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2180 2 Septiembre 2016

 

 

COTIDIANAS
Querido
Margarita Hernández Contreras

 

Dallas.- Todavía no entraba a la adolescencia cuando Juan Gabriel se hizo famoso con su “No tengo dinero”. Yo estaba en la primaria y me prendió. ¿Y cómo no? Tan pegajosa su letra y tonadita, tan repetitiva y tan cerca de mi realidad como hija de campesinos (es decir que efectivamente, el “no tengo dinero” me llegaba).

Los siguientes años, con la prolífica producción musical de Juan Gabriel, el todavía No-Divo se convirtió en uno de los cantantes que más me gustaban junto con todos los de la época: Julio Iglesias, Camilo Sesto, Sandro, Piero, etc.

A medida que fui ampliando mi gusto musical, mis gustos adolescentes se fueron quedando atrás, aunque, claro, era imposible no enterarse de la fama creciente de Juan Gabriel. Por ejemplo, compré los discos y disfruté de la colaboración entre Juan Gabriel y Rocío Dúrcal. Pero me fui identificando y metiendo de lleno en la música de Canto Nuevo de nuestra Latinoamérica: Mercedes Sosa, Amparo Ochoa, Silvio, Víctor, Violeta, Inti; todos ellos fueron cincelando y definiendo la sensibilidad de mi alma musiquera.

Amigas y conocidos que fueron a algunos de sus conciertos hablan maravillas de Juan Gabriel como showman; su estilo, su vestimenta, su don de gentes. Todos dicen que su show era espectacular. No lo dudo. Yo no soy muy amante de los conciertos. En el caso de Juan Gabriel mi argumento era que algo me resulta incómodo cuando veo a un hombre actuando de forma afeminada. Y eso sin duda era Juan Gabriel. Con todo su carisma y sencillez, era un hombre de modismos que distan mucho de ser lo que consideramos viril.

En cuanto a su orientación sexual, poco me importa. El mismo dijo que no hay que preguntar lo que está por visto. Tal vez allá por los 70, cuando empezó su increíble recorrido como cantante y compositor, seguro tuvo algún conflicto si es que se llegó a reconocer como homosexual. Sin embargo, llegó el momento en que abrazó su identidad y decidió proyectarse como es (fue): amante de lentejuelas y colores estridentes, con su inconfundible voz y sonrisa, con chispa e ingenio. Y nosotros los mexicanos, homófobos y todo como somos y como nos criaron, lo abrazamos y lo hicimos nuestro Juanga. Mujeres y hombres por igual sabemos lo que es estar en el lugar de siempre, con la misma gente. Con Juanga nuestro afán por disminuir y ridiculizar, de alburear y burlarnos de todo lo “joto”, también disminuyó y se volvió ridículo, digno de burla.

Del innegable talento de Juan Gabriel siempre he creído que como compositor está mucho mejor realizado que como letrista. Creo que cualquier arreglista y director pudiera hacer y ha hecho maravillas con sus composiciones. Sus letras, reconozcámoslo, son simplonas y melosas; eso no les quita que sean llegadoras. Pero les falta la vena poética de Agustín Lara y de Cri Cri y el desgarramiento emocional de José Alfredo, por ejemplo. Pero por la forma en que nos ha tocado a todos, sin duda nuestro Juanga queda a la altura de todos ellos.

Yo me enteré de su muerte la noche del 28 de agosto. Me sorprendió la tristeza que sentí. Me acordé de que a mis 14, defendiéndolo porque se habían burlado de que era “joto”, yo airada y convencidísima dije que no era cierto, que no era joto. Uno de los que se burlaban (creo que más de mí que de JG) me peguntó: “¿Te consta?” Yo sin duda alguna respondí veloz y contundente: “¡Me consta!” con lo cual las carcajadas y risotadas se multiplicaron por el implícito acto sexual de mi respuesta. Francamente, dada mi ingenuidad no creo yo que podría saber lo que era la homosexualidad en ese entonces. Pero sí sabía que al decirle “joto” estaban ofendiendo a alguien que yo quería mucho y por quien yo estaba dispuesta a decir cualquier cosa.

Si en aquellos años, podía yo cantar alegre que no tenía dinero, ahora en otro siglo ¿con quién cantaré esta aseveración que me sigue llegando?

1 de septiembre de 2016

* La autora es guadalajareña, vive en el área de Dallas. Es traductora profesional del inglés al español.
Para comentarios: mhc819@gmail.com.


 

 

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