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1082 18 Junio 2012

 

LA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO
¿Campaña sin ideología ni ética?
Edilberto Cervantes Galván

Monterrey.- Ya se había señalado que los partidos políticos estaban en crisis no sólo en México sino en diversas partes del mundo. La incapacidad para representar las nuevas demandas de la sociedad ha sido al parecer la causa del abandono de las formaciones partidistas.

En fechas recientes el surgimiento casi espontáneo de “movimientos” civiles es el factor que ha motivado o detonado cambios en el poder político y en la suerte de los políticos.  

En esta nueva dinámica resulta muy pobre la cultura política que en México ha desarrollado el IFE, al imponer el spot como la vía privilegiada de comunicación entre los candidatos y los electores. Esta forma de comunicación responde a las estrategias de comercialización de productos y servicios. Se trata de un lenguaje directo y llano, simple y de mínima profundidad. Los candidatos acaban balbuceando en forma acelerada un conjunto de expresiones y frases cortas. El candidato se maneja como si fuera al mismo tiempo la marca y el producto que se busca colocar en el gusto de la gente.    

En este esquema de comercialización de personalidades las encuestas se utilizan como una forma de medir si la marca o producto está logrando aceptación y hasta cómo se ubican las preferencias entre los candidatos.

También se ha dicho que las encuestas son una herramienta para los estrategas del marketing de cada candidato. En esta campaña además se las ha utilizado como un elemento directo para acreditar y desacreditar a los candidatos. Se ha generado toda una jerga; que el candidato que es “puntero” deberá comportarse así o asá para no perder su ventaja; si algún candidato “se está cayendo” pues entonces deberá asumir una actitud más agresiva en críticas y dichos y, cuando el candidato se ve perdido, se acaba justificando la “guerra sucia” como recurso válido; se argumenta entonces que la lucha electoral es una verdadera lucha por el poder y por eso todo se vale. Al final del día, con todo y las reglas del IFE, los poderes fácticos y el presidente no se aguantan las ganas de meter mano en el proceso.   

Esta cultura política, en la que lo único importante es vencer, ganar a como dé lugar; con el “haiga sido como haiga sido” como referente ético y en la que todo se vale, hasta manipular y mentirle abiertamente a la opinión pública, no abona nada a favor de una cultura ciudadana democrática.

Los spots televisivos se lanzan como misiles; si después el IFE los descalifica y con toda lentitud los retira del aire, poco importa, porque no hay consecuencias y pues ya se logró lo que se quería: sorprender a los consumidores; digo, a los ciudadanos. Se puede entonces tirar piedras y ni siquiera se requiere esconder la mano.

La ideología ha desaparecido del debate público, como que no hay opciones, vivimos en un mundo sin alternativa. Aquí sí que nos tomamos en serio la tesis del fin de las ideologías. Aunque sí hay gente en los medios que cuando se refieren a uno de los presidenciales, antes del nombre lo señalan como “el candidato de las izquierdas”, pero ese tipo de identificación no lo aplican con ninguno de los otros tres candidatos. Si hay izquierdas pues es lógico que haya derechas o será que hay puro centro neutro ideológicamente hablando. Como que ya nadie quiere ese tipo de etiquetas.

Nadie se atreve a discutir variantes en el modelo económico. Como sucede también con la estrategia de combate al crimen organizado, el presidente Calderón con su gabinete se echa encima de quien se atreve a señalar que se trata de esquemas fallidos. Se dice en voz bajita que el neoliberalismo ha sido un fracaso a lo cual contestan “los defensores del así vamos bien” que el problema es la falta de reformas estructurales, los mismos términos del debate de hace treinta años.  

De filosofía política, ni hablar. No hay debate sobre las formas de la experiencia democrática, sobre el ejercicio constitucional o no del poder público, sobre las formas de expresión de la voluntad soberana de los ciudadanos. Pareciera que todos los partidos y sus candidatos dan por sentado que la actual forma de la democracia mexicana no requiere mejoras, ni siquiera es merecedora de una crítica. Se acalla y desprestigia a las voces críticas.

Hay que reconocer que se ha hecho presente una visión humanitaria de la tragedia nacional. La pobreza de decenas de millones, más de la mitad de los mexicanos, ha motivado expresiones de los candidatos. Sin embargo, la solución que se propone es limitada, se refieren a terminar con la pobreza alimentaria, dejando sin atender o aliviar de igual manera las otras formas de pobreza.

Lo que no acaba de hacerse motivo de debate público es la tremenda desigualdad social, de riqueza y de oportunidades en la vida. Es un factor determinante en las posibilidades de desarrollo de la economía mexicana; así lo señalan organismos internacionales. México es uno de los países con mayor concentración de la riqueza en el mundo. El alto riesgo social que implica la ya prolongada sequía en varios estados del norte de la república no se enfrenta con estrategia sino con simples reacciones para evitar “que la gente se muera de sed”. El déficit en la producción nacional de alimentos, que se aprecia como un riesgo a la soberanía alimentaria tampoco se aborda con la seriedad que se requiere.

El activo tránsito de políticos entre un partido y otro acaba diluyendo las diferencias entre partidos y corrientes. Como que el oportunismo político se enfrenta con abierto cinismo. ¿En dónde quedaron los juramentos de fidelidad a principios y doctrina de acción que integran los estatutos partidarios?

La enseñanza que queda para nuestros hijos es que en época de elecciones todo se vale.

Qué nociva lección de civismo.

 

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