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1102 16 Julio 2012

 

Capas de locura
Gerson Gómez

Monterrey.- A La Pirámide asisten regularmente dos tipos de personas: los ebrios consuetudinarios, los de todos los días, los indeseables en el hogar y los escurridizos del viernes por la noche.
Concepción y yo somos de los segundos.

Hartos de vernos en la incomodidad de nuestro domicilio, de irnos cercando en causas invisibles. De estar a la puerta del fin de semana, sin quehacer. Refugiados en la dieta del televisor, la videocasetera y el sistema de cable.

Salimos para matar el tedio. Antes que aniquilarnos el uno al otro.

Pasamos a desintoxicarnos de nuestros pálidos empleos y de estar tendidos, desnudos y acalorados. A la bohemia nocturna. La cerveza helada y la conversación amena en la mesa, ligera al principio y pastosa, siempre densa, al final.

La música de la rockola antes de los cantantes. Coloco alguna monedas y marco las selecciones.

Las escapadas son de las diez de la noche a las dos de la mañana.

Este es el infierno, le he comentado. En el mundo, el diablo es el único sabio que repite la dosis.

Llega el mesero esquivando las sillas desordenadas y nos levanta la orden. Apunta en el bloc y huye rumbo a la barra.

Regresa pronto, anota mi nombre en la cuenta y vuelve a escapar sin rumbo fijo, itinerante de las manos alzadas, pidiendo refil.

Detrás del cristal de nuestra conversación, Concepción me convence de su talento como poeta. Se sostiene cual funambulista sin caer en contradicciones.

Debe ser el largo colmillo de capitalina, mas no de chilanga. Lo aprendido en la Fundación Preciado Hernández, donde le mencionaron la vacante laboral en el norte del país, en Monterrey, a donde huyó harta de los atracos, los secuestros exprés y las extenuantes jornadas automovilísticas en los atorones del Periférico.

El músico afina la guitarra Yamaha. Conozco perfectamente el set list.
Es el mismo desde hace más de cinco años.

Los abanicos ligeramente espantan el humo del tabaco. El calor se estaciona en el local.

Debe ser masoquismo regresar a este sitio. Sin duda lo es.

Seguimos bebiendo un poco menos aburridos. Cenamos tacos grasosos de carne asada.

Procuro no pensar en lo aburrido por llegar a la calle de Necaxa, por el estadio Tecnológico, donde compartimos la buhardilla.

Nuestra tristeza poco tiene por ver con las manos o la palabrería. Antes de perderme, insisto en arropar al sexo de Concepción, con las capas de locura provocadas por el alcohol.

 

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