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1135 30 Agosto 2012

 

Esclavismo como plaga
Irma Alma Ochoa Treviño

Monterrey.- La esclavitud es la constante plaga que nos aflige en todo tiempo. En aras de incrementar sus haciendas, algunos hombres decidieron apropiarse de la vida de otros, hombres y mujeres, tratándolos como objetos inanimados y asignándoles tareas de esclavo laboral o esclava sexual, basándose en el color de su piel, en su diferente lenguaje o en su desconocida cultura.

El Código de Hammurabi, siglo 18 a. C., hace referencia a tal sujeción. En esa época un esclavo era un ser privado de su libertad, sujeto a la voluntad del amo, éste tenía la facultad de venderlo, obsequiarlo o entregarlo como pago de deuda. La Biblia también la menciona, en el Génesis dice: Tomó Saray a su esclava Agar y se la dio por mujer a su esposo. La moderna trata de personas revela que la situación actual no difiere mucho de la que operaba desde hace más de 3 mil 800 años.

La Ilíada y la Odisea registran que en su mayoría las esclavas, eran mujeres tomadas como botín de guerra, convertidas en sirvientas y en ocasiones concubinas; en tanto que los hombres eran asesinados en el campo de batalla o secuestrados para pedir rescate, develando que aún en las transgresiones hay diferencias por razón de género. Los hombres eran secuestrables porque tenían más valor para su grupo familiar, por su posición militar, jerarquía social o política, estatus que no tenían las mujeres.

La oficialización de la esclavitud en Grecia, es un ejemplo de la distancia habida entre ciudadanos libres y esclavos, surgida a la par que Solón estableció la democracia. En Atenas pocas personas condenaron la esclavitud y alzaron la voz contra tales prácticas. Los sucesos de antaño no han quedado en la historia, sino que se repiten una y otra vez. En México han sido desaparecidas forzadamente miles de personas y son pocas, muy pocas, las voces que demandan sean liberadas y regresen a sus familias.

No fue sino hasta el siglo XX que la comunidad internacional reprobó dar a las personas tratamiento de mercancías. Para abatir este problema la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), fijó el 23 de agosto en el calendario como el Día Internacional del Recuerdo de la Trata de Esclavos y de su Abolición.

El cual tiene la finalidad de reflexionar sobre la necesidad de estudiar y analizar las causas y modalidades que originan la trata de esclavos, los métodos utilizados para ello, esclarecer los efectos que produce este ilícito en especial en África, Europa, América y El Caribe, así como las interacciones que esta actividad ocasiona.

Particularmente se evoca, entre los sucesos que enmarcan el día, la conmemoración de 1998, realizada en la República de Haití. Pues, tras la insurrección de los esclavos traídos a América desde pueblos distantes, en 1791 la Isla de Santo Domingo, hoy Haití, se convirtió en el primer país en abolir la esclavitud.

La rebelión abrió los ojos de personas responsables, más comprometidas con los seres humanos y menos interesadas en los beneficios económicos que la explotación reporta. Se dice que con el alzamiento de la población esclava de Haití, se iniciaron los esfuerzos mundiales por abolir el comercio trasatlántico de esclavos.

En este relato es importante mencionar la Isla de Gorea, Senegal, donde se conmemoró el Día del Recuerdo en 1999. La particularidad de esta Isla es haber sido el lugar donde se cometió el mayor atentado contra la libertad de millones de personas, hombres, mujeres, niñas y niños, durante los siglos XVI al XVIII. En esta época los europeos fundaron en la Isla de Gorea el mercado más importante –en términos económicos, aclaro- de captación y traslado de esclavos, cuyo destino eran Estados Unidos de América, Brasil y El Caribe.

Allí mismo, en Gorea se pretende erigir un monumento, como símbolo del mayor genocidio de la historia de la humanidad: la trata de personas, que cobró la libertad, la salud y la vida de millones de hombres, mujeres, niñas y niños. Esta acción emanó de la Organización de la Unidad Africana, apoyada por la Unesco, con el propósito de que este monumento albergue un museo internacional de la paz, la solidaridad, la tolerancia, los derechos humanos y la democracia; así como un centro internacional de investigación e información sobre la esclavitud y su repercusión en la cultura.

El proyecto nació a partir de que la Isla de Gorea se convirtió en un centro de peregrinación para los negros de la diáspora. Resultando éste el lugar propicio para recordar la trata y la deportación constante durante tres siglos. Además, como testigo de tan execrables hechos, está la arquitectura colonial en África, la cual hasta la fecha se ha conservado incólume pese al paso de tiempo. Hoy forma parte del Patrimonio Mundial.

Luego, con el fin de promover una cultura de la tolerancia y coexistencia pacífica de las razas y los pueblos, la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas, designó el 25 de marzo como el Día Internacional del Recuerdo de las Víctimas de la Esclavitud y la Trata Transatlántica de Esclavos. Este día se conmemora anualmente a partir del 2008.

Mientras que el 2 de diciembre es el Día Internacional para la Abolición de la Esclavitud, centrado en erradicar las formas modernas de esclavitud. Días para recordar y días para abolir, plasmados en las resoluciones y normas que nos rigen. Sin embargo, nuestro tiempo sigue marcado con el hierro de la violencia, la desigualdad y la injusticia.

Sobre nuestras cabezas pende la amenaza de la moderna esclavitud: la trata de personas en sus más infames manifestaciones, explotación sexual comercial infantil, prostitución forzada, explotación laboral, peores formas de trabajo infantil, venta de órganos, matrimonio forzado, pornografía infantil, reclutamiento de niñas y niños para utilizarlos en conflictos armados o para venta de droga.

Resulta terrible que la humanidad no haya aprendido de los lamentables sucesos del pasado. En pleno siglo XXI, pese a los esfuerzos de la comunidad internacional, la esclavitud sigue apoderándose de la vida, la salud y la libertad de millones de personas e, igual que en el pasado remoto y cercano, hace falta más compromiso, solidaridad con las víctimas y mayor participación para abolir esta plaga.

 

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