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VISIÓN DEL PADRE MIER
Benjamín Palacios Hernández

La vanidad de Mier es indiscutible; después de todo un cierto grado de  arrogancia ha sido siempre un rasgo característico de todo hombre o mujer de genio superior al promedio. Ello ha de ser visto sólo como un atributo de la personalidad; a lo sumo como un pecado venial comparado con el pecado capital que implica la jactancia del asno ilustrado, o con la inteligencia mediocre que sólo dispone del auto elogio para intentar destacar.

Tres semanas después del sermón del 12 de diciembre de 1794, los integrantes del cabildo de la Colegiata de Guadalupe se quejaban de que fray Servando saliese del convento y se paseara tan ancho por las calles de la ciudad, y de que “a las gentes que le hablan admiradas de verlo y pasear con tanta franqueza después de su escándalo tan grande como el que ha causado con su sermón, les asegura haber salido ya bien de este asunto, y que era preciso sucediese así, porque todos los sabios piensan como él, y sólo los ignorantes eran de contrario dictamen”. Ciento noventa años antes Don Quijote aleccionaba a Sancho casi en los mismos términos: “y diga cada uno lo que quisiere; que si por esto fuere reprehendido de los ignorantes, no seré castigado de los rigurosos”. Fray Servando, como Don Quijote, confía y se atiene al juicio  de sus pares y desdeña la opinión del vulgo. Como Don Quijote, también, podría puntualizar: “Y no penséis, señor, que yo llamo aquí vulgo solamente a la gente plebeya y humilde; que todo aquel que no sabe, aunque sea señor y príncipe, puede y debe entrar en número de vulgo”.
Presuntuoso, egocéntrico y exhibicionista, ni quien lo dude. Extravagante también. Después de todo, ¿cuántos han tenido el humor de preparar los eventos social-rituales en torno a su propia muerte? ¿Pero quién, con la vida del padre Mier, tendría necesidad de recurrir a las pinceladas de la fantasía para colorearla? Cierto es que una personalidad poliédrica como la de fray Servando no podía estar completamente exenta de algunos rasgos fantasiosos, como aquella tardía pretensión suya, en 1822, de ser descendiente de Cuauhtémoc. O la pertinaz insistencia, más exageración que fantasía, en su nobleza:

Además de eso soy noble y caballero, no sólo por mi grado de doctor mexicano, conforme a la ley de Indias, ni sólo por mi origen notorio a la nobleza más realzada de España, pues los duques de Granada y Altamira son de mi casa, y la de Mioño, con quien ahora está enlazada, disputa la grandeza, sino también porque en América soy descendiente de los primeros conquistadores del Nuevo reino de León…; … y hasta los que parecían mis parientes se avergonzaban de parecerlo, aunque en toda la América no había quien pudiera excederme en nobleza.

Existen sin embargo otros rasgos de la personalidad de fray Servando, de jaez distinto a estos que a menudo quienes se ocupan de él se solazan ilustrando. En mi opinión aquellos definen con mayor solidez y permanencia el perfil del padre Mier, si bien comúnmente se los deja de lado. Al despuntar el año del sermón que sería la bisagra en la vida de Mier, el 13 de enero de 1794, los obreros de la fábrica de cigarros de la ciudad de México realizaron una manifestación contra el administrador. Naturalmente el virrey asumió el evento como un acto de sedición. Tres días después un tal Eustaquio Camarena y Verdad, de esa perenne estirpe de solícitos delatores, envió una denuncia a Revillagigedo en la que acusaba a fray Servando de ser el inspirador del “recurso tumultuario de los tabaqueros”, y de haber expresado conceptos sediciosos en una conversación en la Alameda con tres individuos de apellidos Sessé, Aznares y Balmis. Camarena se refería a él como “un fraile enredador que tiene revuelta su comunidad en la que no hay individuo que no lo mire con abominación por alborotador y sedicioso”.

