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2186 12 Septiembre 2016

 



New York, New York
Ernesto Hernández Norzagaray

 

New York.- Llegar a Nueva York es para los entusiastas de Frank Sinatra remitirse a una de sus piezas musicales más celebradas, festivas y enaltecedora que se le puede hacer a una ciudad amada; es meterse en el viaje sublime de la película que estelarizaron Liza Minelli y Robert de Niro en aquella gran entrada de orquesta que reivindicaba el entusiasmo y la vitalidad de los días posteriores al fin de la segunda posguerra.

Y no menos memorable es la película Pandillas de New York, de Martín Scorsese, que nos recuerda el origen violento de los primeros pobladores de esta región del noreste norteamericano; o las películas plenas de buen humor e ironía de Woody Allen y Diane Keaton, o la comedia melodramática de Sex and City, basada en el libro de la hirviente Candace Bushnell.

No menos importante en esa ciudad es la afamada y larga calle Broadway, donde se encuentran los más famosos teatros de la ciudad, con sus marquesinas y luminarias que invitan a disfrutar de las grandes comedias musicales y óperas. Es esa tribu de dibujantes de banquetas que ofrecen muchos de ellos verdaderas joyas del trazo y movimiento en cosa de segundos. Son los puestos de hot dogs que le dan un toque mundano a sus calles y banquetas. Es el barrio gay de Chelsea que es expresión de tolerancia y libertad.

En fin, ir a New York es rememorar aquella imagen del fotoperiodista alemán Alfred Eisenstaedt, que al oprimir el obturar de su cámara tomó el pulso a la ciudad y provocó que la revista Life titulara VJ the Kiss, por el beso apasionado de un marinero y una enfermera al final de la segunda guerra mundial en el cruce de la séptima avenida y la de Broadway; New York es también la seductora Holly Golightly en la novela Desayuno en Tiffany´s del tremendo voyeur Truman Capote, quien exhibió las debilidades y falsedad de la sociedad neoyorkina y que continuó en La Hoguera de las Vanidades, de Tom Wolfe, maestro de la pluma que ha sido reconocido como patriarca del llamado nuevo periodismo.

Es también la ciudad de Mario Puzzo, que escribiría la mayor novela sobre la mafia italiana bajo el inolvidable título de El Padrino y que su expresión representa para muchos la producción cinematográfica mejor realizada en el siglo XX y que hoy sigue estableciendo claves para entender el honor de esa delincuencia que sabía del respeto a la palabra y la familia.

Nueva York es la casa de los Yanquis de New York con su historia a cuestas de casi cien años de residir en el barrio del Bronx. Es el recuerdo de los jonrones de Babe Ruth, Mickey Mantle, Roger Maris, Yogi Berra, Reggie Jackson y Joe Dimaggio, antiguo marido de la rocambolesca Marilyn Monroe; o los disparos de más de 90 millas de Ron Guidry, Luis Tiant o el inolvidable Andy Hawkins, quien lanzó un juego sin hit ni carrera pero perdió el partido por un error de Mike Blowers en 1990.

Pero, también, es la casa de los Mets, que en Queens tienen un gran estadio y que nos tocó asistir para ver derrotar a los Marlins de Miami. Cómo después disfrutaríamos ver a los yanquis derrotar a los Blues Jays de Toronto. Grandes espectáculos de masas que son vigilados con lupa por los servicios de seguridad ante un eventual ataque terrorista. A los neoyorkinos no le metieron miedo los acontecimientos trágicos de 11-S pues hacen grandes aglomeraciones lo mismo en Broadway, que en Times Square; en el Metro y en sus teatros y antros.

Y es en el mismísimo memorial y museo, donde diariamente llegan decenas o quizá cientos de miles de visitantes de cualquier parte del mundo para conmoverse con ese gran monumento y las grandes piscinas reflectantes. Estas llegan a provocar una sensación de vértigo, al ver caer agua a una profundidad oscura como la desolación que solo parece aliviarse en el blanco que todo lo invade.

Finalmente, con está imágenes que pegan en lo profundo, es partir rumbo al embarcadero de los ferrys que cruzan el Río Hudson hasta llevarte a la isla Ellis donde disfrutas el paisaje de las grandes construcciones de Manhattan y el largo Puente de Brooklyn o la Estatua de la Libertad. En ese momento es inevitable volver la mirada al pasado de esta nación. A ese pasado que relata Martín Scorsese de cómo peleaban británicos contra irlandeses en el barrio Five Points del bajo Manhattan. Y, cómo en medio de esa lucha de pandillas, se encuentra la simiente de la violencia que llevó a ser la potencia que hasta el día de hoy es y que se expresa en ese tono guerrerista de Donald Trump. Pero, aunque es el mismo tema, es otra narrativa.

En definitiva, como nunca comprendí el sentido de una estrofa de New York, New York, del inolvidable Sinatra:

Estos zapatos de vagabundo
Están deseando perderse
Justo por ese corazón,
New York, New York.

 

 

15diario.com