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26 de abril de 2010
15diario.com  


 

Presidente monotemático

Juan Reyes del Campillo

Un día sí y otro también el presidente Calderón se encuentra obligado a referirse a su guerra contra el crimen organizado. Siendo el punto principal en que despliega su política, el tema concentra la atención de los medios, los cuales tratan cotidianamente los avatares, narran los crímenes, enumeran la gran cantidad de personas fallecidas, y hasta algunos comunicadores con sorna lo refieren como el obituario diario.

 

Muchos se han empezado a preguntar si el Estado será capaz de ganar esta guerra. Lo cierto es que cada día se abren más frentes y no existe rincón en el país que se salve de la presencia y violencia del narcotráfico. En los lugares más recónditos, en las áreas deprimidas de las ciudades o en las zonas de clase alta se producen enfrentamientos entre las fuerzas armadas y los criminales. La sensación es que de este asunto nadie se encuentra al margen y que en cualquier momento podemos ser una víctima más. 

 

Pero el gobierno, buscando minimizar la gravedad que los hechos, señala que los muertos son, en su mayoría, integrantes de las bandas de malhechores. Los menos son quienes pertenecen a las fuerzas del orden y, uno que otro ciudadano inocente extraviado en el escenario del crimen. Esta declaración sirve para explicar o justificar que en una guerra existe o habrá de existir necesariamente daño colateral, el cual si bien preocupa mucho a periodistas como Joaquín López Dóriga, no parece haber más remedio que aceptarlo, ya que en una guerra resulta ineludible.  

 

Desde la declaración de Joaquín Sabina llamando ingenuo al presidente, a la del ex presidente Gaviria señalando las limitaciones del gobierno mexicano para enfrentar al narcotráfico, todo hace pensar que este asunto apenas empieza y que la guerra va a escalar hacia situaciones no previstas e incontrolables. Cómo detenerla, en el gobierno nadie sabe, pero lo que es obvio es que cada día se le echa más leña al fuego.

  

Si lo que se nos narra sobre Ciudad Juárez, en el sentido de que el gobierno no procesa, no parece interesarle, ni tiene la más remota idea de lo que implica la participación social para enfrentar el problema, es de esperar que el programa “Todos Somos Juárez” se dirija directamente al fracaso. Pero si eso se produce en un lugar que ha llamado severamente la atención internacional, qué es de esperar que suceda a lo largo y ancho del territorio nacional. 

 

La política del gobierno es enfrentar al crimen organizado con el único método que conoce y asume, y este es su capacidad de fuego. Ni remotamente acepta la legalización de alguna droga, ni mucho menos que la sociedad se involucre para hacerse cargo de programas y soluciones colectivas que podrían combatir el contexto del narcotráfico. En realidad el gobierno sabría cómo ganar batallas en esta guerra, pero no estaría interesado porque implica ir en contra de sus atávicas consideraciones morales y/o porque también tendría que concederle poder a la sociedad.

 

El presidente prefiere, en actos protocolarios, dar a conocer sus condolencias de manera personal o enviar al secretario de Gobernación a disculparse cada vez que se le pasa la mano a las fuerzas armadas. En esos eventos el gobierno ratifica su estrategia de combatir al crimen a sangre y fuego. Pero en contraste, la sociedad cada día cree menos que el gobierno es capaz de ganar la guerra, pues lo que observa es la apertura de más y más frentes de combate.  

 

Hace unas semanas los gobernadores propusieron la desaparición de las policías de cada municipio, para dar paso a una fuerza estatal que se coordine bajo un solo mando y que evite las infiltraciones y debilidades de las fuerzas municipales. Esta parece una buena solución en el papel, aunque difícil de poner en práctica, ya sea por la complejidad de las entidades o por la misma redistribución y capacitación de la fuerza pública. También es claro que los estados se oponen a una fuerza única centralizada en la policía federal, que tuviese un solo mando, pero que estaría totalmente desvinculada de la sociedad y tendría la desventaja de desconocer el terreno.  

 

Lamentablemente este gobierno ha fracasado en su intención de mejorar la cantidad y calidad del empleo, en combatir la pobreza y la desigualdad, en mejorar las condiciones de salud de la población. En realidad los problemas se le acumulan, con cual prefiere ante el fiasco de sus consignas de campaña, centrar sus actividades en una política sobre seguridad y combate al narcotráfico. Pero en esta línea monotemática se agrava el desgaste de las fuerzas armadas y se buscan afanosamente nuevas reglas que regulen su actuación.  

 

A fin de cuentas es válido preguntarse si el gobierno tiene una estrategia definida que lo saque del marasmo, o si tan sólo sigue dando palos de ciego.

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