otra de sus cacayacas religiosas que me atrapó como ratón en la trampa, fue sin duda un disco LP de vinil titulado Historias de Fantasmas, de un grupo mexicano de rock Metal de Chihuahua, llamado Eskirla. Cuando escuché el disco me di cuenta que aquel grupo era realmente excelente, pero en la radio comercial no aparecía entre sus reproducciones cotidianas, y aunque intentó vender esa idea, no logró convencer, le cerraron las puertas, pero él no se detuvo, grabó el LP en cassetes y los vendía en las calles, en las esquinas o en los puestos que logró poseer, lo ofrecía como la joya más preciada de sus cacayacas, aunque a muy bajo costo.

Y cuando alguien le preguntaba sobre ese cassete, aseguraba hinchado de orgullo:

-¡Este es el mejor grupo de rock de Chuihuahua y de todo el Norte de México, es un grupo de a de veras, no hay otro como él, ni siquiera aquí en Monterrey…!

Checo no se dio por vencido, y buscó la manera de promover a ese grupo, para lo cual llegó a un acuerdo con los dueños de un local bohemio frente a la Plaza de la Purísima, llamado “Acá de Este Lado” y sacó fecha para su presentación en Monterrey. Sergio no conocía las características del clima extremoso en estas tierras, y cuando llegó la fecha era temporada de lluvias, y cayó tal tempestad que la presentación impidió la llegada del grueso de invitados. El local tenía tantas goteras en su interior que chorreaba agua por todos lados. Aún así, Rodolfo Baroja, vocalista, guitarrista y autor de los temas originales del grupo, reacomodó equipo y compañeros, esperaron un tiempo razonable, pero como no llegaron más invitados, por respeto a los presentes, procedieron al concierto y presentaron parte de su material discográfico.

A Sergio lo secuestraba la lectura. Un día, durante el cierre de un número en las oficinas de Poder, apuré a Checo en la agilidad de los pendientes para imprimir la edición siguiente.

-Oye Checo, te encargo que le des una recia, hay que integrar el original y corregirlo, para terminar el diseño y mandarlo a imprenta, ya faltan pocos días- le dije mientras él desviaba su atención del libro, me miró, asintió y siguió con su lectura.

Al día siguiente chequé avances y no encontré novedad. Al otro, tampoco, y al tercer día tampoco, entonces le recordé:

-No has avanzado nada Checo, necesitas echarle ganas al asunto...!

-¡Oye, ya! Con el debido respeto, pero definitivamente, ¡creo que tú eres todo un capataz bananero!

-¿Por qué? –le pregunté extrañado.

-¿Cómo que por qué? ¡Quieres traerlo a uno jalando a puro latigazo y latigazo! Cálmate, relájate, deja que las cosas fluyan a su ritmo! –Sus manos eran la pantalla simbólica de su lenguaje de denuncia, de razones e ideas, viajaban embravecidas de un lado a otro como barcos de papel sobre el éter. Sus manos dibujaban montañas, y mares intensos llenos de misterios. Disparaba fuego, aire, agua y tierra desde sus dedos, mientras dibujaban un mándala protector contra los anatemas inoportunos. Esos gruesos dedos activos, eran cómplices inmediatos, siempre despiertos, auxiliares de cada vocal, palabra o concepto; reiteradores sin fin de la certeza y de su sentir, y como fusiles guerrilleros disparaban en y contra el odio, quejas, desesperación, angustia, y unidos como síntesis, eran amor, esperanza y consuelo en un mejor mañana, una nueva luz de verdad.

Las correrías en bares y cantinas eran rutina cotidiana; Ramoncito Garza fue su fiel y mejor compañero. El requisito eran las ofertas, los bajos precios, la tranquilidad, y la radiola donde hubiera música ad hoc para escuchar y aderezar de cuando en cuando las charlas interminables. No perdía oportunidad para estar en esos templos de Baco.

Una noche, cuando terminamos el cierre, hartado del trabajo, me invitó a una cantina cercana, la cual era atendida por Rossy, su dueña y nos fuimos a eliminar la tensión. El bar tenía apenas tres clientes, un hombre quien platicaba melosamente con Rossy y dos chicas; una de ellas era tan voluminosa como Checo; la otra, una chaparrita, morena, de buenas carnes y rostro anguloso.

-Mira, cómo ves, vamos a invitarlas, yo con la nubesota y tú la nubecita!

- ¡Checo, tú sabes que yo tengo lo mío en casa y no le entro a nadie más.

-Nomás es para platicar, hombre, para pasar el rato, ¡no seas aguafiestas!

-Bueno, pero un rato, porque me debo retirar temprano.

Y sin mayor trámite se levantó de la mesa, las invitó, aceptaron y nos acompañaron. Rossy, cansada de esperar más clientela, decidió bajar la cortina de acero para tomarse unas cervezas con su cliente. Apenas llevábamos tres cervezas, la charla estaba en su apogeo y las chicas reían de contento por la charla de Checo, cuando de pronto alguien levantó por afuera la cortina de un solo tirón. Nuestra mesa estaba al centro del local y cerca de la puerta. Y al mirar al intruso, éste ya había llegado ante nuestra mesa con rostro furibundo y dos parches de gasa pegados en su costado izquierdo y la camisa abierta:

-¡Yo bien madreado y con hambre y tú aquí pisteando a toda madre hija de la chingada!

Y sin decir más, le dejó ir dos cachetadones a la chaparrita, quien se levantó con apuros para decir algo, pero el energúmeno, sin piedad le asentó el uno dos en el estómago tumbándola al suelo, y ya caída le propinó dos patadas en pierna y cadera y salió en el acto. Todo fue relampagueante.

