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1122 13 Agosto 2012

 

Un partido de derecha
Samuel Schmidt

Los Ángeles, California.- Con frecuencia escuchamos que es necesario un partido de izquierda; hasta la derecha exige un referente en el lado opuesto del espectro ideológico.

Eso sí, nos dicen qué tipo de izquierda quieren: la quieren cómoda, que se pueda negociar con ella, que se gobierne con consensos que muchas veces implican concesiones, pero se rechaza a la izquierda “intransigente”, a la que exige, a la que no vende sus principios ideológicos, y de entrada reconozco que esta última izquierda, por lo menos en México, es difícil de encontrar. Hay voces desaforadas, no necesariamente izquierdistas.

Me pregunto si será pertinente sugerir que el sistema requiere de un partido de derecha, aunque lleva siendo gobernado por una coalición de centro derecha desde hace casi un cuarto de siglo, en lo que alguien (antes de López Obrador) denominó como el PRIAN (alianza PRI-PAN).

Anthony Downs sugirió que los partidos políticos se mueven hacia el centro porque la sociedad es conservadora y tiende a apoyar opciones que no le modifican radicalmente la vida, tal vez esa fue la virtud del viejo PRI, convertirse en una coalición de clases sociales, grupos de interés y camarillas de diverso corte, que manejaban un proyecto conservador disfrazado de continuidad revolucionaria. La revolución se convirtió en un concepto hueco que se amoldaba a intereses coyunturales permitiendo ajustes políticos que le daban estabilidad al sistema, aunque en ocasiones con eventos represivos muy severos (el más doloroso es tal vez el 68).

En la última parte del siglo XX las políticas del PRI fueron pro empresariales, aunque privilegiando programas asistenciales inspirados en políticas clientelares y paternalistas de largo aliento. Estos permitieron atender con fondos públicos algunas de las consecuencias sociales más perniciosas de lo que paso a conocerse como neo liberalismo y que entre otras cosas incrementó la pobreza en cantidad y calidad. Una de las consecuencias de este paquete fue la expulsión de alrededor de 17 millones de mexicanos en casi dos décadas. Cualquiera diría que estas son políticas de derecha.

La llegada del PAN al gobierno en el año 2000 no registró una reformulación de estas políticas, por el contario, hubo una suerte de continuidad al grado que el equipo que manejaba el sistema financiero estatal se mantuvo. La derecha asume el poder pero no reformula nada sustancial. Continua la política comercial que tiene efectos contraccionistas (México es deficitario con todos los países con los que tiene acuerdos comerciales), y se mantiene una política industrial “neutra” con lo que no se aprovecha la globalización.

En el terreno agrícola, Fox llegó a hacer negocios personales (también en otras actividades) y el país ve incrementarse el déficit comercial agrícola con el consiguiente aumento en los precios de los productos populares (maíz y tortilla). El gobierno de Calderón adopta a nivel federal algunos de los programas de atención a segmentos vulnerables, como la aportación económica a personas de la tercera edad.

Lo que parece ser una característica de los gobiernos panistas es la promoción de elementos de intolerancia y regresión, como por ejemplo la penalización del aborto –con apoyo del PRI-, un fortalecimiento en el papel protagónico de la iglesia católica y un aumento drástico de la corrupción. Desde Estados Unidos se destapan escándalos de corrupción en México que el gobierno o se niega a perseguir o muestra una abulia sospechosa respecto a los mismos.

El PAN plantea y trata de promover una reforma a la ley del trabajo buscando debilitar a los sindicatos y refuerza el aparato represivo, dándole amplios espacios a la impunidad y al abuso de las fuerzas militares y de la policía federal. En el seno de ese partido se agazapan fuerzas recalcitrantes que promueven la cultura del odio, la discriminación y el racismo. Sobra decir que el país empieza a recibir condenas en organismos internacionales y se genera una molestia social que termina por lanzar a ese partido al tercer lugar entre las fuerzas políticas.

El país necesita un partido de derecha, pero un partido de derecha moderno, honesto, imaginativo, que proponga estrategias de desarrollo con un respeto amplio a los derechos humanos y a la dignidad, algo que está en el aparato doctrinario del PAN. Debe ser un partido que promueva la tolerancia y la armonía, que rechace los extremos que atentan contra la convivencia social.

Esta es una reflexión para un partido que en el discurso plantea que busca refundarse. La pregunta inevitable es si podrán emprender esta tarea aquellos que violentaron la doctrina, los que hicieron del poder y la influencia un instrumento para el enriquecimiento personal y cuyo egoísmo personal se impuso sobre el interés general.

El futuro nacional bien puede beneficiarse de una izquierda y una derecha distintas. ¿Están los políticos a la altura de las circunstancias?

 

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