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10 de marzo de 2010

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El nacimiento de Eos

Ileana Cepeda

 

Su nacimiento fue lleno de luz. Al nacer; una luminiscencia cubrió la sala, tuvimos que cerrar los ojos para que no nos cegara. Nació atrayente y percibida, no había par de ojos que no la vieran. Llegó con la mañana y nos regaló cascadas de albor que desbordan por sus ojos. Eos y ella tienen tanto en común (espero que en cuestión de amores sea más decorosa) lleva la luz a cuestas en el rostro, en la sonrisa.


Hace cinco años la víspera de la primavera me trajo una alegría. Diferente, distante, alegre, coqueta, atractiva, llamativa, hermosa, inteligente, simpática, hábil, hablantina, pensativa, activa, comilona, tiene una mirada intensa, unos labios deliciosos, canta como sirena y se mueve como una bailarina en el escenario.

Su llegada fue distinta y ella individual, desde hace cinco años hasta hoy nos hemos acostumbrado a ella, mi abuelo la admira cada que la ve, predice que será hermosa, admira sus ojos expresivos y transparentes, mi padre no puede dejar de abrazarla, mi madre la peina con ternura, mis hermanos la avientan y ponen de cabeza cada que la ven. Hemos crecido con ella y nos impone a su antojo.


Miranda, nos ha enseñado a escucharla, entenderla y a compartir su alegría. Sus triunfos los guarda para sorprender al más apático, puede comerte a besos y en un instante decide no darte uno más, puede pedirte que te metas a su casita de juguete y obligarte a hacerte pequeño como ella, te puede despertar de buen humor con un beso o un chiste y comparte contigo su sabiduría sin reparar un momento en guardársela para después, la obstinación la hace perder sus formas pero las recupera fácilmente con una sonrisa. La coquetería es su arma perfecta y con ella se despoja de las solemnes formas que una niña debe tener.

 

Hace unos días cuando llegábamos a comprar comida, se acerca el chico que nos atendería y Miranda exclama sin reparo en el decoro: ¡Mamá es el chico más guapo que he visto en toda mi vida!, el chico llevaba una corbata y eso me hizo pensar que posiblemente tendría un gusto por los chicos formales, ya que todo el camino de regreso insistía en que el chico tenía una corbata y se veía guapísimo. Llegando a casa lanza un grito fuerte ¡Adiós! voltee para ver quién le respondía y el elotero con una gran sonrisa la miraba y le devolvía el saludo. Miranda volteó a verme con una cara de travesura e inmediatamente pensé ella es impredecible.

 

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