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10 de marzo de 2010

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Imagínate a las sirenas

Lorena Sanmillán

Si cantando soy terrible, bailando soy lo más parecido a un fracaso, pero sigo haciendo ambas actividades porque en ellas encuentro felicidad, sin más. Solemos admirar aquello que nos cuesta trabajo hacer, por eso constituye un acto de justicia el reconocer que me fascina intentar seguir el movimiento de los pies de Joaquín Cortés, el bailaor español, quien se mueve sobre dos pinceles empuñados por el más acertado acuarelista y en el lienzo del escenario sólo él sabe lo que dibuja.  Sara Baras, epíteto de la sensualidad, también me demostró lo que un cuerpo educado es capaz de expresar cuando el dios de la armonía mueve los hilos precisos para que esto suceda. Narcisos urbanos que saben hipnotizar a su auditorio a la vez que ocurre la soberbia epifanía de encontrarse consigo mismos.

Hace mucho que no bailo hasta sudar y ahora tengo ganas. Muchas ganas. En mis recuerdos han quedado atrás esas noches en que me amanecía bailando en el Vóngole, o aquella madrugada de noviembre en el Internacional. El miedo y la paranoia galopante que nos habita en estos momentos impide que el planear salir en fin de semana sea algo tan cotidiano como hace algunos años. Ayer, de pronto vino a visitarme el holograma de un momento suspendido en el tiempo. Ahí estaba yo, bailando “La calle de las sirenas” en la Pista del Sol, acompañada de Héctor y Pedro.

Esta canción me enajena lo mismo que Michael Flatey, The Lord of the dance. Creo que es una de las más rescatables de esa década. Interpretada por el extinto grupo Kabah. Reproduzco aquí algunos de los párrafos que más despiertan mi imaginación:

“Atraviesan unicornios
que son blancos y que brincan sin parar
hacia el lado más angosto de la calle.
Si te fijas bien arriba
del letrero de tus zapatos hallarás
a unas hadas trabajando un vestido azul.
Parece que sólo levantan la mirada
cuando los duendes pasan hacia el castillo
al final de la calle es justo ahí
donde hace más calor.”

Bailar en una noche después de entregar un proyecto, o al finalizar el semestre, me liberaba. Con la imaginación despierta, sin droga alguna de por medio, podía visualizar a los unicornios bailando junto a mí, escuchaba cantar a las sirenas, paseaba con duendes, peleaba con dragones, entraba a un castillo… mi ser se relajaba y obtenía el descanso tan perseguido como merecido en ese universo fantástico que Kabah le regalaba como escenografía a mis ratos de esparcimiento. El sudor producto del baile se convertía en palmadas en la espalda que me reanimaban. A la luz de mi recuerdo, busqué la canción en el yutubé. Quise ir a bailar de nuevo atravesando las fronteras del tiempo. Salir de noche con la total seguridad de que lo peor que podía sucederme era no conseguir ride de regreso a casa o no completar para el taxi.

Ahora, sin embargo, ya no le hago caso al imperativo título de la canción. Ya no imagino a las sirenas. Hoy, cuando escucho una sirena, lo primero que pienso es que ya hubo otra balacera.  En su aséptico vientre esa ambulancia tal vez lleva a otro ejecutado o, si tuvo suerte, sólo alguien balaceado. Las más de las veces un inocente que estuvo –como dicen en las noticias- en el lugar y el momento equivocados. En su piel lleva incrustado el lacerante vómito de un revólver empuñado por el violento dragón que ha tomado por reino este castillo donde antes paseábamos libres y donde la inseguridad era sólo una palabra que se encontraba en el apartado de las “i” en los diccionarios. A ver si ya les arrancamos esa página y volvemos a vivir tranquilos, bailando e imaginando.

p.s. Sigo en lo mismo. Este verano te voy a atrapar.


lorenasanmillan@gmail.com

http://lorenasanmillan.wordpress.com

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