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974 18 Enero 2012

COTIDIANAS
Guadalajareña en el exilio
Margarita Hernández Contreras

D
allas, Texas.-
Bendición o maldición, soy fruto de dos culturas y dos países. Mis padres me trajeron a Estados Unidos cumplidos los siete. Desde entonces y hasta la muerte de mi padre a mis veinte, las vacaciones de verano las pasé trabajando con mi familia en el campo y en las “pizcas” del norte de California (y el estado fronterizo de Washington).

Mi vida tiene algunas constantes: el ir y venir de uno a otro país, la vivencia del abandono y la soledad, el desencuentro y el reencuentro con todo aquello y todos aquellos que me definen.

Hija de campesinos michoacanos, soy guadalajareña. Para orgullo de mi padre, hasta donde sé, soy la primera de incontables generaciones anónimas en ir a la universidad. Estudié en la Facultad de Psicología de la U de G para terminar no ejerciendo el psicoanálisis, que fue lo que me llevó allí en primer lugar. En ese tiempo, para mantenerme trabajé el turno nocturno como correctora de El Occidental.

En el azoro y la parálisis con que viví mis primeros años, no es de sorprender entonces que más que por vocación, por necesidad, me adentrara desesperada, indiscriminadamente en los libros y en la música. Fueron gracia y fueron luz. El siguiente paso, natural y lógico, fue escribir: verter en diarios y cuadernos escolares temores y terrores, secretos e ilusiones.

Prosiguen ahora esas constantes definitorias: libros, música y escritura.

Terminados los cursos de psicología viajé a San Antonio, Texas, con la intención de trabajar allí —en lo que fuera— por un año, para volver a Guadalajara y dedicarme a mi tesis. Resulta que me quedé por cuatro años trabajando en una estación de radio y participando en la creación de un quincenario en español (El papel de San Antocon dos regiomontanos, proyecto que tuvimos que abandonar porque, lamentablemente, ninguno de los tres teníamos un pelo de vendedores.

Una oferta de trabajo, para otra estación de radio en español, me trajo a Dallas, donde vivo desde 1993. Estuve un año en la estación para luego ser empleada por una empresa de cosméticos en el ’94, lugar en el que sigo trabajando como traductora.

Fue así como, poco a poco, me fui forjando, sin querer, en traductora, oficio de aprendizaje inacabable. El ser migrante bilingüe me permitió adentrarme en esta industria, oficio en el que siempre procuro mejorarme. En el 2000 obtuve la certificación como traductora del inglés al español por la American Translators Association. Además, en las noches y los fines de semana, me desempeño como traductora independiente.

Con todo esto, sigo sintiéndome guadalajareña en el exilio. A México y a Estados Unidos los vivo con ambivalencia. Por eso decía que maldición o bendición, soy fruto de ambos países.

Bendición porque hablan de mí Carly Simon y Astrid Hadad, Lucha Reyes y Billie Holiday, Pedro Infante y Louis Armstrong. Mis himnos personales son una canción de Paul Simon (I am a Rock) y otra de José Alfredo (Alma de acero). El mariachi, el bueno, como el tequila, se me anida hondo en el alma, pero el blues se me anida en el mismo sitio y en la misma medida (será por eso que a mí me parece afortunada la experimentación de Betsy Pecanins).

Maldición porque en ninguno de los dos estoy totalmente a mis anchas: me he “agringado” demasiado para México y soy demasiado mexicana para Estados Unidos.

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La Quincena Nº92

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