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1056 11 Mayo 2012

 

CRÓNICAS PERDIDAS
Amor del cielo
Gerson Gómez

Monterrey.- Ha estado flojón el asunto de la mecánica en el taller. Desde hace meses. Nomas se queda uno mosqueando. Sólo los perros que buscan una sombra, evitando el rabioso sol, entran en el zaguán.

Luego hay que pagar la renta. Los recibos. Los sueldos. En el aire todo el asunto.

De los tres ayudantes me quedé con uno. Ni modo. Les expliqué a los dos lo de la recesión económica.

Caray. Tengo que dejarlos ir.

No se preocupe inge. Ya nos cobramos el seguro de desempleo y la indemnización con dos de las cajas de herramientas.

Seguimos tan amigos como siempre.

El taller está en la zona centro de la ciudad, puedes distraerte con los personajes que pululan.

Justo enfrente del portón de entrada hay una cantina, de esas que llaman tempraneras.

A las que llegan los que van de paso a la central de autobuses, los trasnochados y los malandrines que buscan una sombra para atracar por la noche. Dar el cristalazo preciso y asaltar al borrachito que se queda dormido en la acera. No perdonan ni los zapatos y calcetines.

Como en los negocios propios hay que hacer punto. Dicen con risa.
Como escorpión no pica al amo, los raterillos con que les invites la caguama se van pando.

Al chalán le digo, si a eso de las dos de la tarde no cae un cliente, nos vamos a la cantina.

Llevamos poco más de un mes libando todos los días.

Quién sabe hasta cuándo aguante. Los ahorros se han mermado casi totalmente.

Sabrá cómo le hacen para ofrecer tan barata la cerveza familiar.

Debe ser producto pronto a descomponerse. Llega el camión cada mañana. Descargan y cargan la totalidad.

Bien helada en hielo de barra no se siente diferencia.

A eso de las cuatro de la tarde, al bar entra Macario.

Viene desde la periferia. De la zona norte.

Llega con su bolsa de malla. Ofrece huevos cocidos a cinco pesos cada uno.

Le pido un par.

Saca los implementos del morral. Trae sal, pimienta y te dice que si lo quieres en rodajas.

Los coloca en una servilleta simple. Los pagas y engulles.

Asienta el estómago, te da paz.

Puedes seguir pisteando.

Dice La Violeta ─el joto que atiende la barra─, que Macario es un buen hombre.

Sólo una vez, alguien intentó pasarse de listo con él.

Se comió cinco huevos cocidos y luego le dijo que no traía con qué pagarle.

Macario no dijo nada. Aguantó bufando.

Se sentó y pidió una cerveza.

Siempre vengo y no me tomo una con los clientes y amigos.

Pidió la familiar y el vaso.

Como buen cazador, hizo tiempo.

Cuando vio que su deudor se fue para los miaderos, lo siguió con su bolsa de malla.

Se escuchó la discusión de págame / no te pago. Vas a ver. Te vas a acordar de mí toda la vida.

Dicen que después salió gritando el deudor, con el pene cercenado en seis pedazos, con el mismo implemento con el que Macario te hace en rodajas los huevos cocidos.

Entre varios de los parroquianos al herido lo sacaron del galerón.

No queremos paletas, le dijeron a Macario. No se preocupe, nomás me acabo la cerveza y me retiro.

Tardó en llegar la Cruz Roja, como media hora. Dicen que fue imposible reinsertarle el pene.

Desde entonces, cuando le pedimos los huevos cocidos a Macario, en el mismo momento los liquidamos.

 

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pq94

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