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1012 12 Marzo 2012

Desinformación e ignorancia en la TV
David Guillermo Fernández

Monterrey.- En la época de Miguel Alemán Valdés, se inició el  viaje por la televisión, ese medio masivo que redefiniría el camino del país y de su sociedad de forma tajante. Se le encargó al poeta Salvador Novo y a Guillermo González Camarena, un estudio para definir el rumbo de la televisión. Novo sugirió el modelo británico, donde “se definía como bien público a los medios masivos y electrónicos” (Villamil), que se aferraba una programación de temas culturales para enriquecer el intelecto de las audiencias. Por otro lado, González Camarena optó por “un modelo de redes privadas apoyado en la publicidad” (Villamil), el modelo estadounidense, que sigue en pie hasta nuestros días. El presidente Alemán se decidió por la oferta del inventor de la televisión a color.

Estos eventos trazaron el camino, no sólo del análisis de la comunicación masiva en México; también se definió el rumbo de la sociedad actual, una sociedad dependiente en su totalidad a una pantalla, que culminaría con una cultura de masas virulenta con vestigios de desastre y de torpeza. Esto despierta una enorme interrogante: ¿qué hubiera sido si se hubiera optado por el modelo británico?

La televisión mexicana es un cáncer inmune a toda iniciativa, el duopolio que gobierna a México goza de un poder fuera de nuestra imaginación. Su programación es burda y denigrante, y ha hecho de la información una fotografía editada de la realidad. Sobre este tema habló Jenaro Villamil en su libro El poder del raiting, y ahora lo parafraseo: la televisión ha dejado en un segundo plano la búsqueda de información veraz y de calidad, lo principal es buscar imágenes llamativas, fotografías o video que capte las miradas de la audiencia. De esta forma las televisoras nos enseñan algo “real”, puede ser un muerto, un político, un accidente automovilístico, etcétera; pero no nos enseña la “realidad”, ya que los verdaderos problemas que se enfrenta el mundo son abstractos y complejos como: el desempleo, el hambre, la inflación, entre otros.

Las televisoras no tienen ni una pizca de ética ni de compromiso social; y pareciera que, de igual forma, no tienen un ápice de amor por su país. Se adornan con sus programas de caridad, como es el caso del Teletón con Televisa, donde demuestran su bondad y cariño, su compromiso con la ciudadanía; sin embargo, no son coherentes cuando al día siguiente nos idiotizan con programas ruines y con temáticas que nos inhiben el crecimiento. Su único propósito es ensanchar sus billeteras, sin importar las consecuencias.

Hoy en día escuchamos balaceras todos los días, el número de muertes va en un acenso constante, el miedo y la inseguridad nos han llevado a cambiar nuestra forma de vida, hay impunidad, corrupción, ignorancia, mala educación; y las televisoras locales continúan transmitiendo programas tan despreciables como “Noches de Futbol”, con Ernesto “Chavana, “Pura Gente Bien”, con  Alfonso DeNigris, donde impera la burla, lo chapucero, lo más indigno.

Si tenemos tantas personas involucradas en el crimen organizado, es por una enorme falta de cultura y tanta miseria que reina en las calles. Gran parte de estos problemas se deben también a la ambición de los medios masivos de comunicación, donde lo que más importa es el “raiting” de un programa, dejando lo cultural y lo educativo arrumbado en algún baúl escondido y con llave. Es por eso que nos vemos plagados de sensacionalismo, amarillismo, tele-basura y de que el reclutamiento para los cárteles de la droga sea tan exitoso.

México requiere de empresas comprometidas con su entorno, y con la sociedad, que su objetivo no sea el desbordar dinero, sino crear una atmósfera armoniosa; requiere de que su gente debata y comparta puntos de vista, que utilice los medios alternativos para divulgar sus ideas; necesita el compromiso de la ciudadanía, que la desidia y la falta de interés no sean parte de nuestro imaginario; necesitamos que toda la ciudadanía sea crítica, para convertirse en consumidores exigentes; necesitamos urgentemente que los monopolios que controlan el mercado de las telecomunicaciones y de la televisión desaparezcan, permitiendo la competencia, pero sobre todo, que permita al pueblo escoger mejores contenidos.

 

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