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1013 13 Marzo 2012

CRÓNICAS PERDIDAS
Quiero que me quieras
Gerson Gómez

Monterrey.- Sabes si lo entiendes, les digo a las compañeras de la escuela. Vivo en la parte más alta de la moda, en la cresta de la ola de las modelos. Por eso falto tanto a clase. Los maestros y el personal administrativo lo saben. Brindan facilidades para estar al corriente con los deberes académicos.

Además, coordino eventos, soy relacionista pública del Privatt, que sólo se maneja con socios e invitados especiales. Lo más selecto, socialité de la ciudad, ejecutivos jóvenes, herederos de fuertes firmas financieras.

Me guío con los sabios consejos de imagen de Víctor Gordoa, Gaby Vargas y Guadalupe Loaeza.

Mi trabajo está súper cotizado. Me pagan súper bien en la pasarela para las tiendas departamentales, las de lujo, que están en San Pedro. No existen otras.

Mi rostro, es exclusivo de Vogue. Les encanta mi altura, en este país de gente enana, mental e intelectual.

Además lo gris del color de mis ojos. Mis rasgos fuertes e infantiles, perversos y amables, que invitan a la locura. Han llamado de esa manera los críticos de moda.

Lo que se hace en el país, es nada. Soy sampetrina.

Sabes, en el antro, mi novio y yo, que también es modelo, conocimos a otro RP. Es invitado de un conocido.

No se fijó en nada del consumo, pagó con su tarjeta platino. Es amable, viste pulcro, estilo tweed inglés, súper alivianado.

Nos invitó a conocer su empresa.

Fuimos, la tiene ubicada en una de las torres corporativas que hay en el municipio.

Desde la entrada, la puerta de cristal, dos cuadros de Julio Galán. Maravillosos. La orientación de los muebles sacado de revista de feng shui. Aroma discreto a maderas orientales, minimalista el asunto.

Su ex pareja fue top model. Sabes, mejor referencia no podía tener, le dije a mamá.

¿Vamos a Milán, a la semana de la moda? Nos invitó. Claro, cada quien paga su boleto de avión, pero allá tengo casa. Seguro que conseguimos pasarelas.

Organicemos un grupo. Dos semanas trabajando para las mejores casas de costura. Estoy seguro que muchos de sus amigos del campestre nos acompañarán.

Claro que sí. Nos vamos en primera clase.

Juntamos diez personas. Ocho chicas, mi novio y yo, todos sampetrinos.

En las oficinas, desde la página web seleccionamos el día.

¿Qué les parece si pago con la tarjeta, y ustedes me reponen en dinero?, antes del viaje, claro.

Así lo hicimos.

Fueron dos semanas maravillosas en Milán.

La casa excelente, el servicio doméstico de lujo. Trabajamos las dos semanas. Seis pasarelas y otras seis sesiones, en traje de noche, de baño, casual, y vanguardista.

Nuestro hospedador fungió como booking. El dinero, explicó, está en mi cuenta del banco, ya depositado, con eso se evitan el transfer y pagar impuestos.

Es muy alto, porque son excesivamente proteccionistas, y como no somos comunitarios, evitan darles trabajo.

Hay confianza, le dijimos. Estamos en la misma ciudad.

Cada noche, los after, champagne y alimentos delicatesen.

Nos presentó a Galiano, con quien pasamos una velada portentosa, hasta el momento que una indecente hija de un imán árabe, comenzó a acosarlo.

La llamó cerda musulmana, hueles a petróleo quemado.

Terminó nuestra excursión europea. Hicimos maletas. Llegó el taxi.

Adelántense. Voy a dejar pagado todo y hablar con el ama de llaves.

Para documentarnos en el aeropuerto, con nuestro boleto electrónico, cargados con lo más nuevo de la moda de Milán en las maletas, nos dijo la señorita de la aerolínea, que sí, el avión estaba a tiempo, sólo que nuestras reservaciones estaban canceladas, las diez. Que esa mañana fueron reportadas en ese estado.

¿Cómo que canceladas? Si ya están pagadas. ¿Es una broma, verdad?

Le llamamos a su celular. Apagado. El reloj en su frenética lucha, avanzando sin piedad.

Ni modo, es media noche en América. A llamar a mamá.

¿Cómo que están varados, y su amigo?

Pasa la tarjeta, ¿tienes saldo, verdad? Aquí pagas, ordenó.

Si existe el infierno en esta tierra, en el aire, es un viaje transoceánico, en clase económica.

 

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