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26 de abril de 2010
15diario.com  


 

Niños indefensos

Claudio Tapia

En nuestro país, el contrato de mutua protección asegurada con su norma civilizatoria está rescindido. Cuando los adultos de una comunidad dejan  indefensos a sus niños y permiten que se les mal eduque, se les explote, se les enferme, se les exponga al peligro y hasta se les mate, sin chistar, sin llamar a cuentas, no merecen los beneficios de vivir en sociedad porque no son ciudadanos.

 

Nuestra asociación basada en leyes, principios y costumbres de convivencia segura y próspera, inició su desintegración desde el momento en que se nos olvidó llevar a cabo el proyecto político fundamental: formar ciudadanos; y alcanzó la etapa terminal cuando fuimos incapaces de rechazar, sin paliativos, la violencia, viniera  de donde viniera. Sin civismo no hay resistencia posible a la barbarie y a la estupidez.

 

¿Exagero? Piensen en los más de 30 millones de niños mexicanos secuestrados por el sindicato más arbitrario y corrupto de América que garantiza una pésima educación. Entérense de que tenemos el mayor número de infantes obesos en el mundo. Hagan un cálculo aproximado de los niños explotados, desaparecidos y hasta  asesinados por los delincuentes o por las fuerzas del orden. Lo mismo da. ¿Quién los defiende? ¿Quién responde de sus derechos conculcados? ¿Dónde están los ciudadanos?

 

La integración social participativa basada en compartir los mismos derechos y proyectos, esa sociedad de ciudadanos incluyentes, se mantiene unida no sólo por la religión, la raza, la lengua o la cultura sino principalmente por el acuerdo normativo respecto al imperio del derecho, a la certeza de que todos somos iguales ante la ley y, a la creencia de que compartimos el destino de una vida con justicia social. Cuando las principales lacras que hacen imposible ese tipo de sociedad: la pobreza y la ignorancia, se imponen, entonces se destruye el tejido social y los individuos aislados, incapaces de defender el futuro de su sociedad encarnado en sus hijos, sólo atinan a pedir la ayuda que supla la deficiente educación, esperan a que los asistan para sobre llevar su enfermedad y, suplican que les entreguen los cadáveres de sus niños ametrallados, con algo de ayuda si bien les va.

 

¿Y el silencio de los demás? Los niños del país, nacidos en la desigualdad, también lo son de los frívolos con opulencia. Por pocos que sean los ciudadanos con algo de educación cívica, algunos habrá, ¿dónde están?

 

Vivir entre seres aislados y desesperados empobrece la condición humana, claro está, pero ¿eso explica nuestra pasividad? ¿Por qué no hemos salido en defensa enérgica de la educación, la salud, la seguridad y la vida de nuestros niños?

 

Parece que la respuesta está en la ignorancia. Nada sabemos de reglas mínimas de civilidad. La educación cívica - que nada tiene que ver con el nivel académico de la persona -  consiste en la preparación que permite vivir en sociedad participando en la gestión de los asuntos públicos con capacidad para distinguir lo justo de lo injusto y, es la ignorancia cívica el principal enemigo de ese tipo de sociedad.

 

La ignorancia a la que se teme en sociedad, no es la falta de conocimientos tecno-científicos (eso el TEC no lo enseña mal), sino algo más fundamental relacionado con el buen funcionamiento del sistema democrático: el desinterés y la incapacidad para expresar demandas sociales, la falta de juicio crítico de los actos de gobierno y la carencia de un mínimo sentido de los derechos y obligaciones que impone el vivir en sociedad. La falta de compromiso ético político, pues. Para enfrentar la destructiva influencia de los ignorantes y limitar su crecimiento, es para lo que sirve la educación cívica. Pero eso, se nos olvidó.

 

Este tipo de ignorantes, muchos de ellos profesionistas con posgrados, todos con derecho a voto, son la clientela natural de los medios de comunicación que administran la ignorancia cívica, son los esperanzados por las ofertas populistas, son los seducidos por la revancha, el desquite y la mano dura. Son los desinformados, los apáticos, los orgullosos de no meterse en política. Son, en suma, los ciudadanos light resignados ante la fatalidad o satisfechos con la desigualdad. El imperdonable desamparo de nuestros niños, víctimas de la enfermedad, la mala educación, la explotación y la violencia, se da porque los padres no formamos una sociedad de ciudadanos. Falta, a la mayoría, la educación cívica indispensable para atreverse a reivindicar los más elementales  derechos del menor.

 

Para rescatar y proteger a esas víctimas inocentes que son el futuro del país, para superar la vergonzante pasividad, para oponernos a lo que le hacen a nuestros hijos, los ciudadanos tenemos que reducir el predominio de la ignorancia que se acompaña de su engendro favorito: la indiferencia.

 

En el año de la patria, imposible celebrar con orgullo la indignidad de una comunidad de ignorantes incapaces de cuidar y defender a sus niños.

 

claudiotapia@prodigy.net.mx

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