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2186 12 Septiembre 2016

 



La hidra de la corrupción
Víctor Orozco

 

Ciudad Juárez.- La sensibilidad pública sobre la deshonestidad de los gobernantes forma parte de los atributos que las sociedades han desarrollado al menos desde las revoluciones políticas de lo siglos XVIII y XIX. Esto aconteció cuando en la ley se estableció un apartamiento claro entre el patrimonio del monarca o el funcionario y el de la nación. 

Sin embargo, nunca como en estos tiempos, las denuncias, los movimientos y las luchas colectivas o individuales en contra de la corrupción habían cobrado el  interés de tantos y se habían vinculado estrechamente con otras demandas sociales. Tampoco habían cobrado el gran impacto político y cultural que en estos tiempos podemos advertir.
  
Quizá más que en ninguna otra región, Latinoamérica ofrece ahora un escenario en el cual se valora a un gobierno básicamente a partir de los parámetros de la pulcritud o el desaseo con el cual se manejan los fondos del erario.

En México, el prestigio del presidente Peña Nieto cayó irremediablemente ante los ojos de la ciudadanía después del escandaloso acto de corrupción que significó el incidente de la famosa Casa Blanca.

En Brasil, si bien la remoción de Dilma Rousseff estuvo marcada por un procedimiento oscuro y jurídicamente poco fiable, se ejecutó al amparo de la bandera contra la corrupción.

En Chile, Michele Bachelet, una de las personalidades políticas de mayor reconocimiento popular en Latinoamérica vio derrumbados sus índices de aceptación por las denuncias de actos de corrupción cometidas por familares cercanos. Hoy, me escribe un amigo chileno, ha perdido buena parte de su capital político y hasta en su físico se miran los perniciosos efectos, dice, pues se ha dejado ganar por la obesidad.

En Argentina, la comidilla diaria son las develaciones de nuevos fraudes cometidos por funcionarios del actual y del anterior gobierno, tan encontrados y distantes en los dichos, pero tan similares en estas prácticas.

En Nicaragua, la vieja guardia sandinista que comandó una esperanzadora revolución, ha degenerado en un grupo de oficiales enriquecidos a la cabeza de un gobierno autoritario, nepótico y para rematarla, confesional. Esta peste de la corrupción abarca también a políticos de Venezuela, de Colombia... Ni para que seguirle.

A contrario sensu, José Mujica, el expresidente uruguayo, es paradigma universal del buen gobernante, por la austeridad republicana con la cual se condujo y su desprecio por los políticos llegados al poder "para hacer plata", como él los caracterizó. 
  
Diríase que la población se encuentra bastante más interesada en el valor de la honradez que en los programas o grandes proyectos ofrecidos por líderes y partidos. Tal vez no sea lo más deseable desde el ángulo presentado por una cierta ortodoxia doctrinal. De acuerdo con ésta, las mayorías tendrían que votar a quienes pusieran frente a sus ojos un horizonte de progreso y realizaciones.

En la vertiente izquierdista despreciar a los enemigos de clase, a los representantes del gran capital esquilmador y expropiador del trabajo, al tiempo que apoyar a los oferentes de un reparto equitativo de la riqueza y de un Estado garante para todos de las prestaciones fundamentales: educación, salud, vivienda.

Pero el instinto colectivo se ha agudizado. Ha descubierto que tras el canto de las sirenas, entonado por adalides de las derechas y las izquierdas, se esconde la hidra de la corrupción, con sus mil cabezas. Entonces, la aspiración suprema, el bien de mayor aprecio exigido en los gobiernos e instituciones es el de la honestidad. Tal vez parezca muy poco, pero es mucho.
  
Pensemos primero en la opción de los partidos y corrientes derechistas. Su oferta política fundamental es la del empleo, conseguido mediante las grandes inversiones de capital atraídas por los bajos impuestos y las concesiones a los grandes dueños. La prosperidad general, arguyen, vendrá después por sí sola, cuando se haya creado la riqueza. Instalados en las cúpulas del Estado, estos empresarios, cuya mentalidad no da para otra cosa que para encontrar formas de maximizar las ganancias, pronto, prontísimo, tienen ya a sus compañías o a sus socios extranjeros pegados a la ubre de las finanzas públicas. Ni siquiera establecen un régimen de competencia, sino han instalado un capitalismo de compadres y cómplices. De todos estos gobiernos adoradores de las privatizaciones y extremadamente corruptos sobran ejemplos: Menem, Salinas, Piñeira, Fujimori...

Volvamos la vista ahora a las alternativas de izquierda. Llegan al poder o por una revolución violenta o por la vía electoral gracias a los frentes amplios. Quizá la animación inicial de sus conductores haya sido el propósito sincero de beneficiar a los millones de desposeídos y al trabajo frente al gran capital. Pero, "en arca abierta, el justo peca". En escaso tiempo se percatan de la fragilidad de las instituciones y del poder omnímodo de quienes las dirigen. Las maneras de hace negocios son de número casi infinito. Pueden hacerse dueños de un partido de "izquierda", crear empresas-proveedoras fantasmas, otorgar concesiones aquí y allá, de taxis, expendios,  gasolineras, vender plazas. A lo grande, pueden especular con los recursos naturales y los bienes nacionalizados: cobre, petróleo, maderas, gas, etc. Años después, aprehenden que siempre es posible esconder el fracaso, el incremento de la pobreza y las persecuciones políticas, con el manido recurso de envolverse en la bandera nacional y culpar al imperialismo. Eso les permite también buscar la permanencia indefinida en el poder. Dos ejemplos clásicos son los gobiernos de Nicaragua y Venezuela, presididos por Daniel Ortega y Nicolás Maduro.

Estos hechos, revelan la conexión inseparable entre la honestidad de los gobiernos con la democracia, las políticas públicas a favor de los intereses de los pueblos y las naciones, la factibilidad y el éxito de proyectos económicos, culturales, sanitarios, educativos. Ausente la honradez, se imponen por necesidad, la arbitrariedad, la tiranía, la debilidad institucional, los Jefes de Estado que en su desprestigio arrastran la capacidad de su país para hacerse oír y negociar en los ámbitos internacionales, el hundimiento de cuanta iniciativa de mejoramiento se emprenda.

Los panoramas locales en México, también ratifican lo atinente de esta reflexión. Los resultados en las últimas elecciones  de varios estados: Veracruz, Chihuahua, Quintana Roo, mostraron el hartazgo de los electores ante gobiernos calificados y tenidos como corruptos por el grueso de los votantes. Los candidatos victoriosos, deberán entender muy bien que el mandato recibido tiene una dirección muy clara: han de erradicar la corrupción de las instituciones públicas. Ésa es su tarea central, incluso por encima de la gestión o realización de grandes obras públicas. En el pasado, por cierto, muchas de éstas, realizadas por negociantes-cómplices, se convirtieron en fuentes de enriquecimiento personal y en inútiles elefantes blancos.

 

 

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