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2246 5 Diciembre 2016

 



Cuba en la hora postrera de Fidel
Víctor Orozco

 

Chihuahua.- Para los enemigos irreductibles de Fidel Castro, hay un cuestionario bastante embarazoso. ¿Por qué tantos reconocimientos a su personalidad y a su papel en la historia reciente del orbe, venidos de estadistas, intelectuales y organismos internacionales? ¿Acaso la capacidad de propaganda del gobierno cubano es capaz de persuadir al Papa, a Obama, a los dignatarios de la mayoría de los países europeos?

¿Hay algo en este dictador que no tuvieron otros como Franco, Trujillo, Pinochet o Somoza? ¿Por qué todos éstos vivieron y murieron como apestados, mientras que Castro se elevó a las alturas de un estadista de calibre mundial? ¿Quién de los dictadores con los cuales lo equiparan fue acompañado en sus funerales por millones de personas?
  
Proponer e imaginar respuestas a estas preguntas llevará largo tiempo. Quienes se conformen con una caracterización simplista del líder cubano como un sátrapa, enterrador de la democracia en Cuba y forjador de un estado policiaco que ahoga la vida privada de todos los habitantes, no tienen siquiera que formulárselas. Es suficiente constatar las limitaciones a las libertades de expresión y de organización política para arrojar al régimen cubano al albañal de las peores dictaduras. En este tipo se encuadran gentes como Felipe Calderón y Margarita Zavala.
  
Tal vez, unas claves para arribar a mejores conclusiones, está en la explicación escuchada una vez en Pinar del Río, a un ingeniero que nos comentaba: tengo un carro viejo, una casa modesta y quisiera  comprar muchas cosas. Pero, también tengo educación y salud garantizada para mi familia. Y mis hijos pueden caminar a cualquier hora por las calles sin que sienta ninguna preocupación. Esto, concluía, vale mucho para mí. El hombre, aunque pertenecía a la generación nacida después de 1959, sentía un genuino orgullo por el rol jugado por su pequeño país en los acontecimientos políticos mundiales, gracias a la revolución.
  
¿No estaba interesado este cubano al igual que millones de sus compatriotas en las libertades públicas? Desde luego que sí y si pudiera acceder a periódicos y radiodifusoras diversos, a la red sin cortapisas, tendría en más alto aprecio a sus actuales condiciones de vida. Pero, aspirar a una sociedad igualitaria, invertir el grueso de la riqueza nacional en educación y en salud, solidarizarse con revoluciones y movimientos liberadores en otras partes del globo, afectar los intereses de las grandes empresas capitalistas, desafiar al imperialismo en sus mismas narices, defender la soberanía nacional, todo ello tiene y tuvo un costo. Mucho mayor en términos relativos cuando se piensa en el tamaño de Cuba, cuyo territorio es inferior a la mitad del estado de Chihuahua y su población equivale a la mitad de la zona conurbada de la ciudad de México. Es, además, pobre en recursos naturales, sobre todo petrolíferos.
  
Parte del precio a pagar fue la institución del autoritarismo. No estoy a favor de la supresión de libertades en ninguna parte, ni justifico a ningún sistema que lo haga. Sin embargo, nada vale reprobar el de Cuba sin tratar de explicarlo y escudriñar sus perspectivas. Al gobierno de Castro se le exigió siempre mucho más de lo posible. Un ejemplo es el reclamo escuchado una y otra vez, sobre el exilio cubano. ¿Por qué tantos quieren salir de la isla? ¿Cuántos se ha ido para los Estados Unidos? Las cifras van y vienen, según quien las maneje y las publique. Me parecen confiables las que se dieron a conocer a propósito de las recientes elecciones norteamericanas. Hay 50 millones de hispanos en EEUU, de ellos 35 son mexicanos y 1.8 son cubanos. De los primeros, pocos se fueron por razones políticas y desde luego, de los segundos buena parte huyó por radicales diferencias con el régimen castrista. Sin embargo, es ingenuo pensar que las motivaciones económicas no jugaron papeles en Cuba iguales a las de México. Es decir, el grueso de los emigrantes isleños, lo hacen por la misma razón que los campesinos zacatecanos o michoacanos: para mejorar sus ingresos y tener acceso a una diversidad de satisfactores. Igual a los españoles que se van para Alemania, Francia o Inglaterra. O los ecuatorianos a España e Italia.
  
Quien viaja a Cuba y cada vez más lo hacen, de todo el mundo, sin limitaciones, encuentra realidades a la vez distintas y muy similares a las de cualquier país subdesarrollado. Hay pobreza, carencias múltiples, deficiencias en el transporte, limitaciones, quejas. Los cubanos saben eso y saben también que a diferencia de otros países, al suyo se le examina con lupa. Porque hicieron una revolución e intentaron –lo siguen haciendo– construir una sociedad con igualdad de oportunidades para todos, cuando en otras partes, esta utopía fue abandonada hace tiempo. El propósito, se combinó con una régimen dirigido por un caudillo a la manera de tantos brotados en el suelo latinoamericano. Se concentraron los poderes en su persona y se coartaron derechos tenidos por fundamentales. El problema es, si, ubicada la revolución en el medio de la guerra fría, era posible mantener a raya las agresiones norteamericanas ante una confrontación irreductible de las derechas, racistas, proyanquis, ajenas al proyecto nacional o enemigas del mismo, dispuestas incluso al asesinato de los dirigentes revolucionarios.

La historia de Francia, de Rusia, de México, enseña que ante los ataques externos, no ha habido otro camino que someter a la oposición interior aliada a los extranjeros. ¿Han cambiado los escenarios? Sí y no. El bloqueo económico se mantiene y con la llegada de Trump, se reanudan las ofensivas de Washington. Pero, la sociedad cubana, su dirección política se han transformado. Cada vez se abren nuevas válvulas, los jóvenes se informan, el internet se propaga, arcaicas concepciones como la homofobia van de retirada, proliferan los negocios privados. Fidel Castro no llegó a esta fase como para estar al timón de los cambios y sortear los obstáculos. Se retiró desde hace una década. Ya no fueron sus tiempos.
  
Una disputa entre una terapeuta, empleada pública y una “cuentapropista” escuchada cerca de Santa Clara, ilustran sobre las nuevas realidades. La segunda objetaba con vehemencia, como acostumbran los cubanos, el crecido pago que debía hacer al Estado por el seguro médico. La otra le respondía: “¿Y qué tú quieres, que los demás paguemos por ti? ¿Quieres ganar plata? Paga los servicios”. ¿Hasta dónde llegarán estos negocios privados? Sus dueños, cuyo número aumenta cada año, ¿serán capaces de compartir los ideales y los proyectos de la revolución?;  ¿o les ganará, a medida que acumulen capital, el egoísmo y el sentido patrimonial de los bienes públicos?.
  
En lo personal, abrigo la esperanza que esta revolución, con su enormes realizaciones y anhelos, no se hunda en el pozo de las desigualdades, la pobreza extrema, la corrupción, las profundas injusticias, la inseguridad y la violencia delictiva que laceran a las sociedades en cuyo rango y origen histórico se ubica la cubana, como las de México, el Caribe y Centroamérica.

 

 

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