El 20 de enero el maestro prior provincial de los dominicos, fray Domingo de Gandarias, rinde un detallado informe solicitado por el virrey Revillagigedo sobre este episodio. Gandarias llega a la conclusión de que en todo el asunto “no hay más testigo contra el padre Mier que el mismo Mier”, y termina esbozando una descripción de fray Servando que, más que un retrato al aguafuerte, es una foto tridimensional:

El padre lector Mier es mozo de talento, estudioso y expedito, pero acompaña estas dotes con los vicios de locuaz, intrépido, presumido de su saber y elocuencia, sedicioso, y armador de chismes, popular, y acompañado de la gente de la menor clase y edad en la religión, con quienes tiene su partido y es escuchado como oráculo. En su conducta religiosa ha tenido varias reconvenciones y aun agrias reprehensiones de sus prelados, y aun de los señores Mier, de quienes se llama pariente; por su desahogado y despreciador modo con que trata principalmente a los religiosos, aun condecorados, está mal mirado en la Provincia, y aun entre los doctores de la Universidad, y en fin, no me admira que haya sido denunciado de sedicioso, y amotinador, pues además de que con sus malos modales tiene granjeados muchos enemigos, su audacia, intrepidez, facilidad de producirse, verbosidad y descaro, junto con que, como hijo del país que mira con poca pía regularmente las providencias de los europeos, se resintiese de la tomada con los fabricantes, le ponen en sospecha de haberse maculado en tan horrendo crimen. Con todo yo soy de dictamen que las apariencias, que demostraba esta moción, de buen éxito, le indujeron  a atribuirse la gloria de haber en ella tenido parte, sin negar por eso, que alguno o algunos de la fábrica hubiesen requerido su consejo.

Todo Mier está aquí, el que era ya entonces y el que sería  a partir del sermón guadalupano: no sólo el presuntuoso y lenguaraz que la posterior mirada superficial y fácil ha querido asentar, sino también el rebelde, el iconoclasta, el individuo talentoso que tiene problemas con la autoridad y sabe tomar partido, llegada la ocasión. Al mismo tiempo se adivina aquí un fray Servando plebeyo, notoriamente contrastante con el otro, tan celoso de su nobleza.

Aun así, jactancia, exhibicionismo, extravagancia y exageraciones son tan sólo luces brillantes y notas de color pertenecientes al mundo de lo anecdótico; por lo demás, aristas inevitables en un genio tan vivo como el de Mier. Mucho más graves son otras apreciaciones sobre fray Servando, curiosamente preteridas incluso por sus exégetas hostiles o condescendientes. Edmundo O’Gorman, que no se cuenta entre éstos, realizó un minucioso rastreo de los meandros del trayecto que llevó a Mier a convertirse en un “heterodoxo guadalupano”, destacando las sucesivas etapas, avances, retrocesos, dudas y modificaciones que condujeron de las tesis del sermón de 1794 a las sensiblemente diferentes expresas en la Apología –ruta de revisiones que, hay que decirlo de una vez, el propio Mier, según todos los indicios carente de espíritu autocrítico, nunca hace explícita y, al contrario, a menudo encubre. En ese examen, al llegar al estado de las tesis guadalupanas de Mier tal como ellas se exponen en su Historia de la Revolución de Nueva España, cuando la certeza de la predicación de Santo Tomás en el siglo I se ha convertido en la confesión servandiana: “la verdad es que yo encuentro gravísimas dificultades en que (el predicador) fuese el apóstol”, O’Gorman se siente obligado a indicar que, aquí, “debemos reconocerle a Mier la honestidad intelectual de la que no siempre dio muestras claras”.

Lejos tanto de Vasconcelos y su salida de tono como de Domínguez Michael, que se prodiga a todo lo largo de su biografía de ochocientas páginas denigrando a Mier como plagiario, mentiroso, inferior ante las luminarias europeas, envidioso, pícaro y, en fin, como un “fatuo orador dominico” ignorante y un “cura follón y malandrín”, el principal estudioso de fray Servando se vale de la sensatez del historiador y del escrúpulo filológico –aunque ello, naturalmente, no preserve siempre de las equivocaciones–, no de la estridencia del ideólogo ni las desenfadadas licencias literarias del biógrafo. El ideólogo tiende a confundir sus fobias con asertos que se fundamentan a sí mismos, mientras que el cultor de las belles lettres, cojeando de la misma pata, matiza y encubre su renqueo mediante maniobras lírico-militares de diversión en las que no es precisamente Clío quien está al mando. Por lo demás ningún aparato crítico salva de la ideologización, y ahí donde ni las conclusiones ni los juicios se desprenden de la información documental exhibida, aquél se ve reducido a mero adorno erudito.

* Fragmento del libro Días del Futuro Pasado. Las Memorias de fray Servando Teresa de Mier, que hoy jueves presentarán Abraham Nuncio, César Morado y el autor, en la Casa de la Cultura, a las 19 horas.

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