Sergio y yo nos levantamos intentando seguirlo, pero Rossy nos detuvo:

-No muchachos, no, déjenlo, ni se metan, es un malandro peligroso, ayer lo apuñalearon en un asalto aquí a la vuelta, no vale la pena.

El convite terminó y salimos desangelados y abrumados ante los hechos.
Checo no era violento, pero cuando los argumentos y la razón faltaban, sacaba la casta norteña, y su rostro anguloso adquiría las características del can, de ahí su apodo que alguien le colocó con tino. Esto lo demostró una ocasión cuando salimos a conbeber a un barecito cercano. Ese día nos acompañó Ramón González (Glezz), uno de nuestros moneros; y el poeta Juan José Matamoros. Todo fue normal, hasta que empezó la diferencia de opiniones. Glezz era casi tan pesado y tozudo como Durán, pero más alto que él. Ni uno ni otro cejó en el cruce, y para cuando acordamos, ambos se levantaron de la mesa y empezaron a liarse a golpes. Matita gritaba y lloraba de sentimiento mirando cómo uno al otro intentaban lastimarse a golpes por falta de acuerdo en los argumentos.

-¿Pero por qué se pelean? ¡No se peleen! -Chillaba de desesperación Matita, mientras restregaba sus cabellos enmarañados y se tallaba el rostro, y las mesas y las sillas chocaban y caían ante el vaivén de aquellos dos gladiadores furibundos de peso super completo.

Yo intenté separarlos, pero un volado pegó en mi hombro izquierdo y me sacó de la escena. El mesero y el cantinero desesperados los invitaron a detenerse y amenazaron con llamar a la patrulla. Las últimas palabras fueron mágicas, dieron por acabado el pleito y terminó el convivio con las paces y las disculpas entre ambos.

Por problemas de sociedad con el rentero, las oficinas de PODER las cambiamos a Villagrán y Arteaga y ahí nos tocó vivir otra experiencia cultural. Checo en sus andares había tenido contacto con el poeta cantautor capitalino, Arturo Meza, y se comprometió con él a presentarlo por primera vez a la sociedad cultural de Monterrey; hizo amarres, logró acuerdos y finalmente lo trajo y lo presentó en un viejo escenario teatral perteneciente a la Universidad Regiomontana, en la calle Matamoros, antes de Juárez. a donde acudió un compacto público que aplaudimos a rabiar un concierto cargado de metáforas, visiones emotivas y figuras alegóricas de crítica y llamado de amor al mundo, al hombre y por una sociedad más humanitaria y solidaria. Arturo Meza, con larga, lacia y negra cabellera, como un Orfeo urbano, hizo vibrar las doce cuerdas de su guitarra con tal maestría de amor y dolor que dejó satisfecho a todos los asistentes en esa fría noche de magia cultural.

La bolsa económica lograda no fue del todo suficiente para pagarle con creces su entrega artística y excelente poesía. Al final del evento, el frío de la noche invernal de 1991, nos acompañó hasta las oficinas de la revista, y como no teníamos más qué ofrecerle, su cama consistió en dos cajas de cartón sobre el piso y media botella de mezcal para paliar el frío. Meza no se inmutó ante nuestra pobreza; agradeció el gesto y esperó el nuevo día para partir de nuevo a la capital de México con el adiós y el agradecimiento sincero de Durán.

Tiempo después lo volvería a traer y lo presentó en el Teatro Sara García, de Ciudad Guadalupe.

La revista PODER quebró y dejó de existir; con el tiempo, las vacas flacas también a Nuevo León, y el mayor baluarte cultural, el Suplemento Aquí Vamos, del Periódico El Porvenir, cerró. Sin dirigentes, sin editores culturales, sin espacios significativos, el éxodo de poetas, cuentistas, cronistas, novelistas, historiadores y demás fauna literaria de la cofradía, buscó otros lugares dónde existir, en espera de nuevos espacios o retos culturales.

Durán encontró en el corazón de una mujer, el espacio cultural que requería y cambió de aires y tierras, en aquella lejanía, su corazón le hizo un primer llamado a la eternidad.

La última vez que lo encontré nos saludamos, con las clásicas palabras a la distancia antes del obligado abrazo:

-Eloy Sandoval, un hombre que luchó contra el mal…!

-Sergio Durán, un hombre lleno de amor…!

Y nos fundimos en uno, intercambiando el muto amor de hermanos en lucha.
Quedamos de vernos horas después, pero el destino cambió los planes.

Quería recriminarle a él y a su pareja la lejanía de mis huesos, pero no fue posible.

Hoy, Checo Durán, el entrañable amigo, el más comprometido con lo más sentido y puro de la cultura y el arte en Nuevo León ha dejado de existir. Un solo dolor lo acompañó hasta las puertas de la muerte, el darse cuenta que la poesía, el arte y la cultura en Nuevo León había sido prostituida por los que amó, quienes sucumbieron ante oro y el oropel de aquellos a quienes más combatió en su vida, y les mandó una mentada de madre que resonó en el eco de las montañas de Monterrey y han de cargar hasta su propia tumba.

Nuestro pésame a los verdaderos hacedores del arte y la cultura, y nuestras condolencias a los huérfanos nuevoleoneses por la irreparable pérdida de tan ilustre y valiente guerrero por la emancipación de las masas.

Descanse en paz, Sergio Durán Andazola.


 

 